¡Bella durmiente, despierta!

¡Bella durmiente, despierta!

No debe guardarse en el olvido de la balda de la biblioteca, sino que debe estar siempre al alcance.

Manifestación feminista en Torino, Italia.Stefano Guidi/Getty Images

                                      Este artículo también está disponible en catalán

El libro Bella durmiente despierta. El malestar de no ser consciente es una recopilación de ensayos que, en palabras de su autora, la psicóloga clínica, psicoterapeuta y feminista Regina Bayo-Borràs Falcón, tratan «sobre el precio psíquico de las mujeres cuando no están despiertas, es decir, cuando no son conscientes de sí mismas». De modo que el hilo conductor de los análisis ensayísticos que configuran el libro es el sufrimiento o el dolor psíquico de las mujeres, tanto desde el punto de vista individual como grupal. Pero, como voy a explicar después, no sólo trata de eso, aunque ya fuera suficiente.

Empecemos diciendo que la autora ha tenido el acierto de agrupar los textos en cuatro grandes bloques: I. Turbulencias adolescentes (5 artículos); II. Dolor, depresión y violencia (4 artículos); III. Maternidad hay más de una (3 artículos); IV. Malestar emocional (3 artículos). En total, 235 espléndidas páginas de intelecto y cultura, que, sin duda, son motores necesarios para poder avanzar en justicia social entre los grupos sociales y por razón de género; esto es lo que encontraremos, reflexiones, juicio, experiencia, que la autora ha ido adquiriendo —dispensando, prodigando y regalando— a lo largo de su extenso y fructífero trabajo como psicóloga clínica y psicoterapeuta, tanto en la consulta privada como en el servicio público, con el objetivo de arrancar las mujeres de la marginación y de la enajenación de sí mismas; a fin de resucitarlas, en palabras de Cánovas Sau (2022), de sus muertes psicológicas.

Un tono serio perfectamente articulado y nivelado, en muchos momentos también distendido, no para hacer más «amable» la lectura sino porque el acto de desdramatizar situaciones y emociones tiene una vertiente enormemente sanadora. Desdramatizar también es trabajo de la psicoterapia; no significa frivolizar ni desentenderse, en todo caso significa transmitir fortaleza, hacer posible una salida emocional a aquél o aquella que se encuentra atrapado en un cruce de sufrimiento y de estancamiento subjetivo. Ofrecerle la mano para que pueda reposar en el hombro de quien le está interpelando y escuchando. Éste es quizás uno de los aspectos a resaltar de la escritura de Regina Bayo-Borràs, la serenidad que transmite. Se pasea por el texto de los artículos con una especie de plácida tranquilidad que llama la atención pero que, conociéndola, lo entiendes enseguida. Es sindéresis. Es entendimiento, sensatez, sabe lo que tiene entre manos, lo tiene bien sujeto.

Tanto la consulta privada como la atención psicológica grupal de mujeres —en talleres, encuentros, asociaciones diversas— a menudo se perfilan como laboratorios idóneos para los profesionales psicoterapeutas. He comentado que la actividad profesional de la autora es levantar a las mujeres del malestar y las enfermedades psíquicas, que con demasiada frecuencia derivan en afecciones físicas de diversa índole. Son ellas, claro, las que harán el trabajo de remontarse, pero ella, Regina, las habrá conducido. Un trabajo meticuloso que también, en un bucle, le revierte vistiéndola de conocimientos —obtenidos de la observación y la escucha— y proveerse de prácticas psicológicas.

Porque, evidentemente, éste es el objetivo de este trabajo de exfoliación emocional y cognitivo —individual en la consulta o colectivo en las redes de apoyo grupal—: que horade en las mujeres que buscan ayuda para hacer frente al malestar personal que sienten, porque están angustias o sencillamente enfermas. Con el fin de que menospreciadas, maltratadas, violentadas, reencuentren serenidad y su centro de equilibrio personal. El camino para superar el estrés postraumático de palizas aleatorias o de haber sido violadas, algunas de forma recurrente.

