“Nuestro cerebro es aporofóbo, pero lo podemos moldear”

“Nuestro cerebro es aporofóbo, pero lo podemos moldear”

Entrevista con la filósofa Adela Cortina, que publica un ensayo sobre el rechazo social al pobre.

Amaya Villar

"Las personas tienen dignidad, no un simple precio". Adela Cortina acuñó el término aporofobia en la década de los noventa. Pretendía poner nombre a una realidad social tan presente y dolorosa no por engrosar las páginas del diccionario, sino por ayudar a reconocerla, por instar a estudiar sus causas y por ver si la damos por buena o si, por el contrario, es preciso superarla. Wikipedia ha recogido el término y el Ministerio del Interior recurre a él para tipificar un delito por ofensas a los pobres, pero la Real Academia de la Lengua todavía no lo ha incorporado a las 80.000 palabras de su diccionario. Con este neologismo, la filósofa pretendía diferenciar esta actitud de la xenofobia y el racismo.

Qué miedo da leer en su libro Aporofobia, el rechazo al pobre que nuestro cerebro es por naturaleza aporofóbo.

El cerebro es tremendamente plástico y el hecho de que tenga unas tendencias no quiere decir que no podamos modificarlo y encauzarlo en un sentido u otro.

Con el libro pretendía: primero, informar: la tendencia existe; segundo, hay una buena noticia y es que el cerebro es plástico. De donde se sigue que es posible modificarlo si se tiene voluntad de hacerlo, cultivar la tendencia hacia la justicia y la moralidad.

Lo cierto es que las puertas se cierran ante los refugiados políticos, ante los inmigrantes pobres, que no tienen que perder más que sus cadenas. También ante los gitanos que venden papelinas en barrios marginales y rebuscan en los contenedores, cuando en realidad en nuestro país son tan autóctonos como los payos, aunque no pertenezcan a la cultura mayoritaria. El problema entonces no es de etnia, de raza y tampoco de extranjería. El problema es de pobreza. Es el pobre, el áporos, el que molesta. Es la fobia hacia el pobre la que rechaza a las personas, a las razas y a aquellas etnias que habitualmente no tienen recursos.

La tendencia a la aporofobia existe pero hay una buena noticia y es que el cerebro es plástico.

¿Cómo se cultiva la tendencia hacia la justicia y la moralidad?

A través de la educación y de políticas institucionales al efecto, aunque hay autores que piensan que esto es insuficiente. Para cambiar y cultivar esas tendencias, ven óptimo intervenir y mejorar moralmente el cerebro con fármacos. El tema de la biomejora es lícito, pero hacerlo o no es una discusión también moral. Personalmente, estoy en desacuerdo. El cambio vendrá de la educación pública y de las instituciones que trabajan en pro de la igualdad.

Y el Estado, ¿cómo habría de intervenir?

En dos aspectos fundamentales. Por un lado, las políticas sociales, pensadas para proteger a los más vulnerables de la sociedad. El nuestro es un Estado social de derecho, que permite proteger a los más vulnerables... Hay cantidad de grupos que trabajando, montan residencias, gestionan pisos para personas sin hogar... Afortunadamente, en España hay mucha gente trabajando en ese área, además de ayuntamientos y comunidades autónomas, los voluntarios hacen también una labor impresionante.

Frente a lo que se ha llamado el discurso del odio.

La aporofobia es el sentimiento de superioridad de unos frente a otros.

Esa situación de desigualdad en la que nos vamos acostumbrando a que no somos iguales y en la que estamos convencidos de que yo soy superior, y el otro es inferior.

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Ese es, además, el argumento de la extrema derecha y de su intento de ocupar un espacio en el arco político europeo.

Su discurso es un error: los franceses no son superiores a los inmigrantes, ni los estadounidenses a los mexicanos. El sentimiento se repite en otros muchos ámbitos, también en el acoso escolar. El acosador cree tener derecho a acosar precisamente por creerse superior. Hay que hacer toda una enseñanza en la igualdad. Que viene no solo en la escuela sino también de las instituciones.

¿Y qué manifestaciones de aporofobia no tan evidentes se observan en España?

