Tengo 18 años y esto es lo que la endometriosis me ha enseñado de mi cuerpo

Tengo 18 años y esto es lo que la endometriosis me ha enseñado de mi cuerpo

MilanMarkovic via Getty Images

La endometriosis se te echa encima, literalmente. Sin preliminares. Desde un dolor abdominal más violento de lo habitual, que te impide moverte y te deja acurrucada en el suelo, hasta dificultades para quedarte embarazada. Después de investigar mucho, me enteré de lo que era: endometriosis. Esta enfermedad tan frecuente —la sufre un diez por ciento de las mujeres— no sólo afecta a las mujeres, sino también a las niñas, a veces desde que tienen diez años. Conlleva más o menos dolores, y muy a menudo resulta incapacitante. Al menos hasta que aprendemos a gestionarla.

Ya hace algunos años que vivo con dolores continuos. Tengo 18 años. Y no tengo la intención de vivir tiranizada por mis dolores. Un día, después de un año y medio de cólera, de rabia (feroz) contra esta maldita enfermedad que me ataba a la cama, me imaginé con diez años más. Diez años más tarde, en una cama, pasando los días insultando a mi gente, llorando de cólera, dando vueltas a la inmensa injusticia de sufrirlo yo y no los demás. Diez años más tarde. Diez años de vida perdida. Diez años tirados a la basura. Terrible, ¿no? Así que decidí moverme, tanto en el sentido literal como en el figurado. Poco a poco, gané en seguridad, en experiencia, probé no sé cuántos métodos y, por fin, aquí estoy, de pie. La endometriosis es simplemente un dolor sordo, encerrado en mi tripa; es decir, que ya no se me sube al cerebro. Ya no soy yo el dolor.

Todas esas pruebas, cada especialista, cada médico consultado y el apoyo de mi familia y mis amigos me han enseñado mucho. Siempre aprendo. Pero creo que la mayor lección que me ha enseñado la endometriosis es la que dan las enfermedades en general (crónicas, degenerativas, autoinmunes): la de lo esencial. Una verdadera vuelta a lo esencial, por las buenas o por las malas, siempre llega: en medio del caos es lo esencial lo que nos mantiene a flote. Y precisamente es de lo esencial de lo que quiero hablar hoy.

Para empezar, cuando te diagnostican. El diagnóstico procura un verdadero alivio, el de la comprensión. Nuestras dificultades se explican. Por desgracia, sólo es el principio del camino; todavía queda dominarlo. Poner un poco de orden. A menudo, aparece la Culpabilidad de improviso, con su banda de Cólera, Agresividad, Pena y otros tantos. Son muchos los maleantes que nos obstaculizan el paso al principio del camino.

Y me gustaría deciros que no sirve de nada luchar. Estos tíos practican halterofilia, no boxeo: sólo saben impresionar; toman sus músculos por armas, pero no saben utilizarlos. Si os cruzáis con ellos (y hay muchas posibilidades de que ocurra), no os resistáis. Dejad que vengan a vosotras. Basta con que observéis la manera en que se dirigen a vosotras, la forma en que os tratan. Generalmente, quieren reclutaros. Si lo consiguen, os convertís en un esbirro lleno de odio, de rencor, que escupe víboras. Yo caí en eso y, creedme, el ambiente no es de lo mejor. Sólo pude salir de ahí con ayuda (de médicos y allegados), con lecturas, con encuentros. Al final descubrí la puerta de salida: está en la aceptación. Total y absoluta.

Consiste en aceptar no aceptar el diagnóstico y lo que conlleva la endometriosis. Por seguir con la metáfora, basta con mirar sin juzgar a los tipos de la banda de antes, con dejarlos hablar y ser consciente de su manejo. No dejéis que se apoderen de vosotras, ya que aceptáis vuestra situación, por muy desagradable y dolorosa que sea. Sois conscientes de que una lucha más sólo causaría más daños. La endometriosis está ahí. Simplemente. Al reconocer vuestra incapacidad de cambiar lo que hay, y lo inútil que es echar pestes, podéis empezar a avanzar.

Con el agotamiento, es normal sentirse mental y físicamente en la posición de una víctima. Este estado de ánimo resulta de una cierta percepción de nuestro cuerpo; es parcial. Por supuesto que algunas mujeres no pueden andar por culpa de la endometriosis, ni trabajar, ni siquiera ponerse un pantalón. En realidad, cualquier dolor incapacitante tiene el efecto de una amputación. Al menos al principio. Porque cuando se aprende a trabajar la mente y el cuerpo (siempre poco a poco) se efectúa un cambio de estado: sí, los dolores están ahí, sí, pero esta vez, en lugar de percibir sólo lo que falta, ves lo que sí está funcionando.

Pase lo pase, siempre hay algo intacto, quizás más allá del cuerpo físico: una energía, la misma que nos anima, la misma que cura lo que debe. En concreto, la meditación enseña a usar esta magnífica energía íntima. A partir de ahí piensas con gratitud. Esta gratitud —como reconocimiento incondicional de lo que la vida nos ofrece, de lo más simple a lo más complejo, desde una puesta de sol a la oportunidad de realizar nuestro proyecto— nos susurra que nunca somos pobres víctimas. Nada di nadie nos ha señalado con el dedo y ha dicho: "¡Tú! Tú tendrás endometriosis". Tenemos endometriosis, es un hecho, aunque duela. Ser una víctima es admitir que el dolor es todo lo que somos. Es limitarnos a una palabra de 13 letras. ¿Y quién quiere dejarse mangonear por 13 letras, mientras que hay helados que saborear, amigos que ver, viajes por hacer y ataques de risa por vivir?

Hay un término japonés que me gusta mucho, una pequeña perla de sabiduría llamada kaizen. El kaizen traduce el movimiento, un flujo continuo hacia lo mejor, hacia la armonía. ¿Hacia lo esencial? Sin ninguna duda. La endometriosis llama a la superación. Sólo después de entender que la resistencia es inútil y costosa y que el término de víctima no nos conviene, el movimiento vendrá en nuestra ayuda. El movimiento es negarse al estado estático y siempre infecundo de la dureza hacia uno mismo, de la denigración, de la crítica interior.

El movimiento es un homenaje a la belleza de la vida y, finalmente, un paso hacia la salud. Es pensar con un poco de astucia y de desafío del tipo: "Vamos a ver lo que puedo hacer hoy a pesar de mi malestar". Por ejemplo, ir a pasearme al parque de la esquina aunque no tenga ganas, tratar de meditar aunque sólo sea cinco minutos por la mañana o incluso coger un boli, un papel y empezar un diario. Lo esencial es ir poniendo piedrecitas, que a primera vista pasarán desapercibidas, pero que, llegado el momento, formarán un puente: pronto, nuestro horizonte se amplía y la endometriosis se queda en el fondo. Se queda ahí, pero no ruge, maúlla, y entonces tú puedes seguir avanzando, porque la mantienes a raya. El lema es: atrévete siempre, cede a veces, pero nunca renuncies.

Aceptar estar empapada por la lluvia, sacudida por la tormenta, pero luego seca por el sol. Nunca rota. Sino reforzada. Siente esa fuerza que cura, calma, tranquiliza, que no conoce el miedo ni la ira. Sumérgete en esa energía mientras das rienda suelta a la magia de una sinergia cuerpo-mente. Hace maravillas. Aprende a usarla. Observa que está en ti, desde el principio.

Deja que lo esencial salga a la superficie. Siempre.

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Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Francia y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano

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