No hay que ver las repetidas enfermedades infantiles como fracasos inmunitarios, sino todo lo contrario. Ese niño siempre mocoso está librando una batalla para mantener su portería a cero, está peleando porque tiene una gran defensa, está aprendiendo estrategia y madurando. Si no tuviera defensas, el gol ya habría venido en forma de gravísima enfermedad.
Es muy frecuente oír en consulta eso de: estaba dormido pero le noté caliente, le puse el termómetro y le di un antitérmico. Yo me quedo a cuadros. ¿Por qué hacen esto las madres y algún padre? La fiebre en los procesos gripales es un mecanismo de defensa que se encarga de freír virus y curarnos.
El organismo sube su temperatura, para curar al niño y defenderle del ataque vírico o bacteriano. Si nosotros nos empeñamos en bajar la temperatura estamos del lado enemigo. Se supone que queremos ayudar a nuestro hijo, no perjudicarle con bajadas de temperaturas intempestivas o con exceso de medicación que puede ser perjudicial. El paracetamol sí mata, no la fiebre.
Si nos defienden del agresor, ¿por qué ese empeño en eliminarlos a toda costa? Anteponemos criterios estéticos dudosos, como que el niño con cosas verdes saliéndole por las narices es más feo que el niño sin tal aditamento.