UPYD, descanse en paz

UPYD, descanse en paz

La aportación de este partido desde su nacimiento en 2007 a la política española fue extraordinaria.

Cartel electoral de UPYD en 2019, en Madrid. SOPA Images via Getty Images

Hace unas pocas semanas una jueza certificó la extinción de UPYD, tras trece años de vida y calvarios, aciertos y errores, éxitos y fracasos. Como la vida de cualquiera de nosotros, supongo, poco más o menos. A pesar de que ha sido ahora cuando se ha certificado su deceso, yo ubicaría su muerte como partido político con capacidad de influencia hace aproximadamente un lustro, cuando en aquellas elecciones de diciembre de 2015 nos quedamos fuera del Congreso de los Diputados; nos presentamos con Andrés Herzog como candidato a la Presidencia del Gobierno de España, dado que Rosa Díez, habiendo visto lo que se nos venía encima, había decidido dar un paso atrás apenas unos meses antes, tras un año de malos presagios, conflictos internos, ataques por parte de los principales medios y fracasos electorales. En aquellos comicios irrumpieron con fuerza Podemos (con 69 diputados) y Ciudadanos (con 40)… mientras que nosotros nos quedábamos fuera del Congreso. La muerte se certificó entonces, pero fue antes, a lo largo de 2014, cuando realmente fuimos triturados víctimas de un cúmulo de circunstancias, internas y externas; apareció Podemos como abanderado de la regeneración democrática, la nueva política y los nuevos tiempos, y Ciudadanos comenzaba a pisarnos los talones, ambos con un enorme apoyo mediático. Y fuimos engullidos sin compasión de ningún tipo: los electores no valoraron nuestros muchos aciertos sino que castigaron nuestros graves errores y nuestros enfrentamientos internos. En las elecciones europeas de mayo de 2014 hicimos como que no pasaba nada, pero fue el inicio del fin de nuestro proyecto. 

2016 (tras las elecciones de diciembre de 2015 que nos dejaron fuera del Congreso de los Diputados), etapa en la que ejercí las responsabilidades de portavoz nacional y fui candidato a la Presidencia del Gobierno de España (junio de ese año), fue un quiero y no puedo, una lucha sin armas contra todo tipo de obstáculos y contra los elementos, un intento (meritorio pero imposible) de recuperar una marca que estaba definitivamente amortizada y vista como desaparecida por la mayoría de los electores. Incluso Rosa Díez y Carlos Martínez Gorriarán se dieron de baja el mismo día y pidieron públicamente cerrar el partido. Lo intentamos con todas nuestras fuerzas porque queríamos corregir los errores cometidos y porque sentíamos que seguíamos siendo necesarios… pero fue imposible. 

En enero de 2017 dejé la portavocía de UPYD para transitar por caminos nuevos que hicieran posible la reconfiguración del proyecto desde fuera y el agrupamiento de una izquierda universalista y progresista, pero esta idea, en la que sigo embarcado, sigue pendiente de tomar definitivamente forma y fuerza; de momento no ha sido posible, pero al menos he tenido la suerte de acumular un buen número de cicatrices producto de decenas de experiencias que he vivido durante todo este tiempo y acumulado en mi mochila. Que me quiten lo bailado.  

Los últimos dirigentes de UPYD son quizás responsables de alargar la agonía del partido más de lo estrictamente necesario

