Esperanza de vida: ¿De quién?

Esperanza de vida: ¿De quién?

A partir del denominado informe de expertos para la sostenibilidad de las pensiones en España se ha colado en nuestras charlas cotidianas el concepto demográfico de esperanza de vida. Los últimos acontecimientos en España apuntan a un notable aumento de la desigualdad social en nuestro país, que puede terminar frenando la tendencia progresiva de la esperanza de vida.

A partir del denominado informe de expertos para la sostenibilidad de las pensiones en España se ha colado en nuestras charlas cotidianas el concepto demográfico de esperanza de vida. Algo que resulta inicialmente bastante curioso teniendo en cuenta que ninguno de los componentes de ese comité de expertos es demógrafo, ni estadístico, aun cuando también es un término central entre los actuarios de las compañías de seguros, pues a partir de tal concepto establecen las tarifas. Representantes de las empresas aseguradoras sí había. También sorprende que una comisión que ha llegado a una fórmula -aritmética, aunque parece mágica, como casi todas las fórmulas, ya que el concepto deriva del campo de la magia- tan relativamente complicada esté presidida por un sociólogo tan poco ducho en programas estadísticos como el señor Pérez Díaz, cuyas habilidades aritméticas se quedan en la división: la mitad para mí, la otra mitad para todos vosotros. Lo suyo es la literatura, para lo que tiene grandes dotes. Más bien parece que primero tuvieron la fórmula y, después, algunos miembros del comité redactaron el argumentario. El resto lo firmaron, salvo el representante de UGT; mientras que el de CCOO lo firmó con reparos sobre el momento de su entrada en vigor.

La esperanza de vida es un concepto que deriva de un modelo predictivo consistente en plantear que, si las cosas siguen igual, la media de edad que alcanzarán los nacidos en tal fecha es X. Como todos los modelos, se construye en función de los datos registrados y, por lo tanto, del pasado. Es decir, de lo que han vivido las generaciones anteriores. Si se percibe una tendencia al aumento de la esperanza de vida, se estima que en las generaciones siguientes tal aumento se seguirá dando. Con lo que, inicialmente, nos encontramos con que se trata de un estimador. Como bien conocen los que saben de estadística, un estimador que no es absolutamente seguro, sino que tiene ciertas probabilidades de cumplirse, pero sólo probabilidades, aunque sean muchas, y que, además, tiene un margen de error.

Por otro lado, como casi todos los modelos, el que está en la base del cálculo de la esperanza de vida de las generaciones actuales y venideras parte de la estabilidad. Del tan manido por los economistas ceteri paribus, de: "Si los demás elementos permanecen sin cambio". Estabilidad que es de discutir en un mundo desbocado, como dice el sociólogo Anthony Giddens, lleno de incertidumbres y absolutamente cambiante. ¿Quién nos iba a decir a nosotros hace cinco años que íbamos a estar como estamos? Sin embargo, hace más de veinte años que vienen amenazando con la quiebra del sistema público de pensiones y de que, en la actualidad, estaría por los suelos; pero ahí sigue, incluso detrayendo de nuestra riqueza nacional menos que en la mayoría de los países de la UE. Y eso sin hacer prácticamente nada, salvo la reforma del Gobierno de Rodríguez Zapatero, que recientemente ha empezado a entrar en vigor.

Además es que está poco claro que la esperanza de vida vaya a seguir aumentando indefinidamente y que, por ejemplo, dentro de un cuarto de siglo, la mayor parte de los miembros de una generación serán supercentenarios. Es más, ya hay registros de un cierto límite de su capacidad de aumento. Límites que, según se ha estudiado, son mayores y más resistentes, llegándose a esperanzas de vida menores que la española, a pesar de que ser más ricos y estar económicamente más desarrollados, por tener una estructura social más desigual. Los últimos acontecimientos en España apuntan a un notable aumento de la desigualdad social en nuestro país, que puede terminar frenando la tendencia progresiva de la esperanza de vida. Ello sin contar con las consecuencias de las crecientes sombras del deterioro programado del sistema público de salud. Por otro lado, tras la reforma laboral la caída de los ingresos medios empieza a apuntar, por lo que la cuantía de las pensiones, en la media que tienen como principio no alejarse de los salarios cobrados por los trabajadores, también disminuirán; aunque esto no sea la solución, debido a que con el descenso de los salarios también caen las cotizaciones. Un descenso acelerado por la variedad de bonificaciones a las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social.

¿Alguien ha dicho que si la esperanza de vida baja aumentarían las cantidades a cobrar por los nuevos pensionistas? Aparece como un coeficiente corrector para impedir la revalorización de las cantidades a cobrar. Una parte de la solidaridad intrageneracional. Al ser un sistema de pensiones de reparto, cada generación productiva contribuye a las pensiones de los ya jubilados. Las nuevas generaciones soportarán esa doble solidaridad, con las anteriores generaciones y, en función de la esperanza de vida de su generación, con la suya. Cuestión que supone un cambio de mirada. Ahora hay que mirar a los de la propia generación para saber lo que se va a cobrar. Pero la mirada es inquieta y puede continuar por esta senda de las identificaciones individualistas. ¿Por qué sólo la esperanza de vida de la generación? ¿No es distinta entre hombres y mujeres, siendo entre éstas mayor y, por lo tanto, "más responsables" de que la esperanza de vida general de la generación sea alta? Y, así: ¿No es distinta entre los de unas comunidades autónomas y los de otras? ¿Y entre los que han trabajado en una actividad y los que han trabajado en otra? ¿Y entre una clase social y otra, siendo menor la esperanza de vida entre quienes ocupan posiciones más bajas en la estructura social, si atendemos a los resultados de la Encuesta Nacional de Salud? Una cuesta que nos llevaría a una especie de "pensión a la carta", en la que fácilmente entraría entonces el número total de años cotizados, y, un poco más allá, el paso desde un sistema de reparto a un sistema de capitalización. ¿Y si fuera esto lo que se nos está diciendo, que el sistema público de pensiones funcionase como los sistemas privados?

Y si está así el sistema público de pensiones: ¿Cómo están los sistemas privados de pensiones? Es más, aunque la tengan calculada, la esperanza de vida les afecta en mayor medida ya que son principalmente las clases sociales altas y medias las que han contratado seguros privados de pensiones y las que tienen mayor esperanza de vida. Unos fondos privados de pensiones que garantizan una cantidad al receptor en función de sus ingresos -capitalizaciones- y de las inversiones que se hayan hecho con esos fondos. Pues bien, tales inversiones no parecen que hayan ido por un camino muy rentable en los últimos años. Aquellos que tienen un fondo de pensiones lo pueden comprobar en los estadillos que les envían sus entidades. Por lo tanto, bancos y seguros necesitan que entren más contribuyentes, especialmente jóvenes, para hacer frente a los pagos a los que tendrán que hacer frente a partir de que empiecen a jubilarse las cohortes más numerosas en España, que fueron las que nacieron en el decenio de los sesenta del siglo XX.

Paradojas de la vida, cuando el sistema público de pensiones empieza el camino para convertirse en un sistema de capitalización, el sistema privado requiere funcionar como un sistema de reparto implícito, para lo que requiere nuevos aportadores de capital. De lo contrario, será el siguiente gran problema de las entidades financieras. De aquí su interés por estar en las comisiones de expertos: es su esperanza de vida.