El velo de Mahsa, el catalizador que saca a la calle todo el cansancio y la rabia de los iraníes

El velo de Mahsa, el catalizador que saca a la calle todo el cansancio y la rabia de los iraníes

La muerte de una joven a manos de la Policía de la Moral supuestamente por incitar al vicio rompe en un movimiento contestatario sin precedentes que va más allá de la igualdad.

  Cartel en recuerdo de Mahsa Amini, en una manifestación celebrada en Berlín (Alemania) el pasado 23 de septiembre.  Sean Gallup via Getty Images

Hacerse una coleta, cortarse el pelo, jugar con un mechón rebelde que se escapa sobre la frente. Son gestos diarios que se convierten en excepcionales cuando por encima de la libertad hay una norma que los veta, provocadores, inmorales e incitadores del vicio, como los ven algunos. Hacerlos ante la Policía que los persigue y que acaba de matar a una joven por ello es de valientes.

Heroínas es lo que se ve estos días en las calles de Irán, donde se están viviendo unas desconocidas manifestaciones contra el régimen de los Ayatolás a raíz del asesinato de Mahsa Amini, una chica kurda de 22 anos a la que los guardianes de la moral se llevaron por tener el hiyab mal puesto y que murió bajo custodia policial tras pasar tres días en coma. La rabia desatada por esta muerte sacó primero a las mujeres a la calle pero, con los días, se ha convertido en un catalizador de todo el cansancio y el ansia de cambio que tienen los iraníes. Nadie sabe qué consecuencias puede tener este levantamiento, pero lejos de perder fuelle, conforme se suman días y muertes -una cincuentena, dice el Gobierno; una setentena, las ONG-, más vida cobra.

El caso Amini

Llueve sobre mojado en un país donde la mujer es una ciudadana de segunda desde que en 1979 triunfó la Revolución Islámica. La gota que ha colmado el vaso de la paciencia, esta vez, ha sido el caso Amini. El pasado 16 de septiembre, la joven Mahsa, residente la ciudad noroccidental de Saqez, en el Kurdistán, fue a Teherán con su hermano menor para visitar a su familia, en sus últimos días de vacaciones antes de empezar en la Universidad. Al salir de una estación de metro, una patrulla policial de las que vigilan la indumentaria de las mujeres (que lleven el velo, que su ropa no sea ceñida ni corta ni de colores vivos, que su maquillaje sea comedido) la detuvo por mostrar parte de su pelo, cuando el hiyab debe cubrir forzosamente el cuello y todo el cabello. Su hermano, de 17 años, trató de impedirlo, pero fue golpeado y desnudado en plena calle.

Varios testigos consultados por la prensa internacional y la familia de la joven sostienen que fue agredida por los agentes al ser introducida en un furgón. Fue llevada a una especie de centro de reeducación donde se le dan charlas a las chicas díscolas, antes de ver si su caso merece multa o algo más, entre un año y diez pueden pasar en prisión las mujeres procesadas por los delitos de vestimenta según el Código Penal local. Mahsa estuvo tres días en coma y acabó muriendo.

Su padre ha explicado a la BBC que vio a su hija la amortajada, porque antes no dejaron que accediera al hospital, y que sólo vio su rostro y sus pies, que estaban “amoratados”. Tampoco le dejan ver el informe de la autopsia. Ha pedido que le muestren las imágenes de las cámaras que los policías llevan en el chaleco, pero le dicen que lamentablemente estaban sin batería ese día. El hombre insiste en que su hija vestía correctamente y, sobre todo, en que no tenía enfermedades previas que le pudieran provocar la muerte, que es lo que dice la versión oficial del régimen. Ni epilepsia ni dolencias cardiacas, insiste. En su entorno de amistades y estudios se lo han ratificado al medio británico.

La Alta Comisionada Interina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Nada Al-Nashif, ha pedido una investigación porque, según sus datos, la versión de los golpes es la creíble, mientras Teherán le replica que todo es fruto de un fallo del corazón y difunde un vídeo en el que una persona que no se puede decir que sea Mahsa se desmaya sin que nadie la toque. Hay un clamor por una investigación imparcial para llegar al fondo del asunto, por más que el régimen se queje de que todo son “patrañas extranjeras”. La comisaría donde todo pasó, por ahora, está cerrada.

