Cubo de basura alemán (Apólogo)

Cubo de basura alemán (Apólogo)

Mi vecina del segundo de una ciudad del norte de Alemania me dejó hace unos días una nota: "Hola, señor Ortega, ¡¿sigue usted beneficiándose del cubo de basura de la señora Matuschak y del nuestro para depositar en ellos su basura?!"

Mi vecina del segundo, a la que no conozco, a pesar de que sólo somos cinco habitantes en esta casa de una ciudad del norte de Alemania en la que vivo desde hace dos años, me dejó hace unos días una nota en el buzón en la que me dice: "Hola, señor Ortega, ¡¿sigue usted beneficiándose del cubo de basura de la señora Matuschak y del nuestro para depositar en ellos su basura?! Si no es así, despreocúpese de este escrito. Pero si es así, en el futuro haga el favor de arrojar su basura en su cubo. Nosotros calculamos el calendario de cada recogida, y no podemos dejar nuestra basura en nuestro cubo, ¡porque está lleno! Y ya se sabe que las bolsas sueltas atraen a las ratas, ¡lo cual no es que sea fabuloso! Muchos saludos, Katja Geerdes". (Los subrayados son míos.)

Desconcertado, le escribí a mí vez un breve en los siguientes términos: "Querida señora Geerdes, ¡¿me está acusando de que meto mis bolsas de basura en el cubo en el que figura su apellido?! Si no es así, deje de leer esta nota. Pero si es así, le ruego que no acuse a ciegas. Yo pongo mi basura en mi cubo, y la verdad es que no produzco tanta basura como para tener que utilizar el cubo de los demás, ni el suyo ni el de la señora Matuschak. Eso sería ciertamente desagradable. Un saludo, Carlos Ortega".

De momento, no hemos cruzado más misivas. Es cierto que los cubos o contenedores de basura que se apilan en un corralito, al pie de nuestro portal, ostentan en su tapa el nombre del propietario: "Geerdes, Matuschak, Radenkovic, etc.". El mío es el único que no tiene nombre, a causa de mi desidia para estas cosas, pero es, por lo mismo, perfectamente identificable. Cuando leí el papel de la señora Geerdes, pensé que se trataba de una transposición de nuestros problemas nacionales e internacionales, nuestra deuda y sus prescripciones. Luego pensé si no habría, por equivocación, echado alguna vez la basura en su cubo. Esto lo descarté porque soy muy cuidadoso con este aspecto. El cubo de la basura es una propiedad muy importante para un alemán, al menos en este barrio de esta ciudad del norte del país. Forma parte de la cultura diaria separar detalladamente cada tipo de desperdicio: orgánico, envase, papel, etc., de acuerdo con un escrúpulo por aprovecharlo todo que uno identifica con Alemania más que con cualquier otro sitio del planeta. Sabiéndolo como lo sé, por nada del mundo hubiera yo violado esa propiedad privada de ninguno de mis vecinos: su cubo de basura.

Ayer descubrí con estupefacción que la señora Geerdes ha candado su cubo de basura, y que lo mismo ha hecho la señora Matuschak, y también el señor Radenkovic y hasta los dueños de la peluquería de la planta baja, que además, por si no estuviera suficientemente claro, han pegado con celo un papel en la tapa con la frase "Propiedad de Güly&Pierre". Los negros contenedores de mis vecinos lucen ahora cadenas plateadas y candados dorados. ¿Cómo sacarán de ellos la basura los basureros cuando pasen en su recogida?, me pregunté. ¿O bien, como me decía la señora Geerdes en su escrito, conocen la fecha en que los basureros pasan, y entonces dejarán abiertos sus cubos?

Todos estos cambios en el corralito en que se apilan los contenedores se han producido muy discretamente. En este país la gente a veces es tan sigilosa como un oriental. Es un aspecto importante de la cultura alemana. Es común encontrarse de repente con el resultado de una acción amparada en la invisibilidad y el silencio. Digo esto porque esta mañana he asistido a un episodio más en la historia con los cubos. Uno de ellos, el de la señora Geerdes, había ardido a medias, y uno de sus laterales había quedado arrasado y retorcido por las llamas, y dejaba al descubierto unas cuantas bolsas de basura también requemadas. La visión era lamentable, como cuando uno se tropieza con una de esas papeleras carbonizadas en medio de las ciudades. "Ha empezado la guerra entre mis vecinos", me he dicho, "la guerra de los cubos de basura".

En Alemania los vecinos se disputan por poca cosa. El hecho es tan corriente que hasta existe un programa de televisión que trata exclusivamente de los pleitos entre vecinos. Y no tiene poca audiencia. Digamos que el vecino siempre encuentra un motivo para el roce. El asunto de la basura, claro, no es baladí. Como decía, la basura es importante, y nadie consiente tener ni más ni menos basura que la que produce, ni más ni menos desperdicio que el que sus fuerzas le permiten fabricar. Y es bien lógico y legítimo negarse a albergar el desperdicio del otro. Que cada cubo aguante su basura, podríamos decir.

Después de semejantes violencias, no sé adónde nos va a llevar esta historia, pero prometo seguir informándoles.