Alza tu voz no sólo por ti
El Primero de mayo no es una fecha más en el calendario: es el día en que la clase trabajadora de todo el mundo alza la voz para reclamar dignidad, derechos y justicia social.

El Primero de mayo no es una fecha más en el calendario: es el día en que la clase trabajadora de todo el mundo alza la voz para reclamar dignidad, derechos y justicia social. Salir a la calle y participar en las manifestaciones convocadas por UGT y CCOO no es sólo demostrar que no vamos a permitir que se limiten los derechos que tanto nos ha costado conquistar. Es también alzar la voz por los millones de personas privadas del derecho a manifestarse en tantos y tantos países.
Según el Índice Global de Derechos de la Confederación Sindical Internacional (CSI), el mejor estudio a escala global sobre esta materia que existe en el mundo, en los últimos años se está produciendo un retroceso sistemático de los derechos laborales en la mayoría de los países. El derecho de huelga se vulnera en el 90% de los Estados; la negociación colectiva, en el 80%; y la libertad sindical, en el 75%. El empeoramiento paulatino de las libertades fundamentales que muestran las cifras de la CSI no se deduce de datos abstractos, sino en las cifras de los despidos por exigir convenio colectivo, de la cada vez más frecuente criminalización y represión de piquetes informativos, del cierre gubernamental de centrales sindicales que quieren operar de manera libre, del aumento de las agresiones contra activistas y, en el peor de los casos, de los frecuentes asesinatos contra trabajadoras y trabajadores cuyo único delito es defender mejores condiciones de vida y trabajo. Ésta es la realidad de la clase trabajadora en un mundo que es menos justo de lo que lo era hace unos años.
En un contexto de ofensiva global, estamos obligados a demostrar nuestra solidaridad de manera activa. Cada pancarta, cada paso en la manifestación, cada voz que exige el respeto a derechos básicos es un palo en la rueda del autoritarismo que abandera la extrema derecha. Salir a la calle el Primero de mayo es un acto de coraje colectivo y de demostración de conciencia.
Nadie puede permanecer indiferente ante las vulneraciones de derechos más allá de nuestras fronteras. La represión policial contra las compañeras y compañeros que exigen derechos en Argentina, la presión que se ejerce contra la clase trabajadora en Perú, en El Salvador o en Estados Unidos nos obliga aquí a salir también y a demostrarles que no están solos. Es decirle al pueblo de Haití que, pese a la indolencia mundial, queremos que puedan vivir de manera digna. Es decirle a nuestras compañeras y compañeros cubanos que su bloqueo también nos duele y que vamos a seguir trabajando para que cese. Es decirles a las trabajadoras y a los trabajadores de Túnez, de Filipinas, de la India, de Guinea Ecuatorial, de Irán o de Marruecos que su lucha es la nuestra y que el noble objetivo de la emancipación de la clase trