20 años sin Couso y Anguita, las voces silenciadas de la prensa española en la guerra de Irak

20 años sin Couso y Anguita, las voces silenciadas de la prensa española en la guerra de Irak

Las muertes de los dos periodistas, en días consecutivos, a manos de tropas estadounidenses e iraquíes, causó conmoción en España. Aún falta justicia.

Julio Anguita Parrado y José Couso Permuy.REUTERS

La invasión de Irak, de la que ahora se cumplen 20 años, fue una guerra distinta para España. Pese a su lejanía geográfica, la implicación del Gobierno de José María Aznar (PP), con la famosa foto de las Azores, nos metió de lleno en el conflicto, en el que se dejaron la vida luego 12 militares en las misiones internacionales desplegadas tras la caída de Sadam Hussein. Pero antes, en el mes y medio que duró la ofensiva, nuestro país ya había quedado conmocionado por la muerte de dos compatriotas, los periodistas Julio Anguita Parrado y José Couso. Uno, a manos de los iraquíes, falleció el 7 de abril. El otro, a manos de los estadounidenses, al día siguiente. 

En estas dos décadas, sus nombres se han convertido en símbolos del oficio y hoy hasta bautizan dos premios que reconocen a los buenos profesionales, como lo fueron ellos, pero también permanecen en la memoria viva como una llamada de atención: sobre los valores que no hay que perder, sobre las apuestas indispensables, sobre las condiciones de trabajo de los informadores, sobre la justicia de que se sepa lo que pasa y pague quien viole derechos esenciales.

Morir empotrado

Con la guerra de Irak cambiaron algunas cosas para el periodismo. Por ejemplo, los reporteros comenzaron a convertirse en moneda de cambio, con secuestros disparados en la postguerra, y también se recuperó la figura del empotrado, a la que no se recurría desde Vietnam. Consiste en que un reportero acompañe al Ejército de EEUU y cuente la guerra desde dentro, lo que supone un acceso privilegiado a uno de los bandos pero, también, someterse a las reglas y límites que ellos imponen, renunciando a parte de la libertad de quien va por libre sobre el terreno. Más seguridad, menos autonomía, otras historias, también necesarias. 

Esta vía es la que había elegido Julio Anguita Parrado, periodista cordobés nacido en 1971 y en el momento de su muerte, corresponsal en Nueva York del diario El Mundo, al que llevaba vinculado 10 años. Tras haber cubierto los atentados del 11-S y las primeras represalias del Gobierno de George W. Bush, hizo un curso de corresponsal de guerra en Quantico (Virginia) organizado por el Pentágono, con la intención de ir con los soldados norteamericanos a Irak, en la ofensiva de 2003. Viajó al país el 21 de marzo, junto con la 3ª División de Infantería, formado para informar. 

A su padre -el político Julio Anguita (IU), cuyo apellido dejaba en una A para que nadie lo acusara de beneficiarse de nada- lo llamó diciendo que "quería estar en primera fila". "Mi aprensión no es sólo a la guerra en sí, sino a si voy a estar a la altura de este trabajo", decía en una entrevista en Canal 9. "Estoy contento", resumía. 

Estaba Julio en una zona supuestamente segura, en un centro de comunicaciones a unos 15 kilómetros de Bagdad, la capital iraquí. Como explican en un homenaje sus compañeros de El Mundo, telefoneó tres veces en la mañana de su muerte a la redacción. "Era consciente de que la incursión de la Tercera División contra Bagdad era la gran noticia del día. Pero revestía cierto peligro. El domingo habló con Roberto Montoya, uno de los jefes de Internacional, y con Iñaki Gil, director adjunto de Información del diario, para informarles de que le habían invitado a tomar parte en ella. 'Le advirtieron de que iba a ser muy peligroso', cuenta Gil. 'Y le dijeron que, eventualmente, podrían quedarse en Bagdad. El deseaba ir, pero los militares estadounidenses le señalaron que su chaleco antibalas no era apto porque carecía de placas de protección. Así que prometió enviar una crónica contando los detalles de hoy y me pidió que avisara a la Redacción de Internet de que algo gordo iba a ocurrir al amanecer'". 

Hubo un ataque all que él había pensando ir, pero que cuando estaba a punto de marcharse llegaron varios heridos del frente, alcanzados en un ataque de mortero, relatan sus colegas. Entonces las autoridades norteamericanas le dijeron,  como ya habían hecho en otra ocasión, que su chaleco no era el adecuado. Carecía de placas de protección y por eso decidió quedarse en el centro de comunicaciones, desde donde se coordinaban todos los aspectos de las operaciones militares, desde sus planes de ataque hasta sus suministros. "Así que él mismo nos dijo que había hecho bien en no ir". 

No sabía que más tarde, en ese centro supuestamente a salvo, caería un misil iraquí que le quitaría la vida a él y a un reportero de la revista alemana Focus, Christian Liebig; también fallecieron en el acto dos soldados norteamericanos, otros 15 resultaron heridos y 17 vehículos militares quedaron inutilizados. El proyectil había sido lanzado desde la ciudad de Hilla, situada unos 50 km en la retaguardia de las tropas estadounidenses.

En la tarde de ese día se informó de su muerte a su entonces director, Pedro J. Ramírez, y a una redacción que sólo 15 meses antes había perdido a Julio Fuentes en Afganistán, durante una emboscada. Vinieron homenajes -especialmente sentido el del Ayuntamiento de Córdoba, donde su madre, Antonia Parrado, era teniente de alcalde- y palabras de duelo que han quedado para la historia del pacifismo español. "Ha sido un misil iraquí, pero es igual, lo único que puedo decir es que vendré en otra ocasión y seguiré combatiendo por la tercera república. Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen", dijo su padre.

La "humanidad", "empatía" y "entrega" que siempre han destacado sus compañeros se premia ahora, cada año, en un galardón del Sindicato de Periodistas de Andalucía para profesionales "con una trayectoria profesional brillante y comprometida con la defensa de los derechos humanos que hayan realizado trabajos en zonas de conflicto bélico o de especial violencia social". Lo han recibido informadores como Ana Alba, Mónica García Prieto o Gervasio Sánchez. 

En busca de justicia

Con la muerte de Anguita Parrado recién sabida llegó la de José Couso (Ferrol, 1965). Dos reporteros caídos en dos días, dos casos muy diferentes. En este caso, hablamos de un camarógrafo que días antes de la invasión norteamericana se trasladó a Irak formando parte del equipo de Informativos Telecinco. Cuando comenzaron los bombardeos, la cadena contaba sobre el terreno con él y con el redactor Jon Sistiaga. Hay que estar. Hay que quedarse. Tenemos que contar la historia completa. Si no hay testigos, ¿quién va a contarle a la gente lo que le pasa a los iraquíes?", defendía.

El 8 de abril de 2003 se encontraba en el Hotel Palestina de Bagdad, que se había convertido en la práctica en un centro internacional de prensa por la cantidad de informadores extranjeros alojados en él, unos 200. Las lentas horas de la batalla pasaban y varios medios tenían a sus reporteros gráficos apostados en las ventanas y balcones del edificio, viendo lo que sucedía en los alrededores. Una compañía de la 3ª división de infantería del Ejército estadounidense se encontraba luchando al otro lado del río Tigris, donde recibían fuego de mortero y granadas propulsadas. Couso lo estaba grabando. 

Según el informe realizado por el Mando Central de los Estados Unidos (CENTCOM), el fuego enemigo estaba siendo dirigido por un observador que se encontraba junto al río Tigris, en la misma orilla que el Hotel Palestina. Tras la búsqueda del presunto observador, un tanque M1 Abrams disparó su cañón de 120 mm contra el hotel. El proyectil del tanque impactó en el piso 15, en el cual se alojaba el equipo de la agencia Reuters, que estaba retransmitiendo en vivo todo lo que sucedía. En ese punto resultó muerto el periodista ucraniano Taras Protsyuk. El cámara español estaba trabajando un piso más abajo, pero su balcón también resultó dañado por el proyectil. Fue trasladado al Hospital San Rafael de Bagdad, colchones y sábanas manchadas portadas por periodistas desencajados. No tenía UCI, traslado al Al Nafis; murió cuando lo estaban operando. 

Otra voz acallada, pero no por la mala suerte de la guerra. El caso Couso tiene muchas más aristas que el de Anguita y todavía colea, porque nadie ha pagado por una muerte que supone un incumplimiento de las leyes internacionales y un crimen de guerra: no se ataca a la prensa independiente. Y es que la versión del CENTCOM ha sido corregida por el propio Gobierno de Estados Unidos, que ha dado hasta tres versiones cambiantes de lo ocurrido y, sobre todo, por los periodistas que estaban en el Palestina y que niegan la mayor: no había ataques desde el hotel, lo que había era informadores. 

  Estado en que quedó la cámara de José Couso tras su muerte en Bagdad.AFP via Getty Images

Como explica con sencillez y contundencia en Eldiario.es el periodista Carlos Hernández, presente en Bagdad en ese momento con Antena 3, hacía horas que los blindados de EEUU estaban frente al hotel y veían el ir y venir de periodistas en los balcones, haciendo su trabajo con sus equipos. Además, ese mismo día fueron atacados por EEUU los otros dos puntos donde se estaba transmitiendo en vivo, como hacía Reuters, el avance de la contienda; eran las sedes de Al Jazeera y de Abu Dhabi TV. Así se destruyeron las tres señales en vivo, en un tiempo sin redes ni internet tan extendida. Murió otro periodista y tres resultaron heridos. 

