Gracias, mil gracias, Tina Turner

Gracias, mil gracias, Tina Turner

Su historia nos recuerda la importancia de creer en nuestra valía y tener el coraje de buscar ayuda cuando enfrentamos situaciones de abuso.

Tina Turner.Paul Natkin/Getty Images

                                      Este artículo también está disponible en catalán.

Las mañanas son una fuente de sustos. Al menos, para mí. Me levanto, me hago el desayuno y consulto las noticias con el Ipad. Y así, con café y una tostada con mantequilla me llega la ración diaria de cabreos. Porque las noticias casi nunca son buenas. Una guerra, un desastre natural, un crimen machista, políticos corruptos, ejemplos de racismo...y hoy, de propina, la noticia de un fallecimiento que me ha sacudido.

Ha muerto Tina Turner.

Las noticias de muertes de familiares y amigos llegan por el teléfono. Las de personajes públicos, nos las suministran los medios informativos. La muerte de Tina Turner me sabe muy mal. Casi tanto como si fuéramos familiares. Al instante se me ha hecho un nudo en la garganta.

Hace tiempo que no escuchaba asiduamente —como hacía de joven— sus canciones, pero, de repente, en un tirón emocional, como si el tiempo hubiera retrocedido (¡qué tontería, el tiempo nunca retrocede!), me he encontrado en la década de los años setenta del siglo XX, cantando y bailando a golpe de blues, a golpe de rock and roll. En realidad, si tengo un nudo en la garganta es de nostalgia; la nostalgia que me produce todo lo que he vivido con intensidad y que se va sin remedio. En este viaje al pasado me he encontrado buscando vinilos, ordenados por temáticas y nombres, en esa inmensa estantería del salón de casa, cientos de vinilos que habíamos ido acumulando con el paso de años. Después, apareció la novedad del disco compacto y, los vinilos que guardaba celosamente, acabaron incomprensiblemente en uno de esos tenderetes del Mercado de Sant Antoni de Barcelona rebotados de libros y discos de todo tipo. Y digo incomprensiblemente porque todavía no entiendo qué debía pasarme por la cabeza para llegar a deshacerme de ellos. Creo que tener un vinilo, a diferencia de la música colgada en internet, es como tener un minúsculo vínculo personal con el artista desconocido que lo creó.

Ha muerto Tina Turner.

Quiero hablar pues de su voz profunda, de la voz rauca y arrastrada, arraigada en los cantos cultivados en los campos de algodón de Missouri donde nació. El blanco algodonero y el negro de los trabajadores —con padres y abuelos que, sin duda, debían de haber sido esclavos— de manos ágiles y dedos largos, vistiendo las mujeres, — sus caderas contorneadas, los pechos voluminosos—, preciosas ropas llamativas. De lo que quiero hablar es de esa leyenda de la música, de su increíble talento vocal, que nos ha abandonado por un mundo seguramente mejor. La nada. De la voz tan rica, pletórica y llena de matices, que pasaba de los graves a los agudos con la facilidad de un acróbata que da una voltereta al aire y al caer se queda de pie impertérrito, sin tambalearse lo más mínimo. De la potencia, de la increíble capacidad de transmitir y contagiar emociones a raudales. Tanto si cantaba una pieza emotiva como un tema enérgico y lleno de ritmo nos quedábamos enganchados a la vibración sonora que se expandía por la sala. Nos transmitía tristeza, fuerza, alegría, vulnerabilidad, todo en una misma canción. Enérgica y apasionada pero también dulce y delicada cuando era necesario. Entonces pensaba que todo esto, que todo ese talento, se tenía de forma innata o no se tenía. Y en parte tenía razón, pero, como digo, sólo en parte.

Lo que yo no podía suponer es que ese volumen de voluptuosidades, esa voz rauca y arrastrada, esa fuerza y vibración, en los escenarios de sus actuaciones o detrás del micrófono en los estudios de grabación, eran también el llanto del dolor, el profundo dolor que la martirizaba a causa de la violencia cotidiana que sufría. Esto yo no lo sabía, ignoraba que mientras yo, con la emoción y el vigor propio de la juventud, escuchaba su música, ese chorro de voz impetuosa, tal vez en ese mismo momento ella estaba recibiendo una paliza o un exabrupto de la violencia física y psicológica que sufría de su marido, el músico Ike Turner.

La relación de la pareja empezó en la década de los años cincuenta. Cuando yo nací, ella tenía 12 años y a finales de los años cincuenta, cuando se emparejó con él, tenía 18 o 19 años. ¿Cómo imaginar que detrás de las luces brillantes y el éxito mundial despampanante se escondía una historia oscura, turbia, de abuso y violencia? El 4 de julio de 1990 (The Inpendence day de los EEUU y el día que nació mi primer nieto, no ese mismo año, claro) asistí a su concierto en el Estadio Olímpico de Montjuïc, en Barcelona. Este concierto formaba parte de su gira Foreign Affair Tour y atrajo a una multitud entusiasta de fanáticos que esperaban con ansia para ver a su ídolo en acción. Yo no me consideraba ni una fanática, ni una fan ni era mi «ídolo» pero ese concierto era un evento deslumbrante y, el hecho, es que me deslumbró con su presencia escénica magnética y su poderoso canto, interpretando éxitos como What's Love Got to Do with It, Private Dancer y Proud Mary. Sinceramente, una experiencia inolvidable queme quedó grabada en la memoria.

