Resilientes

Resilientes

La placa de entrada de Auschwitz esconde un secreto que pasó inadvertido a los nazis.

Fotografía de archivo de la entrada a Auschwitz-Birkenau.JOEL SAGET via AFP via Getty Images

Nuestro diccionario define la “resiliencia” como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Si sustituimos “ser vivo” por “ser humano”, posiblemente, uno de los mejores monumentos a la resiliencia lo encontramos en la plaza Wittenberg de Berlín.

Allí, en el año 2013, se erigió una escultura que fue bautizada como “To B remembered” y que tiene forma de “B”. Si nos fijamos con atención, es una letra un tanto singular, ya que su morfología es invertida, la misma que la que tenía la letra original que había en el campo de concentración de Auschwitz, a unos 70 kilómetros de Cracovia.

Ni tan lejos ni hace tanto tiempo

Allí murieron, al menos, 1,1 millones de personas antes de que el campo fuera liberado por las tropas soviéticas, de las cuales el 90% eran judíos. Y es que Auschwitz fue el campo más grande de la Alemania nazi, realmente era un complejo de campos, que poseía un campo de concentración, uno de exterminio y uno de trabajos forzados.

Jan Liwacz (1898-1980) fue un herrero polaco que fue arrestado en 1939 y enviado a prisión, sufrió diferentes traslados hasta que fue deportado finalmente al campo de Auschwitz, en donde permaneció por espacio de cuatro años.

Debido a su profesión, los nazis le encomendaron la triste tarea de forjar el famoso letrero de bienvenida, aquel que rezaba “Arbeit macht frei” –el trabajo os hará libre-. Una mentira más del ideario nazi. Una tosca ironía que leían los que eran conducidos al campo y que, en su mayor parte, terminarían sus vidas en las cámaras de gas. La única forma que había de salir de Auschwitz era por la chimenea del crematorio.

Parece ser que la autoría del eslogan en los campos de concentración se atribuye a Theodor Eicke, el primer comandante de las SS en el campo de Dachau.

La de Auschwitz era una cartela enorme, medía unos cinco metros, y pesaba unos 40 Kg. Liwacz, en un acto de rebeldía, decidió invertir la forma de la letra, quizás, para advertir a sus compañeros del engaño de aquel mensaje. La verdad es que se desconoce si el resto de los prisioneros pudieron advertir el engaño.

Cuando la resiliencia se convierte en irreverencia

Se cuenta que cuando Auschwitz fue liberado por el Ejército Rojo los soldados rusos desmontaron la inscripción y se disponían a llevársela a Rusia. Uno de los prisioneros –Eugeniusz Nosal- les sobornó con vodka para que se la regalasen. Un acto, sin duda, valiente con el que pretendía preservar la memoria de la ignominia. Nosal la escondió y la sacó a la luz dos años después.

A pesar de sus dimensiones y su peso, en el año 2009 la cartela de Auschwitz fue robada. Nada más conocer el suceso las autoridades polacas ofrecieron una recompensa de 5.000 zloty –más de 1.200 euros al cambio- por cualquier pista que pudiera llevar a su recuperación.

El robo conmocionó a gran parte del mundo y su recuperación se convirtió en cuestión de honor. Afortunadamente, poco tiempo después, fue encontrada, si bien ya no estaba íntegra, los ladrones la habían fragmentado en tres trozos. Para evitar que estos desmanes se vuelvan a repetir en su lugar se ha colocado una copia y la original ha pasado al museo del campo de concentración.

En el año 2014 la historia se repitió. En este caso el escenario fue el campo de concentración de Dachau, de su puerta principal fue sustraída la histórica frase. En este caso las dimensiones eran más pequeñas: 190 centímetros de alto y 94 de ancho. No fue hasta noviembre de 2016 cuando pudo ser recuperada -en suelo noruego- y devuelta al campo de concentración, siendo instalada en el memorial para evitar nuevos hurtos. Se estima que en este campo fueron asesinadas unas 45.000 personas.

Es imposible entender qué interés puede tener para alguien hacerse con esta “literatura del exterminio”, uno de los letreros más infames de toda la Historia de la Humanidad.