Cabe decir que la firme permanencia de Regina Bayo-Borràs al feminismo sumada a su amplio bagaje de conocimientos le permiten trascender el diván y realizar incursiones reflexivas en diversas situaciones sociales de comunicación y convivencia grupal entre hombres y mujeres, unas incursiones profundas presentes en muchos de los artículos y que son muy enriquecedoras.

Me centraré en las dinámicas conflictivas de las adolescentes en relación con la omnipresencia hoy en día de la diversidad de redes sociales (Twitter Facebook, sobre todo Instagram, etc.). En mi artículo El narcicismo en las redes sociales y el género (Viladot, 2022) explico que fuentes de procedencia diversa nos indican que las redes sociales a menudo tienen un impacto negativo en las mujeres, incluso en sus propios niveles de narcisismo y comportamientos relacionados. Las chicas las utilizan más que los chicos: el 43% de las chicas de 15 años pasan conectadas al menos una hora al día; en cuanto a los chicos, el porcentaje se sitúa en el 31% (The Social Media Family, 2021).

También declaran niveles más bajos de felicidad y mayores dificultades sociales y emocionales que los chicos a medida que van creciendo. Tienden más a compararse con otras chicas que los chicos con otros chicos y esto tiene efectos negativos diferenciales entre ellos y ellas. También explico que la comparación social que establecen las chicas entre ellas se ve reforzada y, sobre todo, fomentada en las redes sociales con los efectos negativos que se derivan. 

Teorías de psicología social —la teoría de la justificación del sistema, la teoría de la competitividad social y otros- explican los motivos por los que los grupos subordinados se comparan y compiten más entre ellos en vez de ayudarse. El hecho es que las mujeres configuran un grupo social devaluado —el patriarcado las devalúa por medio de los sexismos benevolente y hostil— y las dinámicas comparativas y competitivas que se manifiestan entre ellas se ponen sobre todo en evidencia en las personalidades narcisistas vulnerables, carentes de autoestima y necesitadas de reconocimiento. 

Las investigaciones demuestran que las autopresentaciones de muchas adolescentes y chicas jóvenes en las redes sociales están directamente relacionadas con la necesidad de publicar selfies, sobre todo en las narcisistas «vulnerables», que se ven empujadas a manifestaciones cada vez más sexualizadas para percibirse aceptadas y, por tanto, socialmente queridas. El principal refuerzo de estas conductas es los likes que reciben. Para estas chicas (muchas de ellas adolescentes), recibir muchos likes es un espolón muy potente que da alas a un narcisismo cada vez más agresivo. 

Pero no recibir likes o corazones o recibir pocos puede ser igual de malo para este grupo de narcisistas «vulnerables», ya que las empuja a un incremento temporal del nivel de actividad, un fenómeno que los psicólogos sociales conocemos muy bien, dados los experimentos realizados en el laboratorio con animales. También significa una serie de impactos negativos en la fisiología y sistema inmunitario de estas chicas, consecuencia de la acción de las hormonas del estrés, un efecto conocido de la adicción a Internet. El ataque que representa a la autoestima, la rabia y la angustia que sienten las personas narcisistas cuando no obtienen la aprobación social codiciada conlleva que aumenten la actividad de publicación y las conductas cibernéticas agresivas para agrandarse y protegerse a sí mismas.

Estoy de acuerdo con Bayo-Borràs cuando dice que nos conviene educar a la población —especialmente la cohorte de los y las jóvenes— en el desarrollo de una mirada crítica y reflexiva a todo lo que las personas muestran en las redes sociales. Es importante transmitirles que las imágenes que ven representan un ideal que se ajusta muy poco a la realidad. Que, de hecho, estos ideales tienen que ver con expresiones de narcisismo patológico.

