Animales de costumbres, seres creativos

Animales de costumbres, seres creativos

Sabíamos que la Lomce no era la solución. Muchos esperábamos que las pasadas elecciones dieran una oportunidad a la cultura, especialmente a las humanidades tan maltratadas por esta ley, y la realidad es que de nuevo nos encontramos un escaparate abarrotado de flashes y cámaras donde sigue apremiando el ansia de poder y no el entendimiento. Mientras ellos pelean, nuestra educación sigue agonizando.

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Foto: ISTOCK

Que somos animales de costumbres lo sabemos bien; que alguna vez hay que romper la tendencia, ni tanto ni todos. Quien lo tenía muy en cuenta era Albert Hauf, profesor de literatura medieval en la Universidad de Filología de Valencia quien, conociendo el hábito del estudiante de ir a la cafetería a media mañana, no dudó un día en llegar pronto a la puerta de la clase, interceptarnos el paso de salida e invitarnos a llevar allí las viandas propias del almuerzo.

Fue el único que lo hizo en cinco años de carrera. Nos ganó como alumnos y como personas. Con él aprendimos a entender el valenciano medieval sólo con oírselo recitar. Hablaba y gesticulaba con tal entrega y pasión que captábamos la intención misógina de aquellas páginas sin apenas esfuerzo. Cambió una pequeña costumbre, nos dio libertad y todos salimos ganando.

Seguro que el mundo de la educación está lleno de ejemplos, pero me temo que todos deben partir del docente. Es lo que está ocurriendo ahora mismo. En los últimos años, cada vez se habla y escribe más de cambio e innovación en las aulas, pero la verdad es que estamos solos. Entre los acomodados, los dantescos ignavos, el miedo a lo nuevo y los políticos, todo tiene que depender del profesor.

Rutinas de pensamiento que hemos de aprender y preparar, portfolio del alumno (para corregir y evaluar) y profesional (para llevar al día), rúbricas, dianas, aprendizaje dialógico, comunidades de aprendizaje, unidades didácticas, proyectos en sus más diversos tipos, blogs, webs, redes sociales... para acabar pasándoles las mismas pruebas carpetovénicas de siempre. O les mentimos a ellos o nos estamos mintiendo a nosotros mismos. Enseñamos la zanahoria y, cuando se ponen a andar, nos obligan a esconderla.

A mí me ha pasado una vez más este curso. Después de tener la libertad de no poner deberes, trabajarlo todo en el aula, hacerlos a ellos protagonistas, y lo más importante, evaluar sin exámenes; ahora debo volver al redil porque al final de su camino en bachiller les espera la prueba madre: la selectividad.

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Sabíamos que la Lomce no era la solución. Muchos esperábamos que las pasadas elecciones dieran una oportunidad a la cultura, especialmente a las humanidades tan maltratadas por esta ley, y la realidad es que de nuevo nos encontramos un escaparate abarrotado de flashes y cámaras donde sigue apremiando el ansia de poder y no el entendimiento. Mientras ellos pelean, nuestra educación sigue agonizando en boletines que no reconocen ni lo que nuestros alumnos saben, ni mucho menos de qué son capaces.

Tras la muerte del camaleónico Bowie, leí en un gran artículo de Paco Tomás unas palabras que, sin poderlo remediar, me conectaron con mi ámbito profesional:

"El artista que nos descubrió la diferencia, que nos demostró que existía la alternativa y que nos entregó los interrogantes para que formulásemos la pregunta. Y como ya dije en otro artículo -aunque me resulte pedante citarme a mí mismo-, hay personas que cuando preguntan, en el fondo, ya están cerrando una puerta. Pero hay otras que, sin embargo, están deseando abrirla. David Bowie abrió la nuestra."

Descubrir, diferencia, alternativa, interrogantes...

Sé de varios compañeros de profesión que estos días, como homenaje al artista, han puesto algunas de sus canciones en clase. El resultado ha sido desigual: algunos no lo han entendido, otros han tarareado entre dientes, también ha habido quien estando ya en cursos avanzados han admitido no saber quién era ese ser extraño y andrógino parecido a Lady Gaga.

Si nos dejaran experimentar, reinventar; si la música formara parte de nuestras clases; si les pudiéramos enseñar que es algo más que un hobby, que puede ayudar a cambiar el mundo, que demuestra que pasa el tiempo pero no los sentimientos, que hay que arriesgar, investigar, probar y cambiar, que no todo está hecho y escrito... pero no. Insisten en cerrarnos la puerta.

Seguiremos buscando la estela de Zigi Stardust, que aún creía en la posibilidad de recuperar nuestras mentes reventadas, para que el genio de la transformación nos ayude desde su galaxia. Si aterriza pronto nos permitirá tocar, palpar, cantar y bailar. Guardadme el secreto, no se lo digáis a papá.

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