Pero más adelante me enteré de que, durante 16 años, el malparido de su marido le había estado golpeando habitualmente, a veces incluso en público, y la tenía sometida a constantes manipulaciones y humillaciones. Violencia gratuita, pura y dura, para aplacarla, para controlarla porque ya entonces, la fuerza en la que se fundamentaba el éxito del dueto Ike & Tina Turner, no era Ike, un músico competente y poco más , sino Tina, una cantante extraordinaria, un ciclón desatado sobre el escenario, una voz con una energía que sólo podía compararse con la de la difunta Janis Joplin y una aptitud para el baile y lo espectacular incomparables.

Tina Turner había sufrido en silencio una violencia pura y dura que surgía como un cohete de los celos y la rabia del cabrón cocainómano de su marido. ¿Quién dice que Tina no vomitaba aquellas vejaciones en el escenario, quien dice que mientras cantaba no escupía la tremenda frustración de su vida, quien dice que no disimulaba y maquillaba como podía los morados y los golpes que recibía habitualmente? En el escenario, la angustia tremenda que la paralizaba se desbravaba con una furia descomunal. Qué miedo tenía ella, por sí misma y por sus hijos. Hasta que, pasados unos años, este pánico paralizador se convirtió en un pánico propulsor; encontró la fortaleza y el coraje para liberarse. Después de casi 16 años de toxicidad matrimonial, en 1976, lo abandonó. Dejaba atrás su matrimonio y su carrera conjunta. Dejaba también atrás una marca de éxito consolidado por tener que empezar de nuevo. Sin un dólar en el bolsillo abrumada por las deudas generadas por el incumplimiento de contratos ya firmados (adelantos que había cobrado Ike) y con 40 años. Sin embargo, una patada en el culo y a los testículos. Una nueva vida. Sin duda un peligrosísimo paso, de lo más difícil de tomar. Un paso audaz y arriesgado. Su seguridad y la de sus hijos colgaba de un hilo. Pasó de actuar en estadios a tener que hacerlo en hoteles y pequeños cabarés. Obligada a reconstruir su vida desde cero. Superó su pasado traumático, fue resiliente, y se convirtió en un icono de fortaleza para otras muchas mujeres que como ella sufrían malos tratos, violencia machista, física y psicológica, por parte de sus parejas. Habló de todo ello abiertamente, públicamente, se sometió al escrutinio social, alzó la voz en contra de la brutalidad, en contra de la violencia depredadora y psicopática, en una época que todavía no existían leyes protectoras, en una época en que la violencia doméstica era conceptuada como algo que pertenecía a la esfera privada y nadie debía (ni podía) hacer nada. La violencia machista en el hogar era particularmente prevalente, pero a menudo se trataba como un asunto privado y no se le daba la atención adecuada. En muchos países, las leyes y políticas no estaban suficientemente desarrolladas para abordar adecuadamente el maltrato a las mujeres. Las denuncias de violencia doméstica eran a menudo ignoradas o minimizadas, y las mujeres que osaban hablar eran estigmatizadas o culpabilizadas. Las opciones para buscar ayuda eran limitadas y los refugios y servicios de apoyo para las víctimas de violencia eran escasos. No explico nada que no sepan.

Antes de tropezar con aquella bestia depredadora cocainómana, la vida de Tina Turner había sido un cúmulo de despropósitos desde que nació, la madre la abandonó, no le quería (lo cuenta en su diario), fue a parar a casa de la abuela que la acogió y de casa de la abuela a otro sitio, y así, arriba y abajo de un sitio a otro. Unas circunstancias que la construyeron vulnerable, sin amor y autoestima, ingredientes insoslayablemente necesarios en las etapas del desarrollo para poder crecer con autonomía e integridad personal. A consecuencia de ello, se convirtió en carne para rapaces. Se agarró a un clavo al rojo vivo. Porque, a menudo, las historias de violencia machista se alimentan de violencias anteriores. Y los depredadores, los violentos, eso lo saben.

Sin embargo, su espíritu inquebrantable, pese a las adversidades, y su indudable talento, fueron motores importantísimos de superación. Tardó años en recuperar -y sobrepasar- el nivel de éxito que había tenido antes. Desde 1976 hasta 1984, cuando grabó el disco Private Dancer. Para mí, la forma en que Tina Turner recondujo su vida tiene un gran valor, un valor innegable; no sólo pienso en la mágica explosión de su arte, sino sobre todo en lo que tiene de recordatorio de que ninguna mujer, no importa la estela de celebridad o talento que arrastre, está exenta de sufrir violencia machista. Y su valentía, porque fue valiente hasta la muerte, fue un escalón de conciencia, un punto de inflexión de desmenuzamiento del silencio atemorizado. Su poderosa voz inspiró a muchas mujeres a romper amarras, a deshacerse del enclave doloroso, depredador y violento, al que estaban sujetas. Tina Turner, una voz impulsora, les dio alas para que buscaran ayuda y encontraran fuerzas para liberarse de los abusos y violencias de sus parejas. Utilizó su plataforma para trabajar activamente en la promoción de la conciencia sobre la violencia machista y el apoyo a las víctimas, para abogar por la igualdad de género. Sin duda, un símbolo de empoderamiento para muchas mujeres en todo el mundo. Su temple, su valentía y la determinación para superar el maltrato machista de su marido la convierten en un modelo a seguir. Su historia nos recuerda la importancia de creer en nuestra valía y tener el coraje de buscar ayuda cuando enfrentamos situaciones de abuso.

Gracias, Tina Turner, mil gracias por haber sido conciencia.