20 años de 'Deseando amar'

20 años de 'Deseando amar'

Fotograma de 'In the mood for love', de Wong Kar-waiEL HUFFPOST

No hay palabras para definir Deseando amar; ni siquiera existen palabras para expresar el valor de Wong Kar-wai. Son tantas las veces que he visto su filmografía y que, por ende, he hablado, escrito o reflexionado acerca del cineasta y de su obra que resulta sonrojante. Qué duda cabe ya, soy seguidora irredenta de su talento. 

Si traigo ahora a colación esta pasión nada malsana, es porque Avalon ha informado de que, con motivo de su vigésimo aniversario, la cinta de Kar-wai volverá a proyectarse en pantalla grande, una noticia que solo es superada por el hecho de que vaya a ser nuevamente exhibida en el Festival de Cine de Cannes este mayo, durante su 73ª edición, celebrando que fue allí, precisamente, donde emergió como obra de arte, granjeándole a Tony Leung la Palma de plata a Mejor interpretación masculina. 

Restaurada o no, Deseando amar es una joya de la filmografía del nuevo milenio y, por ello, es de recibo no solo felicitar a Avalon por su decisión de devolver a las salas esta cinta, sino también celebrar la carrera del cineasta hongkonés más aplaudido.

Si todavía queda alguien que no se ha acercado a la obra cumbre de Kar-wai, aquí encontrará algunas de las claves por las que este mayo tiene una cita ineludible con la gran pantalla.

Cuando el amor llega así de esta manera

La primera clave que define Deseando amar es, sin duda, la sensación de inevitabilidad del romance. No de la pasión, que esa tarda en aflorar en el metraje, sino de la debilidad ineludible de todo ser humano que desea, por encima de todo, amar y ser amado. En este sentido, un título jamás había resultado tan elocuente. 

Poco espacio, mucho tiempo

Kar-wai incardina la trama a través de unas coordenadas espacio-temporales muy precisas, situando la acción en el Hong Kong de 1962. Pero la ciudad se encuentra desprovista de toda importancia, dado que el mundo, el de los personajes, se encuentra en un milimétrico edificio donde viven Li-zhen (Maggie Cheung), una secretaria, y Chow (Tony Leung) un periodista. Ambos están casados, y cada uno comparte su vivienda a escasos metros del otro. En ese ambiente asfixiante de pasillos estrechos, perfectamente recreados por la siempre maestra mano del director, el espacio es limitado, pero el tiempo se dilata de manera impía. El marido de Li-zhen, viajante de profesión, nunca está en casa; la mujer de Chow también realiza desplazamientos frecuentes, motivo por el que ambos comparten la soledad de un tiempo que se les hace eterno.

Porque los personajes apenas hablan, a pesar de que digan exactamente lo que tienen que decir

Al mutismo de sus respectivas parejas se añade el temido “qué dirán”, lo que les hace sentir que su relación amistosa tiene un grado inaceptable de intimidad. Su paulatina unión y el deseo de que no descubran que su relación ha ido un paso más allá solo serán superados por el secreto inconfesable que ambos terminan descubriendo.

Más allá de la imagen

La planificación de cada uno de los encuadres de Deseando amar es de una pulcritud categórica. La variedad y calidad de cada plano se eleva a categoría de arte, no por hipérbole, sino por puro juego visual. Es un deleite observar una película en la que cada plano compite en belleza, y que extrae exactamente la información y la pulcritud que Kar-wai deseaba.

Asimismo, el trabajo de dirección fotográfica que lleva a cabo Christopher Doyle, acompañado por Pung-Leung Kwan y Ping Bin Lee, es soberbio. Esto ha precipitado que la fotografía de Deseando amar haya pasado a los anales de la historia cinematográfica como una de las más extraordinarias. Es tal su pulcritud, que no es necesaria la exposición de más de un segundo a un fotograma de la cinta para reconocer su procedencia.

No son solo palabras

Y si bien una imagen vale más que mil palabras, las de Deseando amar son de una belleza inconmovible. Porque los personajes apenas hablan, a pesar de que digan exactamente lo que tienen que decir. No son vacilantes ni groseros ni histriónicos. Su amor, su dolor y su pasión, que también llega, son tan velados y perfectamente enunciados que alcanzan un altísimo grado de perfección. Incluso un muro del milenario templo budista de Angkor Wat se convierte en fiel testigo de los deseos nunca pronunciados, quizá porque sus protagonistas saben que no todo se puede confesar.

Si a ello le añadimos una dirección de arte admirable, un vestuario que alcanza una dimensión prácticamente onírica, y una banda sonora coronada por Yumeji’s Theme de Shigeru Umebayashi, convertido ya en mantra e incluso religión, solo podemos concluir que la decisión del Festival de Cannes no podría ser más acertada.

Celebremos nuestro amor al cine sin ambages, hace veinte años Kar-wai demostró que siempre se está a tiempo de ser escuchado cuando el objetivo deseado es amar.

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Lucía Tello Díaz. Doctora y profesora universitaria de cine. Directora y guionista.