Washington insistía inicialmente en el "fuego hostil", primero desde la base del hotel y, luego, desde la terraza. Al final, recurrió a la denuncia de un "oteador" con prismáticos, supuestamente delatando su posición, cuando, "desde media ciudad de Bagdad, con solo tener dos ojos, era posible divisar perfectamente a esos blindados detenidos durante horas en mitad del puente", escribe Hernández. 

Sistiaga explica en el documental Hotel Palestina que Couso estaba "despierto" cuando lo encontró herido en su habitación y que fue "consciente de quién lo mataba", que pudo decirle claramente que era un tanque, un carro de combate M1 Abrams, con visores optométricos de cuatro kilómetros de alcance, el que había efectuado el disparo.

Disparó el sargento Shaw Gibson, último eslabón de una cadena de mando completada por el capitán Philipe Wolford y el teniente coronel Philip De Camps. Gibson, el sargento que disparó, declaró a un medio belga que él vio a alguien con unos "grandes prismáticos" en un balcón. "Yo no vi cámaras, me parecieron prismáticos (...) No sabía que había periodistas". La confusión también es difícil de entender, por cuanto la mira de su carro de combate es de enorme precisión y es capaz de aportar una imagen nítida a esa distancia, suficiente para distinguir unos prismáticos de una cámara.

El 2 de mayo de 2003, durante una visita a España, el entonces secretario de Estado de EEUU, el republicano Colin Powell, habló de la muerte de Couso como un "trágico accidente de guerra", aunque asumió, por primera vez, que "sabían" que en el hotel estaban los periodistas. La agencia Associated Press, de seguido, desveló una llamada entre los mandos del 64 Regimiento al que pertenecía Gibson -apodados Los Asesinos- en la que quedaba claro el caos en la toma de decisiones: "¿Quién ha disparado al Hotel Palestina? ¿Has disparado al jodido hotel?". Según la ONG independiente Reporteros Sin Fronteras (RSF), el hotel estaba descrito como "zona de seguridad" y recomendado por las propias autoridades estadounidenses. En su informe Dos crímenes por una mentira, concluyó que esa tesis de la "legítima defensa" era solo "una mentira de Estado". Pese a ello, Bush, ante Aznar, decía: "La guerra es un lugar peligroso, nadie mataría a un periodista intencionadamente". 

La familia de Couso ha sido muy peleona en estos 20 años y no deja caer el caso en el olvido. El Ejecutivo de Aznar no condenó ni el ataque y fueron ellos los que interpusieronuna querella porque el Estado no actuó de oficio, pese a que había muerto un español. En nombre de la Asociación Hermanos, Amigos y Compañeros (HAC) de José Couso han logrado que se abra y se reabra una investigación en la Audiencia Nacional, en dos ocasiones el Tribunal Supremo les ha permitido empezar el proceso de nuevo, pero han tenido en frente enormes problemas. Como que Interpol, por primera vez en la historia, se negase a seguir la orden de un juez de busca y captura para los tres militares a los que querían investigar. O que el PP haya cambiado hasta la ley acabando con el principio de justicia universal y cerrando la posibilidad de procesar en España a esos militares de EEUU. También el PSOE, como ha dejado claro WikiLeaks, trató de embarrar el proceso. 

Con el Gobierno de coalición con Unidas Podemos no se ha recuperado ni la justicia universal, que era una de sus promesas compartidas. Incluso, cuando en enero de 2020 la AN condenó al Estado por no haber brindado la diplomática a la viuda y los hijos de José, el Ejecutivo de izquierdas recurrió al Supremo. El fallo está ratificado: el Gobierno "estaba obligado a hacer gestiones en pro de una investigación internacional objetiva de los hechos y, en su caso, utilizar los medios que estimara procedente que pudiera dar como resultado la reparación del daño ocasionado", insiste la sentencia, por lo que censura que diera la "callada por respuesta" y, tomando por bueno lo que decía EEUU, sin más.

Tras ratificar el Tribunal Constitucional el archivo del caso, pese a los esfuerzos del juez Santiago Pedraz, que hizo de todo por mantener viva la causa, la familia de José Couso recurrió al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Fue en 2021. "Nuestra pretensión es que el TEDH determine si la reforma de la normativa española sobre jurisdicción universal supuso una vulneración del Convenio Europeo de Derechos Humanos", explicó en un comunicado.

Tras dos décadas de desprecio y buenas palabras, como mucho, el ansia de justicia sigue y se verá con distintas manifestaciones convocadas estos días. El nombre de Couso, como el de Anguita Parrado, se recuerda con otro premio anual del Colegio Profesional de Periodistas de Galicia y el Club de Prensa de Ferrol, que ostentan Ricardo García Vilanova, Javier Espinosa, Marc Marginedas, Jordi Évole o Lydia Cacho.