Teresa de Jesús: 500 años de hilo directo con Dios

Teresa de Jesús: 500 años de hilo directo con Dios

Kai Försterling/EFE

Una mujer de rompe y rasga en el siglo XVI fue Teresa de Jesús, que celebra su 500 cumpleaños fresca y viva a través de una personalidad y un mensaje válido para creyentes, apto para agnósticos y enhebrado desde el magisterio de la sencillez, el don de la palabra y la virtud de la espontaneidad.

De tales mañas se valió la monja para vadear la férrea jerarquía eclesiástica en el siglo de la Contrarreforma, sortear las acometidas de la Inquisición y orillar el desdén de otras órdenes monásticas con más fuerza en esa época y que veían, no con buenos ojos, la semilla de una nueva que pregonaba pobreza y humildad.

A todo ello añadió su capacidad para establecer hilo directo con Dios, sin intermediarios ni controles de la curia dominante ni del Santo Oficio, hasta crear "una voz y un mundo propios en una sociedad donde la mujer era considerada un cero a la izquierda".

"Su gran legado fue el sentido del humor, la religión vivida con alegría", explica el escritor y periodista Tomás García Yebra en su reciente libro Santa Teresa is different. Andanzas por tierras abulenses de un excéntrico inglés (Funambulista), que firma con el pseudónimo de Percy Hopewell.

Irrepetible, vital y contestataria, en palabras de García Yebra, transitó por caminos secundarios, en el plano espiritual y también en el geográfico para fundar diecisiete monasterios sin renta para que el dinero ajeno no condicionara la oración, austeridad y sencillez que preconizaba en su reforma del Carmelo.

No es de extrañar las dificultades y persecuciones a que fue sometida por ello, por independiente, rebelde y subvertir normas de sello más que secular, ni tampoco los costados por donde trataron de zaherirla y desacreditarla, entre ellos su linaje judeoconverso o de cristiano nuevo por parte de su abuelo paterno.

UNA "ANARQUISTA ESPIRITUAL"

Ni las acusaciones de histeria y epilepsia con que motejaron sus episodios místicos pudieron con la fuerza de esta "anarquista espiritual", como la llamó el profesor y crítico Francisco Márquez, fallecido en 2013 y especializado en el Siglo de Oro.

Otro historiador, Américo Castro (1885-1972), salió al quite de esas presuntas y maledicentes "crisis neuróticas y femeniles", en su estudio Santa Teresa y otros ensayos (1929), donde defendió el misticismo teresiano y sanjuanista como la trascendencia o traslación al vivir humano de una experiencia íntima, personal y directa con Dios.

Maestra de obras en la construcción de los conventos, aparejadora, contratista, administrativa, financiera, técnica en mercadotecnia, directora de recursos humanos y cazatalentos al seleccionar las monjas, transportista y moza de mudanzas, de todo hizo la hija de Alonso Sánchez y Beatriz de Ahumada.

Salió idemne de todas las acometidas y el único dardo que logró traspasarla fue el que le asestó en llama de amor herido el querubín de sus ausencias místicas, una de las escenas más representadas de la iconografía teresiana, que incluso moldeó Bernini.

"Lo que estos dos abulenses (Teresa y Juan de la Cruz) han levantado, ciertamente, es nada más y nada menos que el único mito de la cultura occidental verdaderamente significativo desde la muerte de los mitos griegos", apunta José Jiménez Lozano en referencia a la mística, dentro de su libro Ávila (1988).

Y, en el plano de la escritura, añade Jiménez Lozano, uno de los mejores conocedores de la historia, religión y filosofía de los siglos XVI y XVII, aportaron "la invención de un estilo bárbaro, anticonvencional y antiacadémico", mediante la "ruptura de la sintaxis para la expresividad de lo indecible y el escondimiento del 'yo' en la narración: encanto y hermosura como resultado".

Santa Teresa, un terremoto universal con epicentro en Castilla y León, emergerá a lo largo de 2015 junto a Miguel de Cervantes, otro insigne repudiado en vida, aunque la andariega tuvo más suerte que el autor del Quijote, afrentado por la España de antaño y reivindicado por la de hogaño que, desesperadamente, se muere por sus huesos.

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