50 años sin Allende: el golpe de Estado de Pinochet en Chile explicado a quienes no saben qué fue

50 años sin Allende: el golpe de Estado de Pinochet en Chile explicado a quienes no saben qué fue

El primer presidente marxista democráticamente elegido en el mundo cayó por el levantamiento de su ejército, animado por EEUU. Su suicidio, la represión posterior y el ordeno y mando marcaron la historia de la izquierda en América Latina. 

Soldados a las órdenes de Augusto Pinochet atacando el Palacio presidencial de La Moneda, en Santiago de Chile, donde se encontraba el presidente Salvador Allende.AP

Antes del 11-S hubo otro 11-S. Los millenials o los Z escuchan la fecha y recuerdan Nueva York, pero el 11 de septiembre de 1973 los ojos del mundo estaban más al sur, aún en el mismo continente, porque Chile vivió uno de los episodios más oscuros de su vida, una asonada que provocó una sacudida en toda América Latina, un golpe de Estado que cambió los tiempos, los poderes, las ideas, hasta hoy. 

Se cumplen ahora 50 años de aquel día en el que, tras meses de tensión e intentonas menos firmes, las fuerzas armadas chilenas, comandadas por su jefe, el general Augusto Pinochet, se levantaron en armas contra el Gobierno legal y democrático de Salvador Allende, el primer mandatario marxista del mundo elegido en las urnas al frente de su Partido Socialista. 

El líder elegido por los chilenos cayó con una dignidad condensada en seis minutos de discurso -justamente etiquetado como histórico- en el que confiaba en la democracia, la justicia y la paz. "Se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor", fue su mensaje final, su anhelo. Luego se pegó un tiro en el Palacio de la Moneda, rodeado de soldados y carabineros. Hoy las alamedas están abiertas, su país es democrático y próspero, pero aquello hizo tanto destrozo que los costurones y las adherencias tiran y duelen todavía. 

Pinochet se asentó en el poder, bien apoyado por Estados Unidos, que apostaba por erradicar la izquierda en toda la región e imponer un sistema ultracapitalista. Se abrieron así 17 años de dictadura que dejó más de 40.000 víctimas, entre ejecutados, detenidos desaparecidos, prisioneros políticos y torturados, según cifras de la comisión oficial que recopiló testimonios de víctimas y familiares. Más de 3.200 chilenos murieron a manos de agentes del Estado, una maquinaria experta en torturas y otras violaciones de derechos humanos. No hubo democracia hasta 1990, pero aún hoy, cinco décadas más tarde, no hay ni verdad completa, ni justicia ni reparación. 

  Salvador Allende saluda a sus seguidores en un acto en Santiago, en 1971.AP

De dónde veníamos

El golpe del 11 de septiembre del 73 fue la culminación de años convulsos para Chile, pero también ilusionantes. Fue en 1970, cuando de forma histórica Salvador Allende ganó las elecciones, cuando no era precisamente el candidato favorito. Era la cuarta vez que se presentaba a unas elecciones y nunca lograba el despacho presidencial de la Moneda, hasta que finalmente, en una reñida elección a tres bandas, consiguió su mayoría simple con un 36,6 % de los votos. Fue un hito mundial, evidencia de la influencia creciente de las corrientes progresistas. 

Allende, sin mayoría absoluta, supo convencer a las fuerzas de Unidad Popular, una coalición de partidos de izquierda, que hasta los democristianos, más templados y conservadores, apoyaron de inicio porque buscara reformas que todos creían necesarias. A saber: más estado, más derechos sociales, más servicios públicos, más justicia para los chilenos. El socialismo de Allende se aplicaba con el mandato de los ciudadanos y llevó, por ejemplo, a la nacionalización del cobre, la estatización de las áreas "claves" de la economía y la profundización de la reforma agraria, a medio cuajar. 

