Hombres de Garrafón

Hombres de Garrafón

Hombres cuyo contenido en cuanto a conducta y comportamiento no se corresponde con la etiqueta de la masculinidad que ha impreso la destilería del androcentrismo.

Masculinidad.GETTY

Los “hombres de garrafón” son hombres cuyo contenido en cuanto a conducta y comportamiento no se corresponde con la etiqueta de la masculinidad que ha impreso la destilería del androcentrismo.

El objetivo es hacer trampa para, según interese, decir que la etiqueta está equivocada o, por el contrario, que es el contenido el que ha sido adulterado. Ya lo hemos comentado, por ejemplo, con relación a la táctica de presentar a los maltratadores y asesinos con características que no se corresponden con lo que es un “hombre de verdad” según el etiquetado de la cultura, y así hacerlos pasar como “no-hombres” para situar la violencia contra las mujeres fuera de la masculinidad. Pero su construcción no se limita a la violencia y se extiende a cualquier espacio de la sociedad.

El “hombre de garrafón” es un hombre que se presenta como adulterado. Y para ello dicen que su hombría no se corresponde con la masculinidad pura y destilada que el machismo produce con los alambiques que coloca por todas las etapas de la vida, con el objeto de que la identidad masculina quede libre de todo lo que en un momento determinado pueda restarle sabor y aroma, o baje su graduación hasta hacer que el hombre en cuestión no alcance la hombría y virilidad que guardan los grados que aparecen en la etiqueta. 

Y pueden ser “hombres de garrafón” por exceso, es decir por comportarse con más grados que los etiquetados, es lo que ocurre en la violencia, o bien “hombres de garrafón” por defecto, por no llegar a la gradación mínima que aparece en la etiqueta, que es lo que dicen que les pasa a los hombres a favor de la Igualdad, los homosexuales, los que renuncian a los privilegios... por eso los llaman “manginas”, “pagafantas”, “planchabragas”...

Son hombres necesarios para defender la identidad de siempre y que no se vea desgastada por los hechos que protagonizan muchos hombres “por el hecho de ser hombres”. Por eso nunca les quitan la etiqueta de su hombría, porque cuando un hombre lleva a cabo un comportamiento reprobable que ha sido reconocido como tal, lo utilizan como “no-hombre” y lo presentan como chivo expiatorio con el fin de que asuma la culpa en primera persona y libere a todos los demás.

Por eso les interesa que sean vistos como hombres, es decir, nunca les despegan la etiqueta de la masculinidad, porque de ese modo pueden decir que el contenido no se corresponde con el etiquetado. En ningún momento el machismo ha querido definir una identidad diferente para los hombres, ni siquiera diferentes formas de ser hombre; un hombre tenía que ser lo que los otros hombres esperaban de él a partir de los valores asignados a la masculinidad. Si hubieran dado diferentes alternativas a la masculinidad, no habría sido posible utilizar la normalidad como barra para que todo el mundo beba el trago amargo de los abusos, la violencia y la injusticia social machista. Al contar con la complicidad de la normalidad, cuando alguno de estos hombres normales es descubierto se recurre a los argumentos que lo presentan como “hombre de garrafón”, esa especie de hombres adulterados por las circunstancias, por las sustancias o por los trastornos. Entonces son los hombres “no-hombres” de los que hablábamos el otro día, es decir, los cobardes, celópatas, maricas, chivatos, gandules, flojos, débiles...

El éxito de esta estrategia es la doble trampa que conlleva. La primera, presentar a los hombres descubiertos como “no-hombres”; y la segunda, hacer creer que la falsedad y adulteración está en el contenido, cuando lo realmente falso es la etiqueta, el enunciado que describe un contenido que realmente no se corresponde con él. Y no lo hace, no porque esté adulterado o sea falso, ya que forma parte de las conductas de los hombres justificadas y normalizadas por la cultura, sino porque la etiqueta es mentira.

Lo curioso de todo esto es que quien sirve un tipo u otro de masculinidad, es decir, quien pone sobre la barra de los acontecimientos al hombre de verdad con su etiqueta y sus años de reserva, o al “hombre de garrafón” con su masculinidad cambiada, es el propio hombre que sirve la conducta. Y, luego, quién decide si es auténtico o de garrafón no es él,  él siempre se comporta como hombre, si no el resto de los hombres y de la sociedad androcéntrica para darle el significado conveniente según los acontecimientos, y concluir si es la etiqueta la que está mal, o si es el contenido de ese hombre el que se encuentra adulterado. De ese modo, la última palabra la tiene quien integra los hechos bajo un significado u otro.

Así, por ejemplo, un hombre que asesina a su mujer puede ser un cobarde, un alcohólico, un enfermo o un valiente,todo depende de cómo valoren los hechos. Si no se encuentra ningún tipo de argumento será un cobarde influido por la situación, si hay posibilidad de utilizar la tesis del alcohol o las drogas será un borracho o drogadicto, si aparece algún elemento que pueda vincularse a un trastorno o, simplemente, los hechos son muy graves, se dirá de él que es un psicópata o un enfermo, incluso se le puede llegar a llamar “monstruo” para integrar varios de los argumentos. Pero si los hechos se presentan como una ofensa de la mujer por haberlo dejado, engañado, o por haberle “quitado la casa, la paga y los niños” con el divorcio, entonces será presentado como un hombre de verdad al que no le ha quedado más remedio que reparar su honor a través de la violencia, por eso se trata de crímenes morales, y por ello cuando uno de estos asesinos mata a sus hijos o hijas dicen que actuó “por venganza”, para destacar que hubo un “daño previo” por parte de la mujer.

Al final, por una razón u otra la respuesta siempre está preparada bajo la etiqueta que permite definir el comportamiento de los hombres como auténtico o “de garrafón”, porque, como decíamos, lo falso no es el contenido de la masculinidad, sino la etiqueta que lo describe de tal modo que hace creer que ser hombre sólo se consigue a través de la identidad definida históricamente por la cultura androcéntrica; es decir, por la destilería del machismo.

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Aunque parezca extraño, soy Médico Forense, también Profesor de Medicina Legal de la Universidad de Granada, Especialista en Medicina Legal y Forense, y Máster en Bioética y Derecho Médico. He trabajado en el análisis del ADN en identificación humana, el análisis forense de la Sábana Santa, y en el estudio de la violencia, de manera muy especial de la violencia de género, circunstancia que llevó a que me nombraran Delegado del Gobierno para la Violencia de Género en el Ministerio de Igualdad. Los artículos que publica aquí también aparecen en su blog, pero tiene otro blog, donde escribe sobre la vida desde un ángulo mucho más literario.