Por qué es mejor vivir sin una causa que defender

Por qué es mejor vivir sin una causa que defender

Que desaparezca una especie siempre es una calamidad. Pero en este caso lo es más, porque el pobre cernícalo primilla no cuenta con la simpatía que despierta el oso panda.

Un cernícalo primilla en un tejado.MyLoupe via Universal Images Group via Getty

Tener una causa que defender da muchísimo trabajo. Supongamos, por ejemplo, que uno está a favor de proteger al cernícalo primilla, un ave que está en peligro de extinción. Para empezar, hay que tener claros los argumentos por los cuales se está a favor de la causa. En esta ocasión son evidentes: que desaparezca una especie siempre es una calamidad. Pero en este caso lo es más, porque el pobre cernícalo primilla no cuenta con la simpatía que despierta el oso panda, ni con la majestuosidad del leopardo de las nieves o el tigre de Sumatra. Por tanto, a su ya de por sí lamentable riesgo de desaparición se suma el de ser ninguneado.

Lo siguiente es cargar a toda hora contra los responsables de la situación que motiva nuestra causa. En este caso, los constructores que usan materiales para los tejados en los que el cernícalo no puede anidar. Y también los agricultores, cuyos controles exhaustivos de los cultivos hacen que el pobre primilla no tenga apenas un insecto que llevarse a la boca, no digamos ya un pequeño roedor. Y por supuesto a todos los que contribuyen a la contaminación general, que somos todos, incluyendo a los niños, a los videntes y a los fareros.

En este caso, además, dado que el cernícalo primilla es un ave migratoria y todos los años viaja al África subsahariana, no queda otro remedio que establecer acuerdos internacionales de muy alto nivel para que se sepa qué pasa con este ave más allá de nuestras fronteras. Es un escándalo que no tengamos esa información. Por supuesto, puestos a buscar responsables, siempre conviene incluir algunos culpables genéricos, como por ejemplo el sistema educativo, los políticos o los bancos.

Da igual si es más necesario proveer de micronutrientes y vacunas a los países empobrecidos o si la gente se muere de ataques al corazón o en accidentes debido a sus malos hábitos. Cualquiera que sea la causa que hemos escogido estará siempre por encima de esas y otras cuestiones

El siguiente asunto del que ocuparse no solo genera trabajo, sino también buenas dosis de tensión. Y es el de estar constantemente escudriñando a todo el mundo para ver cuándo alguien dice algo incorrecto, irreverente o simplemente inapropiado sobre el objeto de nuestra causa. Es decir, si por ejemplo alguien habla del cernícalo vulgar confundiéndolo con el primilla.

Dado que, a estas alturas, todo el mundo debería saber ya que el primero es más grande y tiene las uñas negras. Y si no se sabe, entonces lo que hay que hacer es, esta vez con razón, cargar contra el sistema educativo y exigir que ese contenido esté en todos los planes de estudios de manera inmediata. Y por supuesto, que nadie pueda pasar de curso o entrar en la universidad si lo desconoce.

Nuestra actuación ante estas situaciones debe ser inmediata, contundente y ejemplarizante, a ser posible llamando la atención de cuanto influencer o medio de comunicación se ponga a tiro. Si podemos documentarlo con un vídeo cutre que parezca improvisado, mucho mejor. Aquí se abren dos opciones respecto al modo concreto de hacerlo. Aunque, de nuevo, ninguna es fácil ni relajada. La primera es ir por la vía del insulto. Es mucho más directa, aunque presupone reconcentrar suficiente cantidad de bilis para que la injuria salga adecuadamente sangrante y virulenta.

Solo así los que nos rodean se darán cuenta de que el agravio causado es desmedido y de que somos capaces de cualquier cosa para ajustar cuentas. La segunda opción es fabricar memes. Esta segunda es más entretenida, pero da mucho más trabajo y genera grandes dosis de ansiedad, al no saberse de antemano si el meme se extenderá lo suficiente como para que la lapidación del ofensor sea incuestionable y unánime.

Lo que provoca el mayor desasosiego cuando se tiene una causa que defender es la vigilancia constante y el activismo categórico en cualquier tipo de lugar, momento y ambiente

Una tarea adicional, no exenta de preocupaciones añadidas, es anteponer nuestra causa a cualquier otra. En este caso no cabe duda del porqué, pues todo el mundo tiene claro que la viabilidad del cernícalo primilla es un asunto de alta importancia para nuestra sociedad en particular y para el futuro de la humanidad en general. Desde luego muy por encima de la del elefante, la ballena o el gorila de la montaña, que son mucho más grandes y fuertes y saben defenderse solitos.

Pero si no fuera así, hay que luchar porque nuestra causa ocupe el primer lugar en el listado de prioridades a nivel planetario. Da igual si es más necesario proveer de micronutrientes y vacunas a los países empobrecidos o si la gente se muere de ataques al corazón o en accidentes debido a sus malos hábitos.

Cualquiera que sea la causa que hemos escogido estará siempre por encima de esas y otras cuestiones. Máxime si estamos hablando del pobre cernícalo, que además ha tenido que presenciar cómo su nombre ha sido mancillado al utilizarlo como insulto, al igual que pelamangos o mamahuevos.

En definitiva, es mucho más sencillo carecer de causa que defender una. Y ya puestos, librarse también de los principios y de los valores, que son un verdadero incordio

Sin embargo, lo que provoca el mayor desasosiego cuando se tiene una causa que defender es la vigilancia constante y el activismo categórico en cualquier tipo de lugar, momento y ambiente. Charlas en torno a la máquina de café, citas románticas o comidas familiares: cualquier momento es bueno para espetarle al cuñado de turno la verdadera verdad sobre el cernícalo primilla, aun con media croqueta en la boca.

No se puede renunciar a ocasión alguna ni por supuesto esperar. Ni hay precio demasiado alto: broncas conyugales, rupturas de antiguas amistades e incluso jugarse el puesto de trabajo. Si el camino recto ha de ser revelado, que lo sea caiga quien caiga.

En definitiva, es mucho más sencillo carecer de causa que defender una. Y ya puestos, librarse también de los principios y de los valores, que son un verdadero incordio.

Aunque claro, en casos graves de ausencia de vida interior será necesario plantearse algún sustituto para llenar el vacío que deja no creer en nada, como pueden ser las compras compulsivas o el abuso de cualquier sustancia que proporcione una evasión segura y sin efectos secundarios.

Porque la otra opción, defender las causas propias sin crispación y tolerancia, y admitir que los demás también poseen su fragmento de verdad, está pasada de moda y cada vez es más inaceptable en estos tiempos de modernidad líquida.

Nota: el texto es delirante y deliberadamente sarcástico, pero el cernícalo primilla es un ave que existe de verdad, y de verdad está en peligro de extinción. Hagan cualquier cosa, pero protéjanlo.