El nacimiento de la escala planetaria

El nacimiento de la escala planetaria

Entrevista con el historiador Dipesh Chakrabarty.

Portada de 'El clima de la historia en una época planetaria' de Dipesh Chakrabarty.Alianza editorial

El planeta Tierra y lo planetario tienen su propia historia. Es evidente que el mundo cambió con el descubrimiento de América, pero también el tamaño del “mundo” creció con el descubrimiento de la vida microbiana. El planeta Tierra ha sufrido un cambio enorme en las últimas décadas a causa del calentamiento global; de hecho, el cambio climático está alterando nuestra manera de pensar el tiempo, el espacio y la propia humanidad.

Dipesh Chakrabarty ha tratado de abarcar ese nuevo mundo en su ambicioso libro El clima de la historia en una época planetaria (Alianza, 2022). El nacimiento de la escala planetaria nos modifica e interpela en muchos sentidos. También cambia el tipo de periodismo y entrevistas que deberíamos hacer, de ahí que esta conversación intente ser un modesto ejemplo de ese giro planetario.

ANDRÉS LOMEÑA: Su obra trata de dejar claro que lo planetario no equivale a la globalización y el libro muestra, de manera muy oportuna, una foto de un niño jugando con lo que llama un juguete del antropoceno (una excavadora), lo que sirve de metáfora para un hecho reciente: los humanos mueven más sedimentos que todos los procesos naturales combinados y una de las consecuencias de esto es que ya no deberíamos separar la historia humana de la historia natural. ¿Cómo se supone que deberíamos sentirnos en relación a este giro planetario, que nos trae nuevos e inquietantes conceptos como el de tiempo profundo?

DIPESH CHAKRABARTY: Muy buena pregunta: ¿cómo deberíamos sentirnos, como humanos (o debería decir como humanos privilegiados, ya que tres mil millones de individuos viven de manera indigna), respecto a nuestros modos planetarios de existencia, donde nuestros deseos individuales y colectivos están implicados en procesos que contribuyen a desastres medioambientales a escala planetaria? A menudo, al ser descuidados o no ser conscientes de nuestro impacto en el planeta, nuestra existencia planetaria se expresa a través del consumo alegre. Viajar en avión, por ejemplo, es muy malo para el medio ambiente, pero también es una forma de disfrute para muchos (sobre todo para los jóvenes, o para los mayores con recursos). Otro ejemplo sería comer fuera, otra forma de disfrute. O comer más carne, tal y como hace la mayoría de personas cuando aumenta su nivel económico. Consumen más proteínas. Eso es lo que mantiene la ganadería industrial de carne y pescado, que tampoco es buena para el medio ambiente. 

Ya somos ocho mil millones de humanos en el planeta. No hay nada moralmente erróneo en las personas que quieren vivir bien y disfrutar la vida, siempre y cuando no se pongan en peligro ellas mismas en el proceso. Obviamente, no corresponde a los ricos decirle a los pobres lo que han de consumir. La justicia social requiere que nos aseguremos de que los ocho mil millones tengamos vidas razonablemente buenas. Al mismo tiempo, parece ser cierto que, sin intervención, la biosfera puede que no produzca tanta carne o pescado como los ocho mil millones de humanos pueden querer o necesitar consumir. Así, si quieres producir más carne o arroz, tendrás el problema de producir más metano en la biosfera. Esto te hará darte cuenta de que la crisis que viene lo hace en forma de enigma. Queremos vivir bien. Queremos que todos los humanos vivan bien. Además, tenemos que hacerlo a través de los mecanismos del mercado que ya existen (no veo ninguna posibilidad de una transición inmediata al socialismo o a una economía dirigida). Esas instituciones no afrontan la crisis climática con la urgencia que piden los científicos. Nuestro ritmo de transición a las energías renovables no va a la velocidad que el sistema Tierra necesita para que nosotros evitemos aumentar la temperatura media de la superficie terrestre en más de dos grados en las próximas décadas. No hay soluciones perfectas.

Se han propuesto soluciones prácticas: la ingeniería climática o los vehículos eléctricos son con frecuencia soluciones modestas, mientras que las soluciones maximalistas (como eliminar el capitalismo o la modernidad) suenan poco creíbles, como poco. Está claro que hay un abanico de sentimientos que atraviesan esta situación, desde la negación y la indiferencia hasta la mayor desesperación. Todo esto ocurre mientras hay personas que sufren seísmos, inundaciones, olas de calor o la salinización del agua en regiones costeras. Ellos tienen sentimientos que se pueden imaginar fácilmente. 