Sea lo que nos depare el futuro, la aportación de UPYD desde su nacimiento en 2007 a la política española fue extraordinaria. UPYD abrió una alternativa al viejo bipartidismo y mostró la vía de la regeneración democrática y la nueva (y buena) política. Hicimos frente con argumentos al nacionalismo reaccionario que pretende romper España y defendimos la necesidad de actualizar el Estado autonómico para hacerlo más igualitario y solidario. Hicimos frente a ETA y defendimos a las víctimas del terrorismo. Reivindicamos la reforma de la ley electoral para que el voto de cada ciudadano valga igual independientemente del lugar desde donde se emita, y defendimos las listas abiertas, la limitación de mandatos, las primarias obligatorias y la exclusión de las listas electorales de políticos sospechosos de corrupción política. Defendimos la reforma de la Constitución Española para que la Educación, la Sanidad y la Justicia fueran competencias del Estado. Planteamos la reforma de la Justicia para profesionalizarla y liberarla de las garras de los partidos políticos, siempre dispuestos a colonizarla y utilizarla en su beneficio. Fuimos los primeros (y en la práctica, los últimos) en defender la supresión del Concierto Económico vasco y del Convenio navarro, incluso en Navarra y en País Vasco, donde obtuvimos representación durante dos legislaturas. Propusimos decenas de medidas concretas contra la corrupción política, como la supresión de los aforamientos, e incluso llevamos a los tribunales a personas y organismos muy poderosos, como Rodrigo Rato o Bankia. Defendimos la despolitización y la profesionalización de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, del Consejo de Seguridad Nuclear, del Banco de España, de la Fiscalía General del Estado o de los Tribunales de Cuentas. Defendimos la reforma del Senado para convertirlo en una verdadera cámara de representación territorial. Hicimos pedagogía política en relación al concepto de ciudadanía y defendimos que todos tuviéramos mismos derechos y obligaciones independientemente de nuestro lugar de residencia. Defendimos la libertad de elección lingüística frente a las políticas de imposición nacionalista y explicamos que son las personas quienes tenemos derechos y no las lenguas. Defendimos que España tuviera una Ley de Transparencia y una RTVE profesional, objetiva y veraz, libre de obligaciones partidistas del gobernante de turno. Llevamos al Congreso de los Diputados innumerables propuestas progresistas, como la ley de segunda oportunidad, medidas contra los desahucios, la regulación de la gestación subrogada o la despenalización del consumo de cannabis. Entre otras muchas.

Los últimos dirigentes de UPYD son quizás responsables de alargar la agonía del partido más de lo estrictamente necesario (yo mismo podría incluirme entre quienes siguieron intentándolo), pero los responsables de la muerte fueron los que no supieron adaptarse a los nuevos tiempos y cometieron errores que nos liquidaron como proyecto político (yo mismo podría incluirme entre ellos). Aparte, obviamente, de los poderes fácticos, que tanto nos odiaban e hicieron todo lo posible para eliminarnos. Todo esto lo cuento en mi No apto para fanáticos, donde narro todo lo que viví durante esos años en los que conocí (conocimos) el éxito y el fracaso.

Lo triste no es la desaparición de UPYD sino la situación en la que se encuentra España, amenazada por nacionalismos y populismos

UPYD abrió el camino de la nueva (y buena) política y realizó un trabajo político extraordinario en los distintos parlamentos y ayuntamientos donde tuvo representación política. El proyecto fue creado y liderado inicialmente por Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán y Juan Luis Fabo, pero el gran trabajo desarrollado fue gracias también al esfuerzo generoso de miles de ciudadanos anónimos. Protagonizamos grandes aciertos y cometimos graves errores (tácticos, comunicacionales y estratégicos) que nos llevaron primero a la irrelevancia y después a la desaparición definitiva. No fuimos hábiles para enfrentarnos a nuestros adversarios, no supimos explicar nuestra negativa a pactar con Ciudadanos y no pudimos hacer frente a los grandes poderes fácticos que nos hicieron pagar nuestro desparpajo y nuestra valentía. Seguramente no medimos bien algunas de las decisiones que tomamos.

Sea como fuera, podemos decir que fuimos parte de un gran proyecto. Que cosechamos éxitos y que también cometimos errores. Y es que solo quien lo intenta, se equivoca. El balance es muy positivo. En todo caso, lo triste no es la desaparición de UPYD sino la situación en la que se encuentra España, amenazada por nacionalismos y populismos a izquierda y derecha, y con todas las reformas necesarias pendientes de ponerse en marcha. Pero la vida sigue… y hay que mirar al futuro con esperanza. Quizás en 2021…