Terremoto Wilders: las claves del ascenso sorprendente de los ultras en Países Bajos

Terremoto Wilders: las claves del ascenso sorprendente de los ultras en Países Bajos

Tras 25 años en el Parlamento, el derechista radical pesca en el río revuelto de la crisis de Gobierno. Se ha roto el tabú del cordón sanitario, su Partido por la Libertad ha edulcorado el tono y ya es primera fuerza. Cerrar pactos no será sencillo. 

Geert Wilders, el miércoles, en Scheveningen, celebrando en un pub con sus correligionarios la victoria del Partido de la Libertad.Carl Court / Getty Images

Brazos en alto, micro en mano, luces multicolores, en un pub cerca de La Haya. No empieza el karaoke, sino el terremoto, el que vive la política de Países Bajos desde la noche del miércoles, cuando se supo que Geert Wilders, con su ultraderechista Partido por la Libertad (PVV), había ganado las elecciones. Una sorpresa, a tenor de lo previsto por las encuestas, que lleva a los antiislamistas y eurófobos a ser primera fuerza. Ahora están en disposición de iniciar las negociaciones para formar Gobierno, porque solos no pueden. 

Los resultados son contundentes: han subido 20 diputados desde su última representación, hasta los 37, cuando los sondeos no les daban más de 25 o 26. Han ganado 10 "en días, en horas", como se vanagloriaba la noche electoral su líder, uno de los rostros más conocidos de la extrema derecha europea desde hace décadas al que sólo ahora le ha llegado la hora de gestionar. 

Muy por detrás quedaron los demás: los liberales del VVD, los favoritos, que tenían nueva líder, Dilan Yeşilgöz -tras la marcha del actual primer ministro, Mark Rutte-, no han pasado de tercera fuerza, con 24 escaños (bajan 10), mientras que la alianza de izquierda y verdes (PvdA y GroenLinks) ha esprintado gracias a su líder, Frans Timmerman, pero se queda en 25 (sube ocho), y el Nuevo Contrato Social (NSC), del democristiano Pieter Omtzigt y nacido hace cuatro meses, irrumpe en el Parlamento con 20 escaños.  

"¡El elector está harto, realmente harto!", gritaba el llamado Trump holandés, de 60 años, cerveza en mano, desde el local de Scheveningen, la ciudad balneario junto a La Haya donde festejaba sus buenos resultados, en un ambiente que contrastaba con las caras de consternación de sus adversarios, sobre todo en el VVD, donde se veían ganadores. Sí, como casi siempre en Países Bajos, se esperaba una alianza, ahora mismo también hay cuatro partidos en el Ejecutivo, pero lo augurado era que las riendas las llevara otro -una mujer, por primera vez, era lo más plausible- y no un ultra. 

Hablamos de un político que empezó de concejal en Utrecht, entonces como miembro del partido liberal de derechas VVD -contra el que ahora ha peleado y en el que llegó incluso a ser mentor de Rutte-, que llevaba 25 años en el hemiciclo sin poder de gestión y al que se recurrió apenas puntualmente para formar una mayoría de gobernabilidad en 2010. Sólo duró dos años con el ahora expremier saliente, porque sus choques, sobre todo en inmigración, los alejaron y rompieron, jurándose animadversión. Abanderado de los ultras del viejo continente, no acababa de llegar al poder, como hacían ya los Meloni o Salvini en Italia, o Le Pen en Francia, peleando presidenciales. Ahora ha ganado, pero de ahí a gobernar va un trecho, el que lleva a tener los 76 escaños que dan la mayoría absoluta y que le obliga a hacerse con dos socios, como poco. 

¿Pero cómo se ha producido este vuelco imprevisto? El europeísta belga Matthias Poelman, flamenco y con un importante conocimiento de lo que ocurre en el país vecino, explica desde Bruselas que "aún cuesta asimilar lo que ha ocurrido", pero que podría explicarse por una "suma de factores". "El primer motivo es el descontento general entre los ciudadanos neerlandeses. Tras 13 años de mandatos convulsos de Rutte, con alianzas que no siempre han funcionado y tras el escándalo de las ayudas que lo degradó todo, estaban ahí los ánimos de cambio", indica. 