Cuando el caso trascendió, su rostro abotargado, su boca entubada y su pelo libre -al fin- prendieron la llama en las calles. “Mujer, vida, libertad” es el lema que más se corea. Las manifestaciones comenzaron en las grandes ciudades pero se han ido extendiendo a todo el país, dejando estampas de enorme impacto y valor: mujeres que queman el velo, que se enfrentan a agentes con la melena al viento, que se pintan los labios sin recato, que se hacen moños con el casquillo de una bala. También hombres que se suman a la lucha, que es la de la mitad de su país, bajo la que subyacen muchos más motivos.

El Gobierno del presidente Ebrahim Raisí, un ultraconservador entre ultraconservadores, ya ha dicho que la policía seguirá actuando con contundencia contra las marchas, sin ceder ni un ápice. Por las redes ruedan las historias de los muertos que van dejando esos agentes, que usan sin dudarlo fuego real. Y también los dibujos, de una belleza conmovedora, de artistas locales e internacionales, haciendo de Amini un símbolo de libertad. Ya no podrá ser médica, como ansiaba, pero el sueño es que pueda, de otra forma, curar a su país.

El caso de Mahsa ha calado muy hondo, pero no es la primera muerte de la policía de la moral ni son estas las primeras protestas de las mujeres de Irán, cansadas de estas subyugadas. Las campañas y los gestos de rebeldía son frecuentes en los últimos años, ha habido encarcelamientos y persecuciones, y también asesinatos muy recordados, como el de Neda Agha Soltan, una estudiante muerta durante las protestas por un supuesto fraude electoral, en 2009, cuya muerte grabada, a manos de un francotirador, conmocionó al mundo.

Movimientos como Mi libertad sigilosa, Miércoles Blancos o Las chicas de la Calle Revolución son los representantes actuales de esa llama que prende en cada generación de iraníes, que no se conforman con lo que les imponen, pero que se ven acalladas por una represión imponente. Como la de ahora, denunciada por Amnistía Internacional o Human Rights Watch.

Cómo se persigue a la mujer

Irán es una república teocrática desde que en 1979 se derrocó a la dinastía de los Pahlevi. Las protestas contra el sha Mohamad Reza Pahlaví (1941-1979) buscaban más libertades, porque el régimen era moderno y prooccidental, pero no dejaba de ser una dictadura. Con apoyos populares muy variados, porque el desánimo ciudadano era amplio, los clérigos chiítas, los ayatolás, tomaron el poder. En su momento, hasta liberales y comunistas, mujeres y hombres, los apoyaron.

La periodista Margarita Cadavid, especialista en Oriente Medio, recuerda que las iraníes formaron una parte importante de aquella revolución islámica, en parte usaron el chador negro, símbolo del martirio de los hijos de Alí, el yerno de Mahoma, como símbolo de su crítica al sha. Cuando triunfa el cambio, se recurre a ese símbolo y se impone. Ya desde el 79 se crea la Policía de la Moral, que persigue a las mujeres para que vistan de la forma que ellos consideran virtuosa, la que garantiza que las chicas llegan vírgenes al matrimonio.

43 años lleva ese Código Penal vigente. Lo que impone es una visión controladora de la mujer, a la que dicen “proteger”, por la que se impone el uso de pañuelo bien puesto, la ropa larga y holgada, poco maquillaje o mejor ninguno... Si no se cumple con esta “modestia”, la pena son multas, latigazos, arrestos y hasta la cárcel. Las mujeres pueden conducir un coche pero no ir en moto, estudiar pero sólo ciertas materias, están segregadas de los hombres en las aulas hasta que llegan a las universidades y para viajar y montar negocios en determinados lugares necesitan permisos de los varones de la familia. No pueden trabajar en el Gobierno o en el sector público. Una mujer vista en público con un hombre que no sea de su familia va detenida y también necesita permiso del varón para casarse. Ellas no pueden pedir ahora el divorcio, salvo casos autorizados, contados. Ellos pueden tener hasta cuatro esposas, gracias a la revolución.

Los autobuses, las playas, las piscinas o las celebraciones están segregadas. Ante una herencia, los hombres heredan el doble y en un juicio, el testimonio de una mujer cuenta la mitad. La mujer, en resumen, vale la mitad.

Antes de que ese manto de oscuridad cayera sobre las iraníes, estas mujeres fueron pioneras en su región a la hora de reclamar derechos. A finales de siglo XIX ya se sumaron a la revolución constitucional y lanzaron proyectos sociales, empresariales y culturales de amplio reconocimiento. El velo fue abolido en 1936, pero ya desde antes, cuando en 1926 comenzó el régimen de los Pahlavi, se animaba a no llevarlo o a reducir el chador por el velo. Décadas después, había quien lo usaba y quien no, libre elección.

