Referéndums de combate

Referéndums de combate

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Desde 1972 han tenido lugar en la CEE-UE un total de 48 referéndums. En líneas generales se trató de consultas a la ciudadanía sobre la conveniencia de convertirse en miembros de la Unión Europea, adopción de euro u otras acciones políticas desarrolladas en el marco del proceso de integración europeo. Cabe recordar que estos referéndums se llevaban a cabo en aplicación de políticas de los diversos Estados miembros de la UE y en el marco del consenso comunitario para este tipo de consultas.

Los plebiscitos en los países bálticos, repúblicas yugoslavas y Ucrani tenían, al menos, dos características en común: solían contar con muy altas participaciones y arrojar consensos positivos igualmente elevados

Sin embargo, la dinámica referendista en Europa dio un vuelco tras el final de la Guerra Fría. Una vez más, el nuevo estilo más agresivo procedía del Este y se materializó en la cascada de consultas que acompañaron a los procesos de independencia de las diversas repúblicas yugoslavas y soviéticas, arrancando en diciembre de 1990 en Eslovenia y sucediéndose a lo largo del siguiente año por los países bálticos, las repúblicas yugoslavas y Ucrania. Estos plebiscitos tenían, al menos, dos características en común: solían contar con muy altas participaciones y arrojar consensos positivos igualmente elevados (más del 90% para participaciones de entre el 75 y el 93%). En segundo lugar, desde Occidente eran respaldados y presentados como la clave democrática real y universal del proceso político.

Sin embargo, la independencia refrendada daba a entender, erróneamente, que cualquier disposición emanada del nuevo Estado sería automáticamente democrática a carta cabal. Y lo cierto fue que en casi ninguna nueva república del Este de Europa se cumplió eso a rajatabla, incluyendo aquellas social y políticamente más avanzadas.

Cuando la catástrofe acaecía, desde Occidente nadie quería recordar ya cuál había sido el valor real de aquel referéndum

En Eslovenia tuvo lugar el ya célebre caso de los "borrados" o ciudadanos previamente yugoslavos que fueron sistemáticamente eliminados como sujetos legales, quedando como personas sin nacionalidad alguna y sin derechos sociales. Fue una limpieza étnica legal. Esta situación, literalmente kafkiana, tardó mucho en ser parcialmente revertida, debido a la resistencia de los sucesivos gobiernos de Ljubljana, respaldados por una amplia mayoría de la ciudadanía que no querían saber nada de los "čefur".

En Letonia y Estonia el conflicto civil fue aún más grave, con importantes porcentajes de población de origen ruso, ucraniano o bielorruso considerados total o parcialmente "no ciudadana", con pasaportes especiales, o sin ellos. El primer caso fue especialmente grave porque llegó a afectar al 13% de la población del país.

A partir de aquí, las disfunciones de los nuevos Estados nacionales refrendados incluían desde la rebelión de minorías nacionales en sus fronteras (Croacia, Macedonia, Ucrania) a la implosión interna (Bosnia-Herzegovina). Cuando la catástrofe acaecía, desde Occidente nadie quería recordar ya cuál había sido el valor real de aquel referéndum que en su día había justificado el nacimiento de una nueva y defectuosa arquitectura estatal.

Con el apoyo de la "voluntad del pueblo ruso", el 21 de septiembre Yeltsin dio un golpe al declarar disueltos los poderes legislativo y judicial

Ese fue el estigma inicial. A partir de ahí, las cosas se fueron enturbiando y la situación política en Rusia tuvo una importancia central. Allí, a lo largo de 1992 y 1993, el presidente Yeltsin se echaba un duro pulso con la oposición rojo-negra, agrupada en el Frente de Salvación Nacional: unos veinte partidos y movimientos que agrupaban a comunistas y ultranacionalistas. No eran un bando muy demócrata, pero en realidad tampoco lo era Yeltsin y los suyos, cuyo objetivo era instaurar un régimen de corte neoliberal duro, presidencialista, uno de cuyos modelos era Pinochet.

  Tanques rusos reprimen una rebelión en contra de Boris Yeltsin en 1993.Getty Images

Lo demostró en abril de 1993, cuando organizó un referéndum, con asistencia de compañías especializadas americanas, que le supusieron una victoria ajustada con un 64% de participación. Con el apoyo de la "voluntad del pueblo ruso", el 21 de septiembre Yeltsin dio un golpe al declarar disueltos los poderes legislativo y judicial. Declarando ilegal esa iniciativa, la oposición se atrincheró en el Parlamento y tras varios días de cerco y choques violentos en las calles, el 3 de octubre fuerzas policiales abrieron fuego contra los manifestantes matando a 42; al día siguiente, los tanques bombardearon el Parlamento y tras un intercambio de disparos en el que murieron más de un centenar de personas, se consumó el golpe con la rendición de los parlamentarios. En días sucesivos se detuvo a cerca de 20.000 personas. Occidente y el G-7 respiraron aliviados porque Yeltsin, decían, había evitado la guerra civil.

El apoyo al referéndum de Yeltsin -por el uso que éste hizo de él- señaló un precedente porque con el tiempo, la política referendista unilateral pasó a ser marca de aquellos que se oponían a la línea política dictada por los vencedores de la Guerra Fría, tanto por parte de la izquierda radical como de la ultraderecha.

Quedaban fuera de esta línea las consultas pactadas y consentidas por la comunidad internacional: las de Quebec (1995), el rechazo a la Constitución Europea en 2005 (Francia y Holanda) o la de Escocia (2016). Fueron estigmatizados, en cambio, las "reventadoras": el referéndum de Crimea (2014), el de Grecia en 2015 o el que llevó Gran Bretaña al Brexit (2016).

Por el camino quedaron el referéndum no oficial para la independencia del Véneto (2014), contra los refugiados en Hungría (2016), y el propuesto por la candidata presidencial Marine Le Pen en Francia para salir de la Unión Europea (2017). No cuentan aquí los referéndums antipáticos, como el presidencialista de Turquía, en abril de este año que termina. Pero en algo recuerda al de Yeltsin.

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