Había líderes nuevos, otros rostros, y también partidos de nuevo cuño como el Nuevo Contrato Social o el partido del campo, el BBB, que podrían haber sido también alternativa, pero que han ido perdiendo fuelle conforme se acercaba la cita con las urnas. "Se ha atomizado más aún el complejo panorama, en el que concurrían más de 20 formaciones. No se ha ido toda la fuerza a los nuevos porque es mucho cambio dar directamente una confianza de Gobierno a quien acaba de fundar el partido. Por eso, si la tendencia general era de derechas y la derecha clásica en el poder no ha convencido, ha habido votos que se han ido a Wilders, que ha edulcorado sus mensajes precisamente para atraer a gente más templada", dice. 

Su partido de extrema derecha ha suavizado sus mensajes contra el Islam. Wilders ha enfatizado en campaña que, aunque en su programa no iba a tocar ni una coma de sus propuestas de siempre, como el veto al Corán o el cierre de mezquitas y escuelas islámicas, sí entendía que esos planes había que aparcarlos temporalmente para abordar los grandes problema del país, como la oferta de vivienda, los servicios públicos de salud, el coste de los bienes esenciales y la inmigración, su otro gran caballo de batalla. 

"¿Voto a Wilders desde el fondo de mi corazón? No, pero algo tiene que cambiar"

Gracias a eso, dice el analista, ha convencido a cierta gente de derechas, que arrugaba la nariz ante sus mensajes racistas y despectivos, y le han dado su confianza. Un elector musulmán lo resumía días antes del 23N en declaraciones a la BBC: "Si no se opusiera tanto a los musulmanes, me interesaría". Los ha dejado de lado -de palabra por ahora- y le ha podido funcionar. "El mayor castigo es para el VVD, el actual partido en el Gobierno: parte de su electorado se ha ido con la nueva lista democristiana y otra parte, importante, con la ultraderecha. Han encontrado acomodo a su disgusto y cansancio", repasa. "¿Voto a Wilders desde el fondo de mi corazón? No, pero algo tiene que cambiar", decía otro neerlandés a la Gazette van Antwerpen

"Llevaban meses endureciendo su política migratoria, sobre todo respecto al asilo, para ganarse un espacio menos centrado y evitar una fuga de votos al extremo, pero sus disputas internas y falta de consistencia les ha pasado factura", prosigue el experto. Pero no llega la autocrítica: descarta su líder -turca de nacimiento y refugiada- que su formación haya cometido error estratégico alguno. Los resultados responden a las "preocupaciones de personas que no han sido escuchadas". "Si sigues ignorándolas en políticas obtienes esto, y es lo que está pasando aquí", ha indicado. 

Manifestantes en la Dam Square de Ámsterdam, el jueves por la noche, marchando contra la ultraderecha.RAMON VAN FLYMEN / EPA / EFE

Mientras, "la izquierda ha hecho un muy buen trabajo contrarrestando los mensajes de Wilders pero ahora mismo la tendencia es más conservadora en el país y no ha podido hacer más", ahonda. Los indecisos han sido el 50% hasta el día previo a las elecciones y su decisión de última hora ha acabado siendo la sabida. 

Y hay otro factor "de gran peso" que explica estos resultados: si Rutte le cerró la puerta a los ultras, buscando alianzas con otras formaciones que también rechazaban las líneas del Partido por la Libertad, en estas elecciones el cordón sanitario se ha roto. "El hecho de que se haya dejado la puerta abierta a una alianza con ellos ha envalentonado a los votantes que quizá no los elegían antes porque sabían que no tenían opciones ni de gobernar ni de sumar. Ese es un enorme poder. Cuando se excluye a la derecha radical, se la asfixia, pero si no te cierras a tenerlos en tu gabinete, crece", sostiene. 

Y es que Dilan Yeşilgöz, la sucesora de Rutte, dijo que tenía muchas diferencias con los ultras pero no que no fuera a pactar con ellos si los necesitaba. Un mensaje de esperanza que ha dado alas a los radicales. El miércoles por la noche, la liberal y Omtzigt, el democristiano, los dos líderes que podrían pactar con Wilders para formar Gobierno (llegarían a 79 escaños), avisaron de que "no será fácil" porque hay diferencias entre sus programas y porque él en particular no les gusta como primer ministro. Yeşilgöz afirmó que en este escenario negociador debe "demostrar que es capaz de forjar una mayoría", con lo que dejó el balón en su tejado. Omtzigt, por su parte, que en campaña había dicho que con los ultras ni a la vuelta de la esquina, señaló que está "disponible para convertir la confianza [de los votantes] en acción".

