El hundimiento y la reconstrucción de Sumar

El hundimiento y la reconstrucción de Sumar

"Si realmente se quiere evitar que la extrema derecha llegue al gobierno del Estado, la izquierda procedente de Podemos y de Izquierda Unida tiene que tener el coraje de formar una entidad electoral poderosa"

Yolanda Díaz, en un acto de SumarEuropa Press via Getty Images

Quizá una de las facultades más apreciables de un político es el sentido de anticipación. El buen conductor de muchedumbres, o el aspirante a ello, ha de tener instinto para prevenir las contrariedades, para evitar las equivocaciones, para intuir la respuesta previsible a sus propias decisiones. Y si algo hay que achacar a la primera coordinadora de Sumar, Yolanda Díaz, ya dimitida, es precisamente todo lo contrario: el hecho de que en febrero Sumar quedara fuera del Parlamento de Galicia, la tierra chica de Yolanda, debía haber servido de severa advertencia de que la formación ideada para aglutinar el espacio situado a la izquierda del PSOE hacía agua por los cuatro costados y no inspiraba confianza alguna al electorado. Pero ha sido necesario asistir también sucesivamente al fracaso de Sumar en Euskadi, en Cataluña y en las elecciones europeas para que el invento saltara por los aires. Y la situación es grave porque, como se ha comprobado reiteradamente, existe un amplio sector del electorado que se sitúa a la izquierda de la izquierda socialista, por lo que si no se articula de alguna manera para que pueda encontrar su cabal representación, la derecha se aprovechará de a carencia para obtener la mayoría y el poder.

Después de Anguita, Izquierda Unida se sumió en una decadencia que hizo temer su desaparición. Y todo ese sector social e ideológico no despertó de nuevo hasta que se hicieron sentir los graves efectos de la crisis de 2008. El 15M, las grandes movilizaciones de mayo de 2011 celebradas espontáneamente a instancias de numerosos actores políticos y sociales que acabaron aglutinándose en Podemos alumbraron una fuerza política que trastocó el viejo bipartidismo. No cabe duda alguna de que Pablo Iglesias, un personaje controvertido pero potente, fue el instigador y el alma de aquella eclosión que fue tildada de populista y que en la práctica recogía el extendido descontento del cuerpo social, después del fracaso del sistema político convencional y sus representantes, que no supieron evitar una gran crisis socioeconómica que echó por tierra en buena medida las ensoñaciones del estado de bienestar.

Mediante un proceso bien conocido que arrancó en la moción de censura de mayo de 2018 que derribó a Rajoy y entregó el poder a Pedro Sánchez, se formó una nueva mayoría, sin precedentes en nuestro país, entre el PSOE y una aglutinación de las fuerzas situadas a babor de los socialistas, que ya habían alumbrado Unidas Podemos, la coalición ente Podemos e Izquierda Unida. Pablo Iglesias fue el vicepresidente de aquel nuevo gobierno (13 de enero de 2020), pero decidió abandonar el barco poco más de un año después (31 de marzo de 2021). El propio Iglesias designó a dedo a su sucesora en el Gobierno, Yolanda Díaz, quien ya se había destacado al frente de la cartera de Trabajo, que mantuvo cuando accedió a la vicepresidencia.

La marcha de Iglesias generó un gran vacío en su espacio, como era de esperar. Este personaje singular, de una capacidad política poco dudosa, chirriaba en el interior de un gabinete ministerial, pero su presencia política seguía siendo necesaria en su territorio electoral y es evidente que no funcionó el recambio de Yolanda Díaz, quien, además, en lugar de pretender una coordinación de voluntades muy dispersas y considerablemente dispares, quiso hacer de su organización un partido formal, demasiado rígido, con un sentido jerárquico acentuado que levantó sospechas y antipatías entre los suyos desde el primer momento.

Izquierda Unida era en cierto modo el precedente de Sumar, y quien hubiera seguido su trayectoria desde Santiago Carrillo a hoy día hubiese sabido que en ese espacio tan solo cabía coordinar esfuerzos, sin imposiciones que no provinieran de un consenso muy madurado. Podemos, Más País, Izquierda Unida (con el PCE), Los Comunes, Compromis y un sinnúmero de pequeñas organizaciones no querían realmente diluir su personalidad sino participar en un designio colectivo reservándose su fracción legítima de protagonismo… El estallido final ha sido en las elecciones europeas, en las que Yolanda decidió por su cuenta situar a Estrella Galán -una perfecta desconocida para el gran público- en la cabecera de la lista, con un éxito tan descriptible que ni Más País ni Izquierda Unida han conseguido escaño en el Europarlamento. Es muy lógico que Irene Montero, con una potente personalidad política, arrancara para Podemos una parte de la clientela potencial de este sector de electores.

La experiencia de más de cuarenta años de desarrollo de la izquierda en el Estado recomienda a esa izquierda radical, por llamarla respetuosamente de algún modo, que se configure como una gran plataforma abierta, ávida de consensos y dispuesta a resolver los diferendos mediante el voto. Los liderazgos personales enriquecen el conjunto pero no pueden actuar autónomamente. Y las querellas personales, que también las hay, no pueden justificar las divisiones que, como bien se ve, desperdician el apoyo popular. Si realmente se quiere evitar que la extrema derecha llegue al gobierno del Estado, la izquierda procedente de Podemos y de Izquierda Unida tiene que tener el coraje de formar una entidad electoral poderosa, capaz de soportar el peso de la representación que habrá de asumir y de participar activa y creativamente en la gobernación del país.