¿Cabe aún la alternativa diplomática a la cronificación de la guerra de Putin?

¿Cabe aún la alternativa diplomática a la cronificación de la guerra de Putin?

Es un hecho ciertamente indiscutible que, como resultado de su agresividad, tanto Finlandia como Suecia (históricamente “neutrales”) han decidido su ingreso en la Alianza.

  La guerra sin fin de Putin

La guerra de Putin contra Ucrania se encamina dolorosamente hacia su cronificación. Se asoma al punto de inflexión en que el coste de vidas —por más que insoportable— pierde tracción en las primeras páginas de los diarios europeos y en los titulares de los informativos audiovisuales, redirigiendo su foco hacia la intendencia militar del teatro de operaciones (leva forzosa en Rusia, entrada en escena de nuevos regimientos de mercenarios mejor equipados que los de Wagner, derivación del conflicto hacia una “guerra de desgaste” en la que las posiciones de estancan) y las brechas de seguridad de la inteligencia occidental (filtración de documentos de la ayuda militar de EEUU y de los EEMM de la UE).

El frente diplomático apunta señales de vida con las conversaciones abiertas por el Xi Jinping, gobernante chino cuyo poder ilimitado compite con el de Putin en Rusia. Tanto el presidente español, Pedro Sánchez —en trayectoria ascendente hacia la presidencia semestral del Consejo de la UE, segunda mitad de 2023— como el presidente de la República francesa Emmanuel Macron —en trayecto descendente, atribulado por la fronda contra su reforma del sistema de pensiones—. Pero, lamentablemente nada indica por ahora que esos mensajes hayan disuadido a Putin de perseverar en su ofensiva —“operación especial”, continúa llamándola cínicamente a estas alturas—, sin concesión alguna a las demandas que la desataron.

Y este es, penosamente, el nudo gordiano, recurrente, sobre el que pivota el abismo de la prolongación indefinida de esta guerra en Europa —ilegal, sí, ilegítima, además de criminal, pero no por ello menos devastadora— hacia su cronificación. Entre los incontables análisis —periodismo especializado, opiniones cualificadas— que han ilustrado este regreso de una guerra de gran escala al continente europeo (rompiendo todos los mitos de la paz irreversible que sucedieron a la espantosa mortandad de la II Guerra Mundial), se cuentan con los dedos de una mano los que se esfuerzan en explicar a Putin. Explicar no es justificar, ni menos aún defender, sino someter a examen la racionalidad de un paradigma político. Y deben caber pocas dudas de que la Rusia de Putin —como también, por su lado, la China de Xi— es un paradigma real sin cuya suma en la ecuación no hay perspectiva de paz ni de seguridad en un mundo que ha dejado de ajustarse a los esquemas del orden internacional que sucedió a la II Guerra, a la larga Guerra Fría y al desmoronamiento de la URSS y el bloque de sus satélites.

Es innecesario aquí enfatizar lo obvio: Rusia no es, obviamente, un régimen democrático sino todo lo contrario, una autocracia en que el poder irrefrenado de Putin es fuente de enriquecimientos y ruinas, de fortunas corruptas y encarcelamientos arbitrarios o ejecuciones extrajudiciales. Esta es la realidad sobre la que se mueve ahora en el tablero mundial una potencia nuclear y energética que se asienta en el país más extenso de la Tierra, con fronteras tan distantes entre sí como las que separan a EEUU (en Alaska) de Japón (en las Islas Kuriles). Como es evidente que también fueron déspotas y autócratas los referentes icónicos sobre los que Putin proyecta un nacionalismo panruso que entiende que la mejor defensa sigue siendo un ataque: y así desde Pedro el Grande, la Zarina Catalina, el Zar Alejandro I hasta el mismísimo Stalin, reivindicado en un altar memorialístico que ha arrojado a los infiernos al fallecido Gorbachov, tenido por “responsable de la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.

Pero la resolución de la ecuación inexorable que puede devolver la paz y una seguridad sujeta a ciertas garantías al continente europeo pasa por entender lo que quiera que sea la lógica y motivaciones por las que se mueve Putin desde su convicción de que “no tiene otra opción” que “defender a la Gran Rusia” de la “amenaza existencial impuesta por Occidente” por la proximidad de las bases de la OTAN a sus fronteras inmediatas, sea en Georgia o en Ucrania.