Está en todos los aspectos de la vida cotidiana. Rechazamos al pobre, sea un pobre desconocido, un primo o un vecino, porque consideramos que no tiene nada que ofrecer, pero no solo de dinero vive el hombre. Todo el mundo tiene cosas que ofrecer. Si la actitud de entrada es el alejamiento y la asimetría, te pierdes mucha riqueza humana... Todo el mundo tiene algo que ofrecer.

Pero vamos a mojarnos con lo que pasa en España.

Por supuesto. Sobre todo, hemos fallado en la acogida de refugiados. Hemos recibido a muy pocos.

Este ensayo está escrito en un tono muy pedagógico.

Intento hablar claro porque creo que es una de las obligaciones de quienes podemos dedicar un poco de tiempo a estudiar. Y es un derecho de los ciudadanos que se les hable con claridad.

¿La aporofobia es política?

También es política. Creo que en nuestro país se relega a los que parece que no pueden ofrecer mucho a cambio y un ejemplo palmario es la poca acogida y hospitalidad que hemos tenido con los emigrantes y los refugiados, insisto.

Y, sin embargo, hay que destacarlo porque la UE tenía un compromiso de hospitalidad... Angela Merkel se la jugó en su propio partido. Hay quien se ha esforzado y quienes directamente han cerrado filas, Reino Unido y Hungría como principales valedores del cerrojazo. Hemos demostrado claramente aporofobia en ese punto. Lo que nos molesta de esa gente que viene de fuera es que sea pobre.

Pobres también son muchos gitanos, según cita en su libro.

El suyo es un fenómeno interesante porque no son extranjeros, no pueden ser más autóctonos. No son los mismos los gitanos que triunfan en el mundo del arte y los gitanos que están rebuscando en los contenedores. Hay una diferencia esencial: su economía.

Tampoco sentimos rechazo hacia el pobre que pasa hambre en India o Mauritania.

No, con el pobrecito de África no tenemos esa mirada. Como está a miles de kilómetros de distancia, mantenemos cierta solidaridad. Quien te molesta es el que está aquí, porque crees que viene a perturbarte, a dejarte sin... Ojos que no ven, corazón ... Rechazamos al que pide algo y no lo paga.

Rechazamos al que pide algo y no lo paga.

¿De dónde procede ese recelo hacia el pobre?

El recelo, el rechazo, viene de nuestra mentalidad contractualista, que consiste en estar dispuesto a dar solo con tal de recibir. Si uno es contractualista, el mundo solo se entiende si yo te doy y tú me devuelves. Se trata de tener amigos hasta en el infierno. Ejemplos hay todos los que se quiera. Cuando una mentalidad contractualista choca con quien no puede dar nada a cambio es cuando se genera la exclusión. Se quedan fuera, los apartamos e invisibilizamos.

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Todos en el fondo somos un poco aporófobos porque tenemos un cerebro que nos lleva a disociar y poner entre paréntesis todo aquello que pueda generar malestar.

La crisis lo alimentó, ¿y la postcrisis?

La postcrisis está resultando esperanzadora. La sociedad está tomando conciencia: no podemos seguir por este camino. Si nos lo tomamos en serio, la tendencia a la aporafobia se puede limar y a ello ayudará el impulso al pilar social de la Unión Europea en el que confía el nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, que también ha recibido el apoyo de Angela Merkel y otros líderes europeos.

La pobreza es evitable, dice usted. ¿Y la aporafobia?

Las dos son totalmente evitables. Cuando uno tiene una tendencia, extirparla es una cosa un poco rara y lo que funciona es contrarrestarla con virtudes. La compasión es un buen término, aunque hayan querido cargarle connotaciones negativas. Compadecer significa padecer con. Compadecer su alegría, compadecer su tristeza, comprometerse a aliviar el sufrimiento. Como somos iguales, tenemos sintonía. Cuando otros se alegran, me alegro. La compasión así entendida es buena.

Cuando uno tiene una tendencia, extirparla es una cosa un poco rara y lo que funciona es contrarrestarla con virtudes.

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Me motiva mucho que en el campo de la filosofía política, en la que yo trabajo, una serie de autores esté revalorizando el papel de los sentimientos en la vida pública... En esa vida pública en la que también debería importar el sentimiento de compasión.

Hay que rehabilitar las palabras, sobre todo, en este país de envidiosos. Si quieres disgustar a alguien, cuéntale que te ha pasado algo bueno. La clave de la compasión es aliviar el sufrimiento.

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