Pero que se forjara un referente así para la izquierda global, en plena Guerra Fría, cuando el comunismo era el demonio, encendió las alarmas de Washington. En ese momento ocupaba la Casa Blanca el republicano Richard Nixon, conocido por su radical anticomunismo, por lo que Chile pronto se puso bien alto en su agenda de problemas. Lo ha reconocido el propio Gobierno de EEUU, a través de su secretario de Estado de entonces, Henry Kissinger: hubo una persistente intervención de la Administración Nixon y, en concreto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para hacer fracasar la legislatura y, a la postre, propiciar la victoria de un golpe de Estado. "No permitiremos que Chile se vaya por el desagüe", le dijo Kissinger en una de llamada al director de la CIA, Richard Helms, tras la victoria de Allende. Helms le respondió: "Estoy contigo".

Los problemas para el Ejecutivo de Allende llegaron sobre todo a partir de 1972, con una crisis económica que causó incluso desabastecimiento y, con él, protestas en la calle. En 1973 la inflación bordeaba el 1.000% anual y no existían activos internacionales. El gabinete trataba de tapar las salidas de agua, en un contexto general de problemas económicos en Latinoamérica, pero sus reformas, bien acogidas por los que más lo necesitaban, molestaban a esa clase media-alta de siempre, que se veía perdiendo poder. 

Los historiadores han constatado que, sí, Allende cometió algunos errores en su gestión, como la impresión excesiva de billetes que llevó a una superinflación -pretendía, en realidad, subir los salarios- o el congelamiento de los precios de las mercancías sin prever las consecuencias, cuando además no contaba con una amplia mayoría política y sí tenía frente a él una sociedad polarizada que no supo unir. Pero es que tampoco le dejaron mucho: en su fracaso estaba la apuesta para EEUU, la "prioridad" como decía Kissinger, de que la economía chilena sufriera el mayor número de problemas posible. Logrado. 

La vía amable del socialismo se cortó de raíz y fue la punta de lanza de la estrategia que luego se llamó el Plan u Operación Cóndor, una campaña de represión política y terrorismo de Estado respaldada por Washington que incluía operaciones de inteligencia y el asesinato de opositores. Formalmente se data a partir de 1975 y logró desbaratar a la izquierda e imponer regímenes totalitarios y mandatarios afines, como lo fue Pinochet, alimentando a la vez a una ultraderecha que pervive

El golpe

Las cosas se fueron poniendo muy feas. Ya el 29 de junio de 1973 se produjo el llamado "tanquetazo", un intento fallido de golpe. El regimiento blindado N2, integrado en su mayoría por oficiales intermedios y liderado por el teniente coronel Roberto Souper, se había sublevado con apoyos de la derecha extrema. Allende pudo pararlo porque esta vez la organización no fue muy precisa. El comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats, comenzó a dirigir una contraofensiva para sofocar la rebelión, con el apoyo y la confianza del presidente, a quien siempre había defendido. Pero la presión fue en aumento. 

El 21 agosto ya Prats no pudo más y, presionado por sus compañeros militares, decidió dejar el cargo. Luego sería asesinado junto a su esposa en Buenos Aires, en 1974. Había tensión pero, en un principio, se pensó que habría continuidad -es decir, legalidad institucional y respeto a lo votado- porque su testigo lo tomó su segundo, el general Pinochet, que se tenía por apolítico y con un expediente bastante tranquilo para el momento. Lobo con piel de cordero, Augusto José Ramón Pinochet Ugarte se hizo con el mando de la sublevación menos de un mes más tarde, encabezando primero al personal de la Armada -al que pertenecía-, luego al del Aire que se sumó y, al fin, a los carabineros. Lideró a los golpistas y que sedó con el timón, en mano de hierro, durante 17 largos años. 

