¡Viva Franco!

¡Viva Franco!

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Conocer la Historia es, durante la infancia, lo más parecido a una tortura: fechas y más fechas, batallas de nombres imposibles, conflictos que jamás se entienden y que nada interesan y listados infinitos de reyes que se memorizan con la misma pereza que las tablas de multiplicar. Sin embargo, esa tortura infantil tiende a transformarse con el paso del tiempo en inquietud por conocer el pasado y, más tarde, en un requisito intelectual de primer orden si se aspira a entender por qué somos lo que somos y estamos donde estamos. De eso se trata, entre otras cosas, la Historia.

Por eso, debería celebrarse que se publique un libro en el que se cuestionen los mitos y las leyendas negras que han planeado como una oscura sombra sobre la historia de España. Que además esa obra, escrita por el hispanista Stanley G. Payne, haya ganado un relevante premio no podría sino incrementar el interés. Así ha sido: En defensa de Españalleva varios meses situado entre los diez libros de no ficción más vendidos, sin duda alentado por el conflicto catalán y las consecuentes reacciones en torno a la unidad de España.

El ensayo no es extenso —apenas llega a las 300 páginas— y abarca desde la Prehistoria a la actualidad, de lo que se deduce a primera vista que es un repaso más bien somero de la Historia de España, del concepto de país, de la idea de nación y de los riesgos a los que esa unidad se ha enfrentado a lo largo de su historia.

Nada más lejos de la realidad.

  Stanley G. Payne, en una imagen de archivo.EFE

En defensa de España es pura descompensación, en todos los sentidos del término. El autor dedica la mitad del libro a analizar 1936 años de la historia del país y, la otra mitad, a contar los 80 restantes: la Guerra Civil, el franquismo o la Transición. El extrañísimo último capítulo lo dedica íntegramente a cargar sin mucho sentido contra la Ley de Memoria Histórica del Gobierno Zapatero.

Uno tiene la sensación, vista la ilógica distribución de temas, que a Stanley G. Payne no le ha quedado más remedio que finiquitar de la mejor manera posible la historia de España hasta la II República para meterse otra vez en el tema del que es especialista: la Guerra Civil y el franquismo. Payne, que en la década de los 80 era uno de los hispanistas más reputados y escribió una buena biografía sobre Franco, ha virado 180 grados en sus postulados y actualmente es el historiador predilecto de la derecha. No en vano, intenta sacar rédito de su escoramiento con frases como: "Fui un autor prohibido por el franquismo y podría ser un autor prohibido por la izquierda", equiparando de la forma más artera una dictadura con una democracia plena.

Payne despacha la II República como un régimen corrupto, degenerado, tramposo y criminal.

En su libro, Stanley G. Payne opta por la sugerencia en detrimento de la exposición. Y ese es la mayor estafa intelectual que puede cometer un historiador: en vez de sostener una idea, la inocula. Dice sin decir. El autor no afirma en ningún momento que el Golpe de Estado de Franco era la mejor opción en 1936, sino que mediante maniobras dignas de un prestidigitador de la historia lo deja caer a base de pinceladas: Franco no era el líder de los golpistas, sino el que mantuvo una posición "más moderada y responsable". O el Golpe de Estado no fue tal, sino una "insurrección militar" diseñada como una "contrarrevolución" para salvar a España de la revolución roja y bolchevique encarnada en una II República, a la que despacha como un régimen corrupto, degenerado, tramposo y criminal.

Pero hay más: el autor pinta a un Franco que hace a Winston Churchill un aprendiz de estadista hasta el punto de que, sostiene, el gallego manejó de forma soberbia los tiempos ante Hitler para evitar la entrada de España en la II Guerra Mundial. De hecho, prosigue, fue uno de los primeros en darse cuenta de que la victoria nazi era imposible y de que, por tanto, una alianza con Alemania podría ser perjudicial para los intereses nacionales.

El franquismo, según se desprende del libro, fue, qué demonios, una buena época

El franquismo, según se desprende del libro, fue, qué demonios, una buena época, un paso imprescindible para la llegada de la democracia. Y sí, hubo miles de fusilados entre 1939 y 1975 (negarlo ya sería un insulto a la inteligencia), pero fueron menos que las víctimas que supuestamente habría provocado una victoria republicana. Así que pelillos a la mar.

Para Payne, el mayor defecto de Franco no fue el de ser un dictador y un golpista que firmaba sentencias de muerte mientras desayunaba chocolate con picatostes, sino la banalidad de no haber comprendido que la sociedad española que gobernó era menos conservadora de lo que él creía. ¿De verdad esa es la mayor crítica que puede hacerse a un dictador? En la página 221 escribe: "El régimen de Franco fue un paréntesis en la Historia de España; eso sí un paréntesis que duró cuatro décadas y que, cuando terminó, dejó un país totalmente transformado". En fin.

Las últimas 15 páginas del ensayo de Payne son, queda dicho, un extraño alegato contra la Memoria Histórica. Leído el libro del hispanista, la única certeza es que la Ley de Memoria Histórica es hoy más necesaria que nunca.