El dolor de cabeza de ser autónomo en España

El dolor de cabeza de ser autónomo en España

Alguien me tendrá que explicar por qué a estas alturas los autónomos españoles siguen pagando 255 euros (como mínimo) al mes a la Seguridad Social, haga sol o llueva, ingresen una millonada o acaben el mes sin meter un euro en caja, que también puede pasar.

Alguien me tendrá que explicar por qué a estas alturas los autónomos españoles siguen pagando 255 euros (como mínimo) al mes a la Seguridad Social, haga sol o llueva, ingresen una millonada o acaben el mes sin meter un euro en caja, que también puede pasar. ¿Cómo es esto posible cuando políticos, economistas y demás próceres no dudan en afirmar que una de las vías para salir de la crisis y rebajar el escandaloso nivel de paro es el autoempleo o, por ponerlo más bonito, el emprendimiento?

Los autónomos y microempresarios representan alrededor de un 20% de la población activa española. Es decir, unos tres millones de señores que se acogen a este régimen por vocación, pero también porque no les ha quedado más remedio (hoy en día trabajar por cuenta ajena está muy complicado, para qué engañarnos).

Al contrario que sus homólogos en otros países, los autónomos españoles viven ahogados por la cuota mensual de la Seguridad Social, que nunca baja de esos fatídicos 255 euros (no tengo en cuenta esas tímidas tarifas planas iniciales y de corto recorrido que han llegado con la Ley de Emprendedores y que no resuelven el problema).

Otro problema es que aquí las declaraciones de IVA tienen que hacerse trimestralmente, independientemente de cómo esté la caja del autónomo, que se las ve y se las desea para cobrar de la Administración y de las grandes empresas, que dilatan hasta el extremo el abono de facturas, incumpliendo una ley de plazos de pago, que, entre otras cosas, estipula ¡30 días máximo para el sector público!.

En Francia, por lo que leo, la cuota de autónomos es flexible, y depende del sector profesional en el que uno tiene su actividad, y, cómo no, de las ganancias. Tanto te llevas al bolsillo, tanto pagas. Además, allí ser autónomo y pagar de forma flexible no significa andar sin cobertura. El sistema francés da derecho asistencia sanitaria, jubilación, incapacidad temporal y pensiones de viudedad, entre otras cosas.

En el Reino Unido, la cuota de un autónomo va por tramos y empieza en 12 euros mensuales, que es el mínimo a pagar si uno no gana más de 5000 libras al año, y además las declaraciones de IVA se hacen al final del ejercicio. En Italia, también se paga en función de ganancias. En Holanda, la cuota mensual solo es de 50 euros, aunque luego hay que costearse el seguro médico... En fin, en Europa impera el sentido común.

Me cuesta entender por qué estamos así en España. Políticos de izquierdas y derechas dicen entender las reclamaciones de las asociaciones de autónomos cuando denuncian que en España las barreras entrada para montarte un negocio o una actividad particular son insalvables para muchos. Todos aseguran que el futuro del país depende de la salud del autoempleo y el emprendimiento, pero así seguimos. Y es que, en esencia, el sistema que regula a los autónomos permanece inalterado desde los tiempos de Franco.

Aquí, el sistema supone una auténtica barrera de entrada para muchos profesionales (decenas o cientos de miles, quizá) que están empezando y que no pueden permitirse esos 255 euros de cuota mínima a la Seguridad Social porque sus ingresos son escasos o fluctúan demasiado. Una vez más, la legislación española y las prácticas que impone invitan a muchos a abandonar la legalidad e irse a la economía sumergida y engordar así la bolsa de fraude impositivo y fiscal.

Hemos sido siempre un país de extremos, de todo o nada. O trabajabas 40 horas o estabas en el paro; o pedías todo el menú o te tenías que conformar con una tapa; o eras de ciencias o eras de letras: o eres de izquierda o te acaban declarando de derechas (o facha). Las fórmulas flexibles, a medio camino, a medida de un itinerario personal e intransferible nunca han sido lo nuestro.

Volviendo a nuestro tema, creo que los que empiezan una actividad o pasan por problemas - ¿quién no ha tenido desplomes en su negocio o retrasos en los pagos en estos largos años de crisis?- deberían pagar en función de los beneficios reales que les reporta su actividad. En España, el autónomo tiene que pagar sí o sí su cobertura sanitaria. Pero, sinceramente, no creo que el sostenimiento de la Seguridad Social esté en juego por que los trabajadores por cuenta ajena tengan la posibilidad de no hacer este pago o de graduarlo conforme a sus expectativas. Es más, ser más flexible en este punto es la manera de integrar a más contribuyentes en el sistema. Soy periodista y durante mis años de profesión he tratado a decenas de compañeros -los sufridos freelance que vivían en un limbo legal por no poder permitirse los dichosos 255 euros todos los meses.

Tristemente, el sinsentido que viven los autónomos es un síntoma más de que las cosas no funcionan. España, la novena o décima potencia mundial en términos económicos, es un país mediocre cuando lo que se mide es la facilidad para hacer negocios. En el último informe Doing Business 2014, que elabora el Banco Mundial con información de 189 países, España ocupaba el puesto 33 de la clasificación, a mucha distancia de mercados punteros como el danés, el estadounidense, el británico, el sueco o el finlandés, por poner unos cuantos ejemplos.

En el apartado concreto de abrir un negocio, España ocupaba la posición 74. Estamos en un país donde a políticos y dirigentes de toda condición se les llena la boca hablando de los efectos benéficos del emprendimiento y el riesgo empresarial, pero donde cuesta más montar una empresa que en Armenia, Lituania, Marruecos, Rumanía o Afganistán. Así están las cosas.