  Protesta en Teherán de mujeres iraníes de tendencia marxista tras la pérdida de derechos impuesta por los ayatolás, en marzo de 1979.Richard Tomkins via AP

No había libertades políticas en ese tiempo -el sha era un autócrata-, pero sí sociales, y de entonces proceden esas imágenes de mujeres en minifalda en los campus de Teherán, chicas que en el 63 ya lograron los mismos derechos políticos de los varones, incluyendo el voto, un mejor acceso a la educación, una ley de familia que elevaba de los 13 a los 18 la edad del matrimonio, permitía a la mujer pedir el divorcio y limitaba la poligamia. Había juezas y ministras, profesoras en la universidad, artistas. Pero también descontento social, que capitanearon los religiosos, y luego todo cambió. La ilusiones de los iraníes quedaron frustradas y las de sus mujeres, más aún.

“Por su seguridad”

Desde el 79, la vigilancia de las mujeres quedó a manos de las llamadas Patrullas de Orientación (Gasht-e Ershad), pendientes del recato y la modestia, como fija la sharia o ley islámica, constatada como guía en el artículo 2 de la constitución patria. La conducta en público de las iraníes es su objetivo, aunque oficialmente “promueven la virtud y previenen el vicio”. Habitualmente se despliegan en camionetas con agentes varones acompañados de varias mujeres con chador, se colocan en lugares bulliciosos (estaciones de metro como donde arrestaron a Amini, de tren, de autobús, plazas, cruces concurridos, centros comerciales) y llaman la atención sobre lo que no les cuadra.

En tiempos menos rigurosos que los actuales, se notificaba una multa o se enviaba a las mujeres pecadoras a clase, a unos centros donde estaban 24 horas recibiendo lecciones sobre cómo deben ir. Las multas eran la penitencia más frecuente, pero se han multiplicado los casos de flagelaciones y de prisión. A las defensoras de los derechos de las mujeres que se han puesto a este control y a limitaciones como las educativas o familiares las han mandado a por latigazos y con penas más altas, como los 38 años que le impusieron a Nasrin Sotoudeh, uno de los rostros más conocidos de esta lucha.

Los ayatolás insisten en que “si las mujeres no visten como deben, los hombres podrían ser provocados y hacerles daño”, por lo que actúan “por su seguridad”. Eso justifica incluso que la policía de la moral venga de una fuerza paramilitar, que en los 80 hasta estuvo movilizada en la guerra Irán-Irak, y cuyos métodos son más que expeditivos. Mortales.

En estas protestas, además, se han detectado cortes de Internet móvil y cerrojazo en aplicaciones de mensajería instantánea, con el objetivo de limitar al máximo las convocatorias y su asistencia, para lo que también han colaborado otros cuerpos policiales, de inteligencia, que tienen sembradas las calles de dispositivos de vigilancia y escucha.

El Gobierno ya había endurecido recientemente el control para que las mujeres cumplieran con el código islámico, lo que multiplicó en los últimos meses las denuncias por el uso excesivo de la fuerza ejercido por la policía de la moral. “El 80% de las mujeres no cubre adecuadamente su cabello, así que ha sido una lucha”, señalaba días atrás en un comunicado Sepheri Far, investigadora especializada en Irán en la ONG Human Rights Watch, quien lleva 12 años exiliada en Estados Unidos tras haber sido encarcelada en su país por su activismo.

No sólo ellas

El movimiento por Amini ha hecho vomitar en las calles toda la indignación acumulada de años. Es como si los ciudadanos hubieran encontrado un punto en común para saltar y plantear a los ayatolás el mayor desafío popular en años. El momento es de especial hartazgo: a todo lo que supone vivir por más de 40 años bajo el yugo islamista y su falta de libertades, se añade la corrupción política creciente, la pobreza disparada al menos a los 25 millones de ciudadanos y el paro, a los 12 millones (sobre una población de 84 millones), con la inflación subiendo más de un 50% de media y hasta un 400%, la pena de muerte que ejecuta al año a más de 300 personas, al alza, o el estancamiento de las conversaciones nucleares con Occidente, que impide que se levanten las sanciones que asfixian su economía.

Las mujeres son las mayores perdedoras de todo esto, limitadas por partida doble como están, y a su desesperanza se suma la de todos los jóvenes, chicos de familias medias, como la de la asesinada, que no tienen más que sus medios para prosperar. A ellas se les han sumado ellos, sus compañeros, en una corriente progresista que parece imparable pero que está siendo sometida con tanta sangre que, se teme, puede acabar como otras previas, con muertos y detenciones, pero sin avances.