Por supuesto que es un hecho ciertamente indiscutible que, como resultado de su agresividad, tanto Finlandia como Suecia (históricamente “neutrales”) han decidido su ingreso en la Alianza (Finlandia ya perfeccionado, Suecia aún pendiente del veto de la Turquía de Erdogán y, cómo no, la Hungría de Víctor Orbán). Pero no es menos cierto que toda la narrativa de Putin —y su irresistible, por represiva, fuerza de obligar en Rusia— descansa sobre la exigencia de “garantías existenciales” para su “seguridad estratégica” (“Strategic Depth”, se la llama en geopolítica) de que ninguna más de las antiguas Repúblicas soviéticas independizadas tras la extinción de la URSS (desde el Cáucaso hasta Asia Central) ingresará en la OTAN incorporando bases militares desde la que les sería posible aniquilar Moscú hasta eliminarla del mapa en un abrir y cerrar de ojos. La alegada protección de las “comunidades rusófonas” supuestamente expuestas a una “persecución” rayana en el “genocidio” resulta, así, en la exasperada ofensiva de Putin y de su entero régimen contra la verdad y la historia, el pretextado casus belli para esa obsesión seguritaria tan distintivamente rusa que debe ser desentrañada si debe ser gestionada con inteligencia estratégica desde el mundo democrático que tiene fronteras directas con el gigante ruso, al servicio de una paz que vuelva a ser confiable.

Hace casi 30 años, a mediados de los años 80 del pasado siglo XX, la Fundación Príncipe de Asturias me otorgó su beca anual para cursar el Master on Law and Diplomacy de la prestigiosa Fletcher School (Boston, Massachusetts), una experiencia formativa que nunca agradeceré lo bastante. En aquella inmersión académica en Relaciones Internacionales, descollaba un imponente Departamento de Security Studies una de cuyas ramas era la Kremlinología. Servía a la Seguridad de los EEUU un certero entendimiento de los patrones de razonamiento de los dirigentes soviéticos, de sus fuentes de inspiración y aprendizaje, materiales imprescindibles para interpretar racionalmente sus pautas de comportamiento en el auge de la Guerra Fría.

Por más que Putin desafíe groseramente la lógica democrática con la que los Gobernantes “occidentales” (tanto de EEUU y Canadá como los de la UE y sus EEMM), sigue siendo imprescindible para potenciar la palanca de la vía diplomática saber en qué grado y medida procede combinar la eficacia de la ayuda militar dirigida a la defensa de la soberanía e integridad territorial de Ucrania (país agredido, junto al que nos alineamos incondicionadamente desde la UE y sus EEMM) con el restablecimiento por la vía diplomática de una línea fronteriza mutuamente aceptada con una Rusia vecina de casi todo el planeta y largo tiempo obsesionada con su inmunización frente a la proximidad (“amenazante” y “ofensiva”, en su órbita de pensamiento) de las bases de la OTAN a pocas millas de Moscú.

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Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada con premio extraordinario, Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, becario de la Fundación Príncipe de Asturias en EE.UU, Máster en Derecho y Diplomacia por la Fletcher School of Law and Diplomacy (Tufts University, Boston, Massasachussetts), y Doctor en Derecho por la Universidad de Bolonia, con premio extraordinario. Desde 1993 ocupa la Cátedra de Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Es, además, titular de la Cátedra Jean Monnet de Derecho e Integración Europea desde 1999 y autor de una docena de libros. En 2000 fue elegido diputado por la provincia de Las Palmas y reelegido en 2004 y 2008 como cabeza de lista a la cámara baja de España. Desde 2004 a febrero 2007 fue ministro de Justicia en el primer Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. En octubre de 2007 fue elegido Secretario general del PSC-PSOE, cargo que mantuvo hasta 2010. En el año 2009 encabezó la lista del PSOE para las elecciones europeas. Desde entonces hasta 2014 presidió la Delegación Socialista Española y ocupó la presidencia de la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior en el Parlamento Europeo. En 2010 fue nombrado vicepresidente del Partido Socialista Europeo (PSE).