Sobre el bloqueo creativo

Sobre el bloqueo creativo

Arrancarse una obra del cuerpo y airearla para que los demás la vean es un acto lleno de miedos e inseguridades y, sobre todo, es un acto pintado todo él de soledad.

Una máquina de escribir.Getty Images

El mundo de la literatura está habitado por dos tipos de individuos. Ambos se reconocen como ciudadanos de ese mundo y, como tales, se relacionan, se expresan y contribuyen a que ese mundo avance. Sin más precisiones ni matices, se podría decir que unos son los teóricos y otros son los prácticos. Los teóricos suelen ser los que tienen una voz más sonora. Hablan con rotundidad de tramas, de personajes, de escritores mapa y de escritores brújula, de novelas de argumento y de novelas de personaje, proclaman a los cuatro vientos la página exacta en la que debería haber una escena de sexo y, por supuesto, separan con su criterio quirúrgico los comienzos que enganchan para separarlos de los que no, como quien separa el grano de la piel sana.

En el mismo mundo, paseando por sus mismas calles, comiendo en sus mismas cafeterías y acudiendo a sus mismos cines, están los prácticos. Lo único que hacen los prácticos es escribir. Escriben siempre, a toda hora. Porque su manera de pensar, de sentir y de vivir es escribir. A veces sacan fuera lo que ven proyectado en su interior, pero son muchas más veces las que lo mantienen para sí mismos. Si todos los escritores de la Tierra escribieran todo lo que se les ocurre, no habría edificios, sino libros. Y no habría sembrados, sino libros. Y no habría océanos, sino libros.

Uno de los pasatiempos favoritos de los teóricos es sermonear y criticar a los prácticos. Alguien dijo que un crítico es alguien que llega al campo de batalla cuando la lucha ya ha terminado y se pone a disparar a los heridos. Pero eso a los teóricos les da igual. Cargan una y otra vez contra las frases, los párrafos, los personajes, los argumentos, los comienzos, los finales, las descripciones, los diálogos. Ha llegado un momento en que ya no se puede leer una novela sin analizar cómo está escrita. Pero eso a los teóricos también les da igual.

La afición favorita de los teóricos es criticar y sermonear a los prácticos, y su tema favorito es el bloqueo creativo. O la página en blanco, según versiones. A los teóricos les encanta imaginar a los prácticos sentados en su escritorio delante de la nada. Y sufriendo por ello. Muchos teóricos querrían en el fondo ser prácticos y, por ello, además de cargar contra sus obras, cargan contra sus personas, contra su capacidad creativa, porque saben que es lo más precioso que tienen. De esta manera los ven como seres inferiores y así su deseo de ser como ellos se calma, como una picadura de mosquito a la que no se presta atención.

El bloqueo creativo es la obra maestra de los teóricos. Es la bandera que figura en lo alto de su edificio de análisis y conjeturas. Es el arma definitiva. Porque todos los prácticos, dicen, padecen bloqueos creativos. Y por tanto no son perfectos, por más fama, dinero y éxito que tengan.

No se dan cuenta los teóricos de que los prácticos ya tienen suficientes debilidades como para echar una más al montón. Porque arrancarse una obra del cuerpo y airearla para que los demás la vean es un acto lleno de miedos e inseguridades y, sobre todo, es un acto pintado todo él de soledad. Practicar la escritura es bajar a las propias cavernas con un candil y temer un engendro tras cada esquina, o desnudarse bajo un fluorescente ante la atenta mirada de cientos o miles de personas, o caminar sin rumbo durante días con sus noches, durante semanas, a veces durante meses o años. Es un proceso tortuoso y difícil porque alumbrar la verdad es tortuoso y difícil. Así que los bloqueos creativos no serían ni de lejos el problema más importante de los prácticos.

Pero lo más importante no es eso. Lo más importante es que el bloqueo creativo, en realidad, no existe. Es un fantasma. Un fantasma que no existe porque la hoja en la que los escritores escriben es el lienzo de su conciencia. Porque escribir no es ni una afición ni un oficio, ni siquiera una forma de terapia, como piensan algunos, sino una manera de estar en el mundo. Otro asunto distinto es si, una vez sacadas del intestino y volcadas sobre el folio, las ideas convencen a su autor, o le embrujan, o si son dignas de su propia conmoción. Pero este es un tema mucho más amplio y complejo de lo que los teóricos críticos suponen. De hecho es mejor no explicárselo, no vaya a ser que con él se fabriquen otro cuchillo para continuar descuartizando el arte de escribir como se descuartiza un cerdo.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Escritor desde que tengo memoria, directivo durante buena parte de mi vida y siempre un alma intensa. Con el tiempo he ido acumulando gran cantidad de títulos y cargos de los que intento liberarme para ser yo mismo la mayor parte del tiempo. Escribo para aclarar pensamientos o para recordar cosas que considero importantes. A veces lo hago solo porque mis ideas desbordan lo que soy y necesito colocarlas en algún sitio. Pero sobre todo trato de dar sentido a lo que nos ocurre. Por eso soy feliz si alguien encuentra luz o calor entre mis líneas aunque, por fortuna, tengo muchas otras maneras de serlo. Lo que pondría en mi tarjeta de visita, si tuviera una, sería Director Creativo.