Waldo, Nebbia, Don Juan

Waldo, Nebbia, Don Juan

Tras múltiples contratiempos se publica por fin Don Juan Tenorio en el que trabajaba Waldo de los Ríos al morir y que ha concluido Litto Nebbia.

Don Juan Tenorio.

Dentro de la infinita curiosidad que presidió su carrera, Waldo de los Ríos (Buenos Aires, 1934-Madrid, 1977) siempre quiso componer un gran espectáculo a la altura de los que animan la cartelera en Broadway o Londres. Ese era uno de sus sueños cuando se instaló en España, a finales de 1962, pero ni los encargos para actualizar revistas y zarzuelas, géneros muy ligados a ese concepto, ni el estreno de obras propias, como Carmen del viejo Buenos Aires, con Alfredo Alaria y Lalo Schifrin en el reparto, tuvieron la acogida que esperaba.

Convertido ya en uno de los artífices de ese Sonido Torrelaguna que marcó los comienzos de las carreras de Raphael, Karina o Mari Trini, Waldo pretende convertir a Jesucristo en uno de aquellos muchachos melenudos que tomaban las calles de Paris, salían a manifestarse contra la guerra de Vietnam y fumaban marihuana. En pleno franquismo, semejante idea era más que una provocación. Temerosos del no de la censura, ningún productor se atrevió a respaldarla. Sin embargo, poco después Jesucristo Superstar se convertiría en un éxito en cines y teatros. De los Ríos tuvo que contentarse con grabar A Cristo crucificado o una versión musicalizada del Credo, que, eso sí, se acompañó de una vistosa coreografía en el programa especial que TVE dedicó al compositor en 1976.

A finales de ese año, Waldo viaja a Londres y descubre Evita, un disco conceptual que acaba de ponerse a la venta con la voz de Julie Covington en No llores por mí, Argentina. A bordo de su imponente Lamborghini o en el modernísimo reproductor cuadrafónico del salón de El Olivar, su casa madrileña, escucha una y otra vez la obra de Andrew Lloyd Weber. Su madre, la folklorista Martha de los Ríos, había tratado a Eva Perón antes y después de que llegara a la Casa Rosada. Poco después, hacia enero de 1977, el músico inicia su Don Juan, un proyecto que le apasiona, del que habla a todo el mundo y con el pretende iniciar una nueva etapa personal y profesional. Ni en lo uno ni en lo otro atraviesa un buen momento.

Mientras compone, Waldo está librando en solitario una batalla contra la depresión que, con pasos firmes, se ha apoderado por completo de su ánimo. Apenas come, sigue a rajatabla la famosa dieta del Doctor Atkins, ha perdido casi cuarenta kilos en pocos meses. Le cuesta conciliar el sueño, se levanta tarde, trabaja toda la jornada en el chalé y, a la caída del sol, pasea por el centro de Madrid hasta detenerse en algún escaparate de la Gran Vía. «Qué pena —comenta a sus amigos—, no puedo comprar nada que me guste. Lo tengo todo.» Enciende un cigarro tras otro y, sin poder disimular la tristeza, contempla sentando en un banco el trasiego de gente.

Después, entrada ya la noche, da rienda suelta, en alguno de esos bares modernos que solo frecuentan hombres, a su otro yo seductor, sensual, incluso libertino, que ha reprimido desde que tiene uso de razón. Isabel Pisano, su esposa, reside desde hace tiempo en Roma, donde ha trabajado con Federico Fellini. Waldo le envía casetes con los avances del trabajo, canta algún pasaje y, en tono cariñoso, le dice que la echa de menos. Ambos mantienen relaciones con otros hombres. Curiosamente o no, el que trae de cabeza a Waldo se llama como el protagonista de la obra, Juan.

Dentro y fuera del negocio musical, ese invierno, el talento de De los Ríos parece amortizado. La industria le apremia para que encuentre un nuevo Himno de la alegría que reporte otra vez ganancias millonarias en todo el mundo. Sus discos de adaptaciones siguen siendo impecables pero, en pleno auge del sonido electrónico, carecen del atractivo comercial que tuvieron las de Mozart o Beethoven a principios de la década. Mientras revisa una y otra vez el texto de José Zorrilla, el músico vive atrapado en un laberinto del que no consigue salir. Apenas dos días antes del final, Ástor Piazzolla acude desde París a visitarle. "Resiste, Waldo, resiste", le dice al despedirse. En la noche del lunes 28 marzo telefonea a varios amigos. Una vez más se siente solo y triste. Todo el mundo tiene cosas que hacer. Hace frío y a nadie le apetece salir de casa. Antes de medianoche dos conocidos le encontraran moribundo.

Como tantas de sus cosas, Don Juan permanecerá en el limbo hasta que, a principios del nuevo siglo, Isabel Pisano llame a Litto Nebbia para que lo termine. Gracias a Litto, y a su sello, Melopea, además, otras obras inéditas del gran compositor consiguen ver la luz porque, por extraño que parezca, hasta ese momento ni las distintas multinacionales que asumieron los fondos de la vieja Hispavox, ni la heredera de Columbia, su discográfica argentina, ni los canales de televisión para los que trabajó a un lado y el otro del Atlántico, se habían molestado en revisar sus archivos. Cuando la partitura inacabada llegó a manos de Nebbia, Waldo ya era olvido.

"Nunca nos tratamos personalmente —me cuenta Litto, mientras convalece en su casa de El Tigre, en Buenos Aires, de una caída casual—. Además de la diferencia de edad, estábamos en ondas diferentes pero, al escuchar las cintas y ver las partituras me di cuenta de que partíamos de un mismo concepto de composición, que podíamos trabajar, más o menos de la misma manera".

Waldo dejó compuestos ocho de los veintitrés números del musical, que el autor de Solo se trata de vivir ha ido grabando en su estudio bonaerense durante estos años. A la dificultad de reunir un extenso reparto, del que forma parte otro veterano, Mauricio Birabent, Moris, famoso en España en los setenta por Sábado noche o Zapatos de gamuza azul, se ha sumado, cómo no, la pandemia y la situación económica que vive Argentina. La caja con los dos cedés, vistosamente decorada con motivos andaluces, acaba de ponerse a la venta en la página de Melopea.

"Ahora hay que intentar representarla en un escenario. Ese era el sueño de Waldo y también el mío", comenta Litto Nebbia mientas cuenta los días para volver a la gira conmemorativa de sus 75 años que tuvo que interrumpir por el accidente. "Sería maravilloso estrenarla en Sevilla —añade con un brillo en los ojos—, en cuanto esté otra vez operativo me pongo manos a la obra".

No, no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague.

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).