  Manifestantes en las calles de Teherán, el pasado 21 de septiembre. via AP

“Hay elementos nuevos que nos dan la esperanza”, explica Bahar D., una joven iraní exiliada en Europa y que colabora con la oficina de Human Rights Watch en Bélgica. “La solidaridad de los hombres es uno de ellos, pero también vemos que es un malestar general y por eso están manifestándose clases medias y trabajadoras, ciudades grandes, medias y pequeñas, todas las etnias... Creo que es inclusivo como nunca”, destaca. “La quema del hiyab no es sólo eso, significa que rechazamos el pasado, del que el velo es un símbolo para el poder. Por eso empezamos, pero lo queremos y lo necesitamos todo”, enfatiza.

Bahar ve “muy diferente”, también, el hecho de que haya clérigos que estén diciendo en público que hay que cambiar cosas. “No hablan del sistema, está claro, pero sí están pidiendo menor represión policial y menos muertes. ahora mismo se usas gases lacrimógenos, fuego real, hay palizas... No van al origen, pero al menos sí a parte del problema. Puede parecer algo pequeño pero no lo es. Me gustaría pensar que eso movilizará al régimen”, indica.

Se refiere al comunicado de la Organización por la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, un ente del Gobierno que ha dicho que “no se debe arrestar a personas por violar las normas de vestimenta” y “se deben cambiar la forma de ver este asunto” en Irán. “La criminalización de quienes no usan velo y el arresto, presentación de cargos y acusación de personas que sólo conduzcan a tensiones sociales (...) deben modificarse por ley”, añade. Dada su influencia, se entiende como un cambio de postura casi histórico.

La quema del hiyab no es sólo eso, significa que rechazamos el pasado, del que el velo es un símbolo para el poder. Por eso empezamos, pero lo queremos y lo necesitamos todo
Bahar D., exiliada iraní en Bélgica

También el presidente del Parlamento nacional, Mohammad Bagher Ghalibaf, ha dicho que la violencia de estos días “debería ser investigada para evitar que se repitan esos casos” y varios mandos de la Guardia Revolucionaria iraní se han expresado en los mismos términos, según informa la agencia Gooya News.

El Gobierno tiene la disyuntiva de cambiar las normas restrictivas o no aplicarlas tan severamente, algo que se ha hecho en tiempos más reformismas como cuando Mohammad Jatami o Hasan Rohani eran presidentes. Se le pide que empiece eliminando el cuerpo policial que ha acabado con Amini, pero Bahar reconoce que eso sería “una enorme conquista” y, por tanto, “complicada”, ya que es uno de los emblemas de la revolución. “Si eso ocurriera, las manifestaciones irían a más, porque entonces se puede entender que el cambio total es posible. Tan importante es que esa policía desaparezca”, indica. “Llamo a mis compatriotas agentes a que se sumen a nuestra lucha. Sé que muchos no quieren hacer lo que hacen, que sus condiciones son muy tristes. Deben dar también el paso”, anima.

También está la opción de que el actual presidente, Raisí, no haga nada, que es lo que parece que plantea: seguir con la presión y no escuchar a la calle. “No podemos volver al ciclo de represión y silencio de años pasados. Hay que romperlo”, confía la joven, que ha participado activamente en algunas de las campañas de los últimos años y conoce el “dolor” que generan los frenazos. Raisi es del ala dura de los ayatolás (que ya es decir) y tiene que calcular sus pasos, además, porque esta coyuntura le llega con la salud del actual líder supremo, Ali Jamenei, tocada. Tiene 83 años, no tiene sucesor claro y el presidente querría postularse al cargo que de veras da el poder en Irán.

Con Raisí han aumentado los excesos, está más abierto a la represión que a los cambios, lo que endurece la pelea. El velo, esa herramienta de supresión y control, sigue en el centro de las potentes imágenes que llegan del país, pero es sólo un ejemplo de esclavitud. Lo que está en juego es un sistema entero. Hay quien cree que, si cae la tela, cae todo. Por eso los manifestantes siguen peleando. Agotados y a por todas, con el apoyo de la comunidad internacional, de esas manifestaciones planetarias, de Madrid a San Francisco, de París a Buenos Aires, que apoyan su causa. Se llama libertad. La duda es cuánto tiempo podrán resistir.