Soy asiática, salgo con un hombre blanco y me resulta complicado

"Ya estamos, otra pareja de asiática con chico blanco", me quejo al tiempo que suelto la mano de mi prometido.
Odia cuando hago eso. Sinceramente, yo también. Sé que es desagradable y ofensivo contra mí misma, pero cada vez que veo una pareja con nuestra misma composición racial, una parte de mí se derrumba. Vivimos en San Francisco (Estados Unidos), de modo que es algo tan rutinario de ver como las subidas y bajadas de la ciudad. En esos momentos, desearía que estuviéramos en cualquier otra parte, que fuera mi mejor amigo gay o que fuéramos los cofundadores de una empresa, que él fuera el asiático y yo fuera la blanca, que perteneciéramos a razas completamente ambiguas o que pudiera tragarme la tierra, convertirme en un pequeño gusano y salir con quien me apeteciera sin tener en cuenta la percepción de la sociedad.
La vergüenza no es la parte más sabia ni la más madura de uno mismo, pero aun así tiene su propia voz. "¡Dejadlo ya!", querría mi vergüenza que les gritara a esas parejas. "¿No os dais cuenta de que cuantas más parejas haya como nosotros, peor imagen tendrá esto?".
"Esto" es la tendencia que parece prevalecer entre las mujeres asiáticas de terminar con hombres blancos. "Esto" significa la perpetuación de las asiáticas como fetiche.
Cuando me enteré de que las asiáticas éramos un fetiche, yo era la única niña china de una escuela pequeñita. Los demás alumnos de mi clase ya empezaron a tener amoríos a partir de quinto de primaria, a pasarse notitas de amor y a intercambiarse álbumes de Alanis Morissette. Yo seguí esperando mi álbum Jagged Little Pill, pero no me llegó nada en quinto. Tampoco en sexto. Ni en séptimo. Ni en octavo.
Al final, en noveno, me llegó un correo electrónico en San Valentín de un chico deportista bastante popular. En el asunto del correo ponía: NO LE ENSEÑES ESTO A NADIE. En el cuerpo del correo, un poema verdaderamente horrible en el que me pedía que fuera su novia. "¡Madre mía!", es lo único que pude pensar. "¡Le gusto a alguien!". Me dio igual que su gramática dejara mucho que desear. Me metí a Instant Messenger y le dije que sí.
Cuando mis compañeros de clase se enteraron, descubrí que las asiáticas éramos un fetiche. Mis amigos me dijeron que este chico llevaba un tiempo experimentando este fetichismo. Yo solo asociaba esa palabra a cosas como el fetichismo de pies, así que comprendí lo que significaba eso: sentirse atraído por una asiática era un gusto sexual peculiar. Cuando te dicen a una edad temprana que le gustas a alguien por un fetiche, te das cuenta de que tienes una naturaleza extraña, anormal. Lo interioricé: que alguien se sintiera atraído por mí era una especie de perversión. De este modo, aprendí a pensar que las asiáticas somos menos deseables y que debo ser rechazada por las personas que me gustaban a mí.
Cuando salía con este chico, mucho de lo que decía no me gustaba. Mis amigos no se equivocaban sobre su fetiche. "Siento que las asiáticas sois más profundas que las demás, ¿sabes?", me dijo en una ocasión.
Pensé que la situación sería mejor en la universidad, pero cada vez que un no asiático mostraba interés, empezaban los susurros: He oído que tuvo una novia mitad asiática en el instituto. Fue a clase de japonés la semana pasada. Le encanta el sushi. Mucho más de lo normal, quiero decir.
A veces era difícil distinguir qué actitudes eran una advertencia y cuáles no. Los halagos desafortunados eran un buen indicador. "Todos los blancos y los asiáticos están celosos de que estemos juntos", me dijo mi primer novio de la universidad. Recuerdo preguntarme en ese momento por qué dio por hecho que solo les resulto atractiva a los blancos y a los asiáticos. Lo dio por hecho, por supuesto, por mi raza. Los halagos que se fundamentan en la raza revelan que no ves a esa persona como individuo, sino como un fragmento de algo mayor.
Tardé un tiempo en darme cuenta, pero en cuanto me asenté en la universidad, conocí a mi primer novio asiático, que terminó siendo mi marido. Por desgracia, también se convirtió después en mi exmarido. Tras esta relación, tuve una con otro hombre asiático. Huelga decir que pasé una década sin que lo de los hombres blancos ni los fetiches se me pasara por la mente.
