Despistados hasta decir basta

Despistados hasta decir basta

Errores, lapsus y gazapos han protagonizado algunas de las hojas más gloriosas de la historia.

Rainer Puster via Getty Images/iStockphoto

Se cuenta que cuando al torero Rafael el Gallo le presentaron a José Ortega y Gasset, el sevillano preguntó que quién era “aquel gachó con pinta de estudiao”. Alguien le debió explicar que era un filósofo, a lo cual el matador volvió a la carga: “¿Filo qué, ezo qué e?”.

Entonces su interlocutor se explayó un poco más, explicando que era una profesión en la que se analizaba el pensamiento de la gente. El Gallo, estupefacto, guardó silencio unos segundo y acabó explotando con la gracia propia de los sevillanos: “Hay gente p ató”.

El filósofo que se cayó a un pozo

Y es que los filósofos son tenidos con personas contemplativas que viven en su mundo, distraídos y ajenos a cualquier tipo de cuestiones prácticas, tratando, eso sí, de resolver los grandes problemas de la humanidad.

Se cuenta que en cierta ocasión Tales de Mileto, uno de los siete sabios de Grecia, se encontraba abstraído contemplando las estrellas mientras deambulaba por su jardín. Allí, absorto en sus pensamientos, se cayó a un pozo provocando la carcajada de su criada tracia que pasaba por allí y que le preguntó por qué estaba tan ansioso por saber las cosas que había en el cielo mientras se le escapa lo que tenía delante de sus pies.

El verbo despistar está formado por des-, deshacer una acción ha hecha, y pista-, que significa huella o pisada, de modo que en su origen era borrar las huellas para engañar a otro que sigue un rastro, más adelante adoptaría el sentido figurado.

El panadero que pegó fuego a una ciudad

Lo que comenzó siendo un fuego sin importancia en Pudding Lane, en plena City de Londres, acabó convirtiéndose en el Gran Incendio. Al parecer todo se debió a que un panadero despistado, Thomar Farriner, que dejó el horno encendido.

El suceso ocurrió en 1666 y el fuego ardió durante tres días y tres noches, destruyendo más de trece mil casas, casi noventa iglesias y 44 antiguas casas gremiales. En el lugar en el que comenzó el fuego actualmente hay monumento de 62 metros de altura.

Más que un despiste fue desinformación, ajuste de cuentas... Los hechos sucedieron el 11 de noviembre de 1918, el día en el que terminó la Primera Guerra Mundial. A pesar del armisticio, que se firmó a las 5.00 am, durante las horas siguientes fueron heridos o asesinados 11.000 hombres. Una cifra superior a los caídos en el día D de la Segunda Guerra Mundial.

Uno de aquellos “despistados” fue el general William W Wright que perdió a sus 365 hombres porque, según él, quería tomar los baños de Stenay (Lorena) para que sus tropas pudiesen refrescarse.

Los despistes no son cosa del pasado

En febrero de 2003, el entonces gobernador de Florida, Jeb Bush, agradeció al presidente Aznar su “amistad” con Estados Unidos como “presidente de la República española”.

Años después Evo Morales, presidente de Bolivia, también se refirió a España como una República. Lo hizo al hablar del rey Juan Carlos, a quien definió como “el Canciller de la república de España”.

Federico Trillo cuando era ministro de Defensa acudió a El Salvador a visitar a las tropas españolas allí destinadas. Durante la ceremonia pidió a los militares que repitieran con él “¡Viva Honduras!”, ante la cara de estupefacción de los allí congregados.

Mucho más reciente ha sido el despiste del presidente Pedro Sánchez que en dos ocasiones se equivocó ante su homólogo keniata al confundir Kenia con Senegal. Y es que errores, gazapos y lapsus no dejan de colarse en los renglones de la historia. Como diría mi abuelo, hasta el mejor de los escribanos echa un borrón.