Como humanistas y académicos (frente a activistas y tecnócratas), nuestra primera tarea es hacer que las personas sean conscientes de lo que está ocurriendo sin hacerles sentir culpables ni indefensos. El objetivo es que hasta ahora hemos querido vivir bien sin tener en cuenta el planeta. El calentamiento global es el precio que pagamos por los medios que hemos elegido para conseguir una buena vida. También es una manera de que el planeta o el sistema Tierra nos recuerde que existe y que somos parte de él. No podemos vivir bien durante mucho tiempo si olvidamos lo que hace el planeta por mantener la vida. Estamos rompiendo el sistema de soporte vital del planeta. Nuestra tarea es evitarlo y conseguir un equilibrio entre contar la dura realidad y motivar a las personas para que lleven a cabo acciones viables, ya sean para mitigar el cambio climático (aunque el tiempo para eso puede que ya haya pasado) o para la adaptación.

A.L.: Parece como si nadie estuviera bien equipado intelectualmente. Le pongo algunos ejemplos: Jon Elster nunca publicó nada sobre teoría de juegos aplicada al cambio climático, Branko Milanovic ha estudiado las desigualdades, pero no dedica ningún espacio al medio ambiente, Habermas apenas ha escrito sobre ecología en particular, y así podríamos seguir. ¿Es una cuestión generacional o qué pasa aquí?

D.C.: Estamos en un gran momento de cambio, aunque el proceso puede ser lento. Muy poca gente niega la realidad del cambio climático planetario en la actualidad. Los días de gloria de gente como Lomborg han terminado. Pero lo que dices es verdad. Incluso académicos como Pranab Bardhan, un economista del desarrollo en Berkeley al que respeto enormemente, se pondría a pensar en un problema como “la erosión global de la democracia” (un problema urgente, por supuesto) antes de discutir sobre cambio climático, aunque tampoco lo fuera a negar. Los académicos habitualmente quieren quedarse en sus zonas de confort intelectual en lugar de asumir riesgos y parecer poco profesionales. Un economista respetado como Partha Dasgupta, que ha estado trabajando en economía medioambiental durante un tiempo, está ahora escribiendo sobre la biosfera, la extinción y la cuestión de calcular el coste de la biodiversidad. Colabora con Paul Ehrlich

Las disciplinas tardan en cambiar sus concepciones. Además, hay otros problemas importantes que tienen que ver con la historia de las disciplinas. El primero es la diferencia entre ciencias naturales y ciencias sociales, algo que se produjo en el siglo XIX y se fortaleció en el XX. La investigación se ha encerrado en disciplinas. Estudiar el cambio climático requiere un acercamiento holístico que solo puede desarrollarse en conversación con diferentes disciplinas. Está empezando a darse, pero tal y como sugieres, puede llevar varias generaciones para que se complete. Algún día, tal y como Latour esperaba, la economía le hablará a la ecología.

A.L.: Describe la importancia del protocolo de Montreal. A mí tantas convenciones me parecen como rocas sedimentándose demasiado lentamente: el último sedimento es la COP27. Casi parece que se estén burlando de nosotros. ¿Sirven de algo o son una estafa?

D.C.: No negaré que hay casos de engaño como el de Exxon, que Naomi Oreskes, James Hansen y otros han documentado y discutido. Pero los grandes problemas son el déficit institucional, así como la inercia de las viejas instituciones. Hay casos donde claramente necesitamos regulaciones regionales, cuando no globales: los bosques del Amazonas o los glaciares del Himalaya. Déjame que cuente algo que, por ser de la región, conozco bien. Los ríos de los glaciares del Himalaya llegan a otros países, desde Pakistán a Vietnam. Como India y China (y en parte Pakistán) priorizaron la geopolítica por encima de la política (de la gestión de la geología), el Himalaya es la cadena montañosa más militarizada del mundo. No hay un acuerdo entre las naciones implicadas que las lleve a crear una autoridad regional para asegurar que se conserve el buen estado de los glaciares. Para conseguirlo, los respectivos estados-nación tendrían que ceder parte de su autoridad, pero eso es justo lo que no quieren hacer. 

La pandemia es otro ejemplo que nos indica la necesidad de una regulación global. Está claro que intentamos resolver problemas planetarios con la ayuda de instituciones como la ONU, que fueron creadas para solventar problemas globales entre los estados-nación. No se trata de ninguna estafa, simplemente las instituciones que tenemos no son las más adecuadas. Todas pertenecen a un momento anterior al cambio climático y no están preparadas para arreglar esos problemas de escala planetaria.

A.L.: Su libro incluye un elogio de Bruno Latour y una conversación con él. Latour falleció recientemente. Aunque no lo conocí personalmente, su pérdida me entristece muchísimo. Supongo que usted ha intentado continuar su legado intelectual.

D.C.: Yo también estoy muy triste y lo echo de menos. Su presencia física, su generosidad intelectual, su frecuente sentido del humor, sus risas, su forma de hablar, todo eso vuelve a mí. Mi amistad con él (con Jan Zalasiewicz, con François Hartog) me recuerda que aunque estamos envueltos en nuestras identidades específicas (anglopolaca, francesa, española en tu caso o bengalí en el mío), también somos seres humanos. No solo compartimos el planeta, también compartimos nuestra humanidad. Y ha llegado el momento de que la humanidad encuentre una forma política de existencia, aunque siga siendo una cuestión endiabladamente complicada.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).