Es razonable que, después de ataques como el 11-S en EEUU, o en el más reciente de Paris, los gobiernos lancen algún tipo de represalia. Más allá de la mala puntería que caracteriza a la alta tecnología, estas reacciones son justificables. Sin embargo, apenas consideramos un contexto más amplio, aparecen las razones.
Un ataque ha terminado con cientos de vidas, la mayoría europeas, en un vuelo que había salido de una capital europea y fue derribado a cientos de kilómetros de las fronteras de la UE. Actuamos como si Ucrania estuviera al sur de Australia y Ámsterdam fuera la capital de Malasia.
Los años duros de la Guerra Fría están plagados de fotografías de colección. Los buenos de la peli eran presidentes guapos con hijos deliciosos que correteaban por la Casa Blanca. Los rusos eran huraños y con cara de mala leche.