La fiebre en las Fuerzas Armadas, ahora sí prácticamente en bloque y con apoyo policial, estalló el 11 de septiembre. Los militares tomaron posiciones en todo el país, no sólo en cuarteles o bases, sino manejando los medios de comunicación, una herramienta esencial de poder. En la mañana de aquel día ya controlaban gran parte del país, exigiendo la renuncia inmediata de Allende, quien se refugió en la sede de Gobierno, en Santiago. De su casa a su despacho se llevó un fusil AK-47, regalo de Fidel Castro. 

Pinochet estaba ilocalizable, como el resto de la cúpula militar. Esta vez no tenía a uniformados en los que apoyarse. Se informó de que el presidente, al no poder contactar con Pinochet y conocer que hay personal atrincherado en cuarteles, dijo: "Pobre Pinochet, debe estar preso". Aún confiaba en él. 

A las 8:42 de la mañana, la Cadena Democrática, formada por las radios Minería y Agricultura, emitió la primera proclama militar. Allende debía hacer entrega inmediata de su cargo a la junta de Gobierno, integrada por los jefes supremos de las fuerzas Armadas, con Pinochet al frente. Allende intentaba dar entrevistas y calmar a los ciudadanos, pero las emisoras se iban cerrando con el avance golpista. Era un éxito. La sede de la Presidencia estaba ya rodeada, no sólo había ya levantamiento en Valparaíso, lejos, sino en todo el país, también en la capital. 

Radio Magallanes, una pequeña emisora, aún no estaba tomada y Allende llamó a su director y le pidió antena. La tuvo. Pronunció su último discurso, seis minutos que contienen frases de referencia en la historia mundial del siglo XX. "¡No voy a renunciar! Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo", anunció, de partida. Habló con "decepción" y "sin amargura" y se definió como "un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia". Aseguró que sus palabras serían "el castigo moral" de los golpistas. Su tono sereno impresionaba (e impresiona) por encima de todo. Estaba convencido de que había actuado bien en su gestión y en que Chile merecía lo que una dictadura no iba a ofrecerle. 

"Se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor"

"Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!", concluyó, nadie sabe si leyendo o improvisando pero, desde luego, elevándose sobre el golpe y su maldad. Eran las 10 y 10 de la mañana. 

A los pocos minutos de su alocución, las tropas entraron al Palacio de la Moneda pero no detuvieron a Allende, quien decidió suicidarse con un disparo antes de caer en manos enemigas. 

Las consecuencias

Los militares no querían sólo el fin de Allende sino de todo su ideario, de su programa político, sus colaboradores, sus planes. Comenzaron entonces semanas y meses de intensa persecución, borrando todo rastro de democracia e imponiendo un sistema de ordeno y mando en el que todo lo que oliese a izquierda era directamente sometido y silenciado. Pinochet necesitó no mucho tiempo para hacerse con el mando, sobre la tierra quemada. Controlado todo, vino la venganza. 

Las Fuerzas Armadas chilenas ilegalizaron todos los partidos políticos y comenzaron a arrestar a toda persona sospechosa de ser militante de izquierda. En Santiago estas personas fueron llevadas al Estadio Nacional, donde soportaron torturas durante días, semanas. En los dos meses que el sirvió como el primer campo de concentración del país (del 11 de septiembre al 19 de noviembre de 1973) se estima que 7.000 personas fueron detenidas y 400 perdieron la vida. Entre ellas, por ejemplo, el cantautor Victor Jara, a cuyos asesinos se acaba de condenar, casi 50 años después. 

Amnistía Internacional indica que Durante el régimen de Pinochet se suspendieron las garantías constitucionales, se disolvió el Congreso y se declaró el estado de sitio en todo el país. "Infringir tortura y hacer desaparecer a personas, entre otras prácticas, se convirtieron en política de Estado", denuncia. Según cifras oficiales, el régimen dejó 40.175 víctimas, entre ellas personas torturadas, ejecutadas, detenidas y desaparecidas. 

La Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Chile creada en democracia estima que 28.459 personas fueron víctimas de la tortura específicamente y que 3.227 fueron asesinadas o desaparecidas. Y según registros del Observatorio Justicia Transicional en más del 70% de los casos de personas ejecutadas o desaparecidas no ha habido justicia, verdad ni reparación. A la fecha se estima que hay 1.469 cuerpos de personas detenidas y ejecutadas que no se han encontrado.

Pinochet masacró a sus propios ciudadanos para moldear Chile como querían él y los suyos -José Toribio Merino, Gustavo Leigh, César Mendoza...-. Acallaba bocas dentro y fuera, porque durante los primeros años de la dictadura militar, participó en el Plan Cóndor de EEUU con entusiasmo, mientras en paralelo llevaba a cabo reformas económicas que convirtieron a Chile en uno de los pioneros del neoliberalismo económico, que comenzó a asentarse en la década de 1980.

El fin

Los años de asfixia seguían pasando, pero se avecinaban cambios, democráticos y pacíficos. De acuerdo con lo estipulado en la Constitución de 1980 -que es la que todavía manda en el país y que se está tratando de reformar de forma polémica- en el año 1989 debía elegirse un nuevo mandatario para el país. El candidato no podía ser Pinochet, a menos que contara con la aprobación de la ciudadanía, a la que se le pediría su opinión a través de un plebiscito solicitado por los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y el general director de Carabineros. Parecía un trámite, en una dictadura, pero no, fue el principio del fin. 

El plebiscito nacional se convocó el año previo, en 1988, y estaba en juego que el dictador prorrogase su cargo por un nuevo período de ocho años, hasta diciembre de 1997. El proceso de votación, estaría regulado por el Tribunal Calificador de Elecciones, no por el Poder Ejecutivo, como había sido el caso en los dos plebiscitos anteriores de 1980 y 1978. Fue un cambio determinante para garantizar la claridad de los sufragios, la verdad de la calle. 

Mientras los partidarios de Pinochet llenaban todo con su "sí", recurriendo al fantasma de la desestabilización que podría traer un cambio, los ciudadanos que aún sobrevivían y anhelaban un país libre pedían el "no". La magia de las ideas y la publicidad, en la primera campaña con anuncios en televisión, cuajó en una corriente que, en vez de recordar los asesinados, los torturados, los desaparecidos y exiliados buscó la necesidad de paz de un país. "La alegría ya viene" fue su lema y el revulsivo final, que tan bien contó en el cine Pablo Larraín

Los restos

La democracia no volvería formalmente a Chile hasta el año 1990. Patricio Aylwin asumió como presidente. Ahora, el país está comandado por un nuevo izquierdista, Gabriel Boric. Y, sin embargo, la sombra de la dictadura le persigue. El país vive dividido, como demostró la elección de Boric en 2021, que ganó a un ultraderechista, José Antonio Kast. 

Viene de lejos, la distancia. Pinochet nunca pudo ser juzgado por sus crímenes,n aunque estuvo perseguido por la Justicia gracias a una investigación del juez español Baltasar Garzón. Ver al dictador amenazado, atrapado, no fue consuelo suficiente. Al menos, de su caso se logró un importante impulso a la justicia internacional. 

Los rescoldos son, además, demasiado abrasadores. Dicen las encuestas que hay un 56% de chilenos al que no le interesa este 50º aniversario del golpe, un 32,8% que aún se declara a favor de la asonada, que entiende que fue "necesaria". Son en su mayoría hombres de derechas y más de 50 años, pero son. El negacionismo crece en la derecha, que está boicoteando algunos de los actos de homenaje de estos días, y hasta sus candidatos pelean una segunda vuelta. "Ejercitar la memoria histórica es vital para el futuro del país",avisa, por ello, Amnistía. Y rematan cuatro expresidentes de Chile, en un comunicado conjunto con Boric: "Cuidemos la memoria porque es el ancla del futuro democrático que demandan nuestris pueblos". 

50 años hace. Y la pedagogía que hace falta aún.