En cualquier caso, la mayoría de las dificultades con las que han tropezado las mujeres, ya sea en su vida familiar, social o laboral, las dinámicas relacionales de subyugación, los acosos y malos tratos, la falta de autoafirmación, de autoconfianza, de autoestima y las dificultades para tomar conciencia de lo que todavía hoy en día las ajena y de la manera de luchar y darle la vuelta, tienen que ver con el ahogamiento provocado por las ideologías sexistas: la moral de la época, los roles sociales prescriptivos y estereotipos por razón de género, que son dictados por el machismo del patriarcado (Viladot y Steffens, 2016). Regina Bayo-Borràs quiere apartar a las mujeres de la oscuridad de la ignorancia psíquica, quiere que tomen conciencia de estas trampas, del perverso engaño que significa, quiere que cojan las riendas de sus propias vidas.

Trabajar en el ámbito de las mujeres comporta entender que su salud mental (y, por supuesto, también la de los hombres) está envenenada por los condicionantes estructurales y psicosociológicos de la cultura heteropatriarcal que las apremia desde tiempos inmemoriales. De ahí la importancia de que Regina Bayo-Borràs sea, además de psicoterapeuta, una feminista de pura cepa desde aquellos primeros vestigios feministas de los años setenta, época en la que conoció a su querida Victoria Sau en las aulas de la Universidad de Barcelona. Conspiraban, construían contextos feministas, como tantas otras mujeres que hemos vivido el estallido de esos años revolucionarios. Todo esto nos lo explica en la Introducción, donde queda, además, patente su extraordinaria trayectoria profesional. Desde hace años, Regina Bayo-Borràs es, entre otras muchas distinciones, presidenta de la Comisión de Psicoanálisis del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña (COPC), España. Un puntal importante del colegio, lo que demuestra la calidad con la que se apoya la labor colegial.

Las problemáticas psicofísicas que arrastran a muchas mujeres —niñas, chicas adolescentes o mujeres adultas y viejas— no pueden ser escuchadas exclusivamente como historias personales, sino que deben aprehenderse enmarcadas en los valores de la cultura hetero patriarcal, unos valores que siguen persistiendo en los tiempos que les ha tocado vivir. Deben tenerse en cuenta no sólo las normas de género que, en general, conducen las dinámicas de convivencia —familiar, laboral, social— entre los dos géneros en los países en los que estas mujeres habitan sino también la de los países de su procedencia familiar (para un extenso análisis de los conceptos psicosociales de los roles de género, valores, normas y estereotipos de género véase Steffens & Viladot, 2015; Viladot & Steffens, 2016).

Permítanme algunas apreciaciones más que, sin duda, serán incompletas. Difícilmente podría abarcar en este texto la complejidad de los encuentros relacionales entre los géneros en intersección con los distintos referentes culturales e ideologías sexistas de cada país. Tampoco es el propósito de este artículo.

Como sabemos muy bien, las ideologías sexistas de los países configuran diferentes mosaicos de estereotipos y roles de género, prescritos por los valores que los sustentan. Está claro que este mosaico de valores, normas y estereotipos también se manifiesta desigual cuando tenemos en cuenta las clases sociales y culturales de un país o las cohortes de edad. En cualquier caso, los movimientos migratorios hacia tierras espejismo con democracias más o menos asentadas hace que, de un tiempo a esta parte, convivan imaginarios muy diferentes (a veces, abismalmente diferentes) en cuanto a las concepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres. 

Esto puede significar que hombres de estas recién llegadas migraciones sientan amenazada su preeminencia masculina; lo que el antropólogo Hofstede llama «distancia de poder» podría quedar alterado y, al mismo tiempo, las convivencias con las mujeres, prescritas de antemano por el machismo, definido y surgido, no podría ser de otro modo, de las normas del patriarcado. La «distancia de poder» (alta versus baja) es una medida de la desigualdad que existe y que es aceptada por las personas con o sin poder. De modo que no es raro que algunos hombres perciban en peligro su identidad masculina, construida en las inmemoriales concepciones machistas de dominancia; debemos tener en cuenta que en determinados países la «distancia de poder» de los hombres sobre las mujeres está vigilada con mucha dureza. Ellas no pueden acortar esa distancia ni un milímetro sin exponerse a ser extremadamente castigadas. 