Ahora es algo en lo que pienso todos los días por mi anteriormente mencionado prometido.
Llegó a mi vida en una época en la que les había puesto la cruz a los hombres. Llevaba toda mi vida de adulta en una relación y ahora simplemente me apetecía centrarme en mí misma. "Cinco años soltera", me propuse orgullosamente. Once meses después, él llamó a mi puerta.
Acudió para una fiesta que organicé y no me hizo ninguna insinuación. Me hacía preguntas y escuchaba mis respuestas. Descubrimos que habíamos ido a la misma universidad, que habíamos estudiado la misma especialidad, que éramos zurdos, que nos encantaba escribir, que no bebíamos alcohol y que no soportábamos la comida picante. Una amiga mutua a la que ambos apreciamos mucho estaba enferma y empezamos a quedar para ir a verla al hospital. Una noche nos quedamos a solas. Le conté mis planes de seguir soltera un tiempo y le dije que solo podíamos ser amigos. Me dijo que él sentía algo más, pero que respetaría mis necesidades. Nunca me presionó, pero seguimos viéndonos, haciéndonos preguntas y prestando atención a las respuestas. Nunca nos resultaba aburrido.
Cuando empecé a considerar la idea de levantar el veto a las relaciones, ese viejo fantasma blanco regresó: la sospecha de que las asiáticas fuéramos su fetiche. Tiene tendencia a salir con asiáticas. ¿Sabes cuántas novias asiáticas ha tenido? Puede que sean su fetiche.
"¿¡Qué demonios!?", le solté.
"¡Nunca lo he visto así!", insistió. "Crecí en Cupertino, así que casi todos mis compañeros de clase eran asiáticos, pero no todas mis novias han sido asiáticas... aunque supongo que la mayoría sí. No es algo en lo que haya pensado".
Puse los ojos en blanco por el lujo que tienen los hombres blancos de no tener que pensar en la raza en su día a día. Yo, por mi parte, empecé a obsesionarme. No podía salir con alguien que tuviera como fetiche a las asiáticas porque me convertiría en cómplice de una tendencia que hundía sus raíces en la violencia y la colonización. Ya estaba ocupada tratando de ser una mujer progresista e independiente y tener un novio que considera un fetiche a las asiáticas no encajaría con esta pretensión.
Por otro lado, no me había hecho ningún halago basado en la raza y siempre me había sentido respetada. Sabía que era una buena persona y que se esforzaba por ser mejor cada día. Es la clase de pareja que buscaba, la clase de persona que es difícil de encontrar.
Así pues, volví a él con deberes. "Puedes racionalizar tu historial con mujeres todo lo que quieras", le dije una noche en la cama. (¿Tienen las asiáticas fama de ser buenas conversadoras en la cama, por cierto? Porque tengo la sensación de que estoy acabando con ella). "Pero no puedes negar cómo se ve desde fuera. Y lo más importante, tienes que pensar en cómo hace que se sientan las mujeres con las que sales. Piensa en cómo es sentirse una más en una lista de otras muchas que se parecen a ti. ¿Cómo de reemplazable te sentirías? ¿Cómo de degradante te parece?".
Pese a su tendencia a ponerse a la defensiva (¿es eso típico de los hombres blancos?), se tomó muy en serio mi petición de que viera las cosas desde otra perspectiva. Me hizo preguntas, escuchó mis respuestas. Ahondamos no solo en la dinámica entre las asiáticas y los hombres blancos, sino también en las representaciones injustas que han sufrido los hombres asiáticos a lo largo de la historia y las feroces críticas que han recibido personalidades como Constance Wu y Chloe Kim por salir con hombres blancos. Es una conversación incómoda, pero la hemos prolongado durante estos años.
El motivo por el que seguimos juntos es que sé que no tengo que luchar contra estas molestias yo sola. Si nos cruzamos con tres parejas seguidas compuestas por hombre blanco y mujer asiática y pregunto: "¿En serio, ¿por qué?", él no hace como que no ha visto nada. Se esfuerza por no dejarme sola en los momentos más incómodos de nuestra relación y yo me esfuerzo por no soltar su mano. No somos perfectos. Sin embargo, después de resurgir de mis pequeños momentos de vergüenza, no querría que ninguno de los dos lo fuéramos.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.