Wilders dio una de cal y una de arena. Prometió que va a ser el primer ministro "de todos los neerlandeses" y que las soluciones que plantee para el país estarán siempre "dentro del marco legal y constitucional". Pero también previno ante sumas contrarias, a múltiples bandas: tiene tantos escaños que ahora ya no se le puede ignorar, casi gritó. Sería "antidemocrático" y "los votantes no lo aceptarían". Son otros los que tienen que ir cediendo, avisa, porque su posición es la de liderazgo. 

"La esperanza de Países Bajos es que la gente recupere su país. Que el tsunami del asilo sea limitado, que llegue más dinero a las carteras de los ciudadanos", señaló también, aunque insistió en esa idea conciliadora de "priorizar los intereses de los neerlandeses" en la próxima legislatura. Al anteponer eso a su programa antiislamista, en los múltiples actos y debates de estos días, es cuando se disparó en las encuestas. El reto de convencer a los demás puede llevar meses y empezó ya este viernes. "Nosotros gobernaremos", promete. 

El izquierdista Timmermans ha sido el más explícito a la hora de señalar las sombras que se ciernen sobre Países Bajos si gobierna un ultra, firme como está en su posición de que con políticos así no se negocia, porque sencillamente "excluyen" a la gente. "Este es el momento de defender la democracia y el estado de derecho (...) No dejaremos que nadie se vaya de Países Bajos. Aquí todos somos iguales", defiende.

Lo que preocupa en Europa

El ideario del Partido por la Libertad es el de esos hombres blancos, antisistema y enchaquetados que jaleaban a su líder, y eso preocupa en Europa, donde sigue la oleada de extrema derecha a las puertas de las elecciones comunitarias de junio de 2024, en las que el reparto nacional influye en la toma de decisiones. Que Países Bajos, país fundador de la UE, se vaya a manos de la ultraderecha, es una pérdida para los valores fundacionales del club. 

Desde que se creó en 2006, esta formación ha sido claramente antieuropea, porque entiende que a Bruselas se va demasiado dinero de los contribuyentes patrios, sin que le vean beneficio, y porque tacha de "burócratas" a los mandos de las instituciones, sin dar soluciones a los problemas de los ciudadanos. Antisistemas de manual. Marine Le Pen (Francia), Matteo Salvini (Italia), Viktor Orban (Hungría) y Santiago Abascal (España) han sido rápidos en aplaudir su victoria porque piensan lo mismo. "Vientos de cambio", "defensa identitaria", "protección de las verdaderas esencias", esas cosas. 

Una de sus principales propuestas, de hecho, es irse de la UE, por lo que plantean un Nexit, o sea, un Brexit a la neerlandesa. Quieren un referéndm para que decidan los ciudadanos. El candidato del PVV ya intentó que se celebrara una consulta al respecto, pero el Parlamento la rechazó, recuerda AFP, que destaca que en el programa ultra lo que se pide, a cambio, es una "país soberano". Mientras eso llega, se niega a que entren nuevos estados a la Unión, justo cuando el proceso de ampliación está acelerado.

En materia de inmigración, nada que ver con los pactos que con tanto trabajo está afinando Europa: propone una "congelación del asilo" y que la política migratoria sea "más restrictiva". Más controles en las fronteras, deportaciones de los ilegales y restricciones a los ciudadanos de la UE para permanecer en Países Bajos, también.

"Queremos menos Islam en Holanda", dice también programa. Para ello, propone reducir la migración de ciudadanos procedentes de países donde se profesa esta religión, a la par que se persiguen sus símbolos, templos y lecturas: quiere prohibir el uso de pañuelos islámicos en los edificios gubernamentales, cerrar escuelas coránicas y mezquitas, prohibir el corán... Eso que ahora dice que guardará por un tiempo, aunque esté negro sobre banco en el compromiso con los ciudadanos que es un programa.

Para completar el cuadro, el PVV tampoco cree en el cambio climático e invita a sus compatriotas a no tener miedo. Ni si quiera por la subida del nivel del mar, que claramente afectaría a un país recorrido por canales. Apuesta por seguir con el carbón, el gas y mantener abiertas las centrales nucleares y se ha alineado con los agricultores, muy movilizados, a la hora de insistir en que deben tener menos límites de emisiones y contaminación para seguir con sus actividades. Nada que ver con el Pacto Verde Europeo que impulsó su contrincante, Timmermans. 

Ahora hay que ver en qué quedan las negociaciones, en un país acostumbrado a los acuerdos pero donde esta vez las riendas las lleva alguien nuevo. La magnitud de su victoria hará complicado eludirlo.