‘Cielos’, ¡oh, cielos!

‘Cielos’, ¡oh, cielos!

El verdadero misterio humano es inefable. Solo puede ser revelado y, como le ocurrió a San Pablo, hacer que el público se caiga del caballo, perdón, de la butaca.

Elenco de 'Cielos'.MarcosGpunto.Cortesía del Teatro Abadía/Barco Pirata

Lo primero que apetece decir tras ver Cielos de Wajdi Mouawad estrenada en el Teatro de la Abadía con dirección de Sergio Peris-Mencheta es la interjección que aparece en el título. Decirlo a la vez que uno se lleva las manos a la cabeza. Más que nada porque los buenos ingredientes con los que está cocinada no dan como resultado un buen plato teatral.

Según se cuenta en los mentideros teatrales de la villa, había tortas por llevar este texto a escena. Es decir, los profesionales lo apreciaban. Sin embargo, escuchándolo, pasa lo mismo que con Soeurs lo último que se pudo ver de este autor dentro del Festival de Otoño de Madrid.

¿Adónde conduce? No se sabe. En la técnica o la tecnología del uso del lenguaje, en los temas y en la estructura es un Mouawad, de eso no hay duda. Por el uso altisonante de términos como belleza, poesía, terrorismo y arte. Y como contenido, encierra más de un drama que es provocado por las buenas intenciones y cocinado a fuego lento, demasiado lento para las prisas de hoy en día.

La obra se centra en un grupo de inteligencia que vigila la Red en búsqueda de señales de posibles de ataques terroristas. Profesionales que ni se tratan, ni se conocen, aunque conviven veinticuatro horas. Es trabajo. Viven allí aislados de sus familias, con las que se comunican desde sus cuartos cuando tienen ocasión.

Uno de ellos se suicida. El que parece ser clave para descifrar un inminente ataque terrorista. No se sabe por qué se mata y a nadie parece importarle. El caso es que en ese ámbito de frialdad profesional, según cuenta la obra, el muerto, que debía ser muy vivo, había intimado con la única mujer del equipo, hasta dejarla embarazada. Embarazo que descubre cuando el otro ya se ha muerto. Seguro que en la realidad puede pasar eso y mucho más, pero cuando se está viendo en escena empiezan a sonar las alarmas. Más cuando te lo cuentan, como ocurre aquí, y no te lo hacen sentir.

El muerto es sustituido por un profesional aún mejor. Lo que se justifica diciendo que es el que se cuida de que no hackeen los bancos centrales. Da igual, no es bienvenido. El muerto en un ambiente que no se relacionan ha hecho peña. Y el que menos bienviene al nuevo es un compañero que quería el puesto y que acabará siendo jefe. ¿Por qué acaba siendo jefe? No se sabe.

Además, de este equipo no se fían ni sus jefes. Ese poder o institución de la que se habla mucho, pero ausente de la escena. A no ser que sea la voz en off de la que se entiende poco lo que dice porque no vocaliza. Un problema que seguro que un equipo técnico tan solvente como este solucionará rápido.

En ese batiburrillo de sonido se coge al vuelo alguna frase suelta, alguna palabra. Un texto que se enreda en que todos los hombres son hijos de alguien. Y que cuando un hombre mata a otro hombre, un hijo mata a otro hijo (esto es un spoiler en clave de lo que se contará más tarde). Aunque, en lo que dice y cómo lo dice, parece más la voz del terrorista o del terrorismo. Cayendo en el tópico de que el terror no tiene rostro. Que se lo pregunten a las víctimas de ETA. Y si hablamos de poder, que se lo digan a las víctimas de las crisis financieras.

Y hay más drama que le da ese toque de tragedia griega tan típico de las obras de Mouawad. Aunque mucho antes de que se actualice dicho drama, se le ve venir. Como las orejas al lobo. Todo indica lo que va a pasar. Perdiéndose el efecto sorpresa al estilo de Incendios, obra del mismo autor. Sin embargo, habrá quien no lo acabe de ver hasta que se produzca y, sí, abrirá la boca y resoplará.