Pensemos, por ejemplo, en la brutal represión que sufren las afganas con los talibanes en el poder. O las mujeres de Irán. Países regidos por cogniciones —de hombres y mujeres férreamente machistas, justificadas en nombre de religiones o en nombre de la trampa del determinismo, propio del esencialismo biológico. Y lo que es peor, son cogniciones mantenidas por muchas mujeres que quieren liberarse del yugo machista pero que están atrapadas en el «relativismo cultural» o en la necesidad de los humanos de «distintividad» individual y grupal, y ya no digamos cuándo esta necesidad de «distintividad» se cree amenazada por la penetración, imparable, de valores occidentales (véase Viladot, 2011; 2012).

De modo que, cuando se mezclan mentalidades forjadas en distintos contextos psicosociales, se pueden crear disrupciones en la estabilidad del poder de los hombres sobre las mujeres; lo que hace que el género masculino actúe a la defensiva frente a la amenaza que percibe (Viladot, 2017). Cabe decir que la «distancia de poder» es notablemente pequeña en los países con democracias robustas; democracia y machismo tienen un correlación negativa (por una comprensión más completa de los temas véase Viladot, 2012; también Steffens, Viladot & Scheifele, 2019). Y el pedigrí democrático de un país -el funcionamiento democrático de los países- tiene mucho que ver con la cultura alcanzada por sus ciudadanos y ciudadanas. Porque con cultura, entendida como la capacidad crítica y de discernimiento, la ciudadanía dejaría de ser tan manipulable y desaparecerían muchas de las aberraciones que atenazan al mundo. Los países con verdadera vocación demócrata deberían definir, aún más de lo que lo hacen, objetivos en este sentido, sobre todo dirigidos a la cohorte de los jóvenes.

Bien, nada más. Os conmino fervientemente a leer La bella durmiente. El malestar de no ser consciente, un libro que, después de saborearlo con lentitud (viñetas incluidas de la magnífica Diana Raznovich), no debe guardarse en el olvido de la balda de la biblioteca, sino que debe estar siempre al alcance, en la mesa del despacho, en la mesita de noche, para poder utilizarlo como una herramienta de consulta y para sacudirnos si alguna vez nos olvidamos de quiénes somos. La enhorabuena a Gemma Cànovas Sau (Psicóloga Clínica, Psicoterapeuta, Psicoanalista) por el Prólogo, exitoso con dianas acertadísimas sobre el libro. La enhorabuena a la Editorial feminista digital Victoria Sau por hacerlo posible y por la cuidadosa edición. La enhorabuena a Lola G. Luna por impulsarla y dirigirla con tanto discernimiento, lo que queda bien patente con la publicación de libros como el que nos ocupa y que nos incita a despertarnos, a desprendernos de lo que nos ahoga, a tomar conciencia del propio «yo», a anteponer la propia individualidad —sin olvidar el grupo, la colectividad—; a darnos cuenta de que los malestares psíquicos y sentimientos de enajenación de las mujeres tienen profundas raíces en perversas dominancias ajenas.

Y, ahora sí, acabo con unos párrafos extraídos de La bella durmiente. La autora nos dice lo siguiente (pág. 19):

«Con el feminismo del siglo XX y XXI ha llegado la hora de revisar (también) la mitología que los cuentos de hadas tradicionales hacen de la condición femenina. La virgen e ingenua caperucita roja ha cambiado el color de su capucha, y se ha vestido toda de violeta para demostrar que no quiere seguir siendo exclusivamente objeto de uso y abuso de varones excitados y desaprensivos.

Igualmente, Bella Durmiente está despertando de un letargo inmemorial. El despertar de la conciencia feminista pasa, en primer lugar, por tener conciencia de sí misma como sujeto de deseos y derechos, también por tomar las riendas de la propia vida, más allá de tener una habitación propia. Diría que el despertar de la conciencia feminista es hacerse consciente del malestar que ha permanecido dormido durante siglos y de las propias capacidades para desplegar una vida bien despierta.»

Como dijo António Machado en el discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua «Algunos sentimientos (cambio "sentimientos" por "valores") perduran a través de los siglos, pero no por eso deben ser eternos.»