Por si con todo lo anterior no ha quedado claro, se confirma que este es un teatro de texto y, por tanto, de actores que sepan llenarlo de acciones. Al estilo del autor, de hacer carne al verbo. Pues bien, la apuesta de esta producción antes que por la carne es por el espectáculo. Montando una espectacular escenografía en tres niveles.

El de la superficie, el más alto, es desértico, nada crece en el mismo. Por eso se han colocado unos angelotes al estilo contemporáneo, más bien feos, sin rostro, como si estuvieran cubiertos de mosaicos o cristales negros. ¿Para camuflar un centro tan secreto? Está a una altura considerable por lo que las primeras filas se dejarán el cuello para ver lo que pasa allí arriba.

El de en medio, es el centro de operaciones. Donde se asistirán a las discusiones de este equipo sobre las distintas interpretaciones que se pueden dar a los mensajes que se detectan en la Red. Allí donde entran en conflicto los distintos puntos de vista sobre dicho asunto.

El inferior son los cubículos individuales donde cada componente del equipo tiene su espacio. Su intimidad. Que la usan tanto para hacerse un predictor, como para hablar con los hijos o la familia. O para estar en silencio y dedicarse a sus labores.

Todo muy al estilo de serie norteamericana. Con muchas proyecciones por aquí y por allí. Luces de neón. Unas tablets transparentes que se retroiluminan y en vez de apoyarse en la mesa central pesada, lo hacen en unas superficies de metacrilato que se sacan de dicha mesa central. En general, tiene el aspecto de un thriller contemporáneo muy influido por David Fincher. El de las películas de Seven, El club de la lucha, The Game o Zodiac.

Menos mal que, como se ha dicho, este montaje no se olvida que es una obra de texto, de palabra. Y que, por tanto, necesita un elenco eficiente. El de esta propuesta lo es. Eficiente y aplicado a lo que le han pedido que hagan. De los que destaca, como viene siendo habitual, Jorge Kent, que haciendo lo que le pidan que haga, casi siempre es capaz de dotar de humanidad a sus personajes. Y que aquí lo hace cuando su personaje se vuelve humano en la intimidad de su cubículo, pero no cuando está construido de forma unidimensional, como cuando lo destituyen del cargo y sigue trabajando en equipo como si nada.

Entonces, ¿dónde está el problema? El problema es que en todo lo anterior se ha perdido el misterio. Porque lo interesante del teatro de Mouawad, como de los clásicos griegos que lo inspiran, no es tanto la peripecia, lo que pasa, ni el drama o melodrama, sino el misterio humano que todo eso dibuja. Un misterio que en su caso siempre es teatral, por eso cuando le sale, funciona sobre la escena, y no tanto en el cine. La versión cinematográfica de Incendios es la prueba.

Se ha olvidado, incluso el propio autor, que lo que gusta de sus obras es que lo que cuenta no se puede decir con palabras, por muchas que él use. Porque el verdadero misterio humano es inefable. Solo puede ser revelado y, como le ocurrió a San Pablo, hacer que el público se caiga del caballo, perdón, de la butaca.

En este montaje todo está dicho, contado, es explícito. Como una serie televisiva de consumo de conspiraciones o de espías del este. Donde todo se mueve, para no dejarte quieto. Aunque en este caso se mueve muy lentamente, de forma excesivamente morosa, a cámara lenta. Hasta la parte que tiene al estilo del Código Da Vinci de Dan Brown, viendo mensajes ocultos en una anunciación de Tintoretto.

El caso es que no hay un resquicio para la imaginación porque todo está lleno de imágenes, algunas muy potentes. A la salida, aquellas personas que la morosidad y la penumbra de la obra no les haya llevado al cabeceo, podrán enzarzarse en lo conspiranoico. En la tragedia que cuenta. En buscarle tres pies al gato a lo que no lo tiene o que si lo tiene no se ve. Desde luego no hay misterio, pero sí, sí que hay espectáculo. The show más go on, y por eso va tan bien de venta de entradas que hasta ha prorrogado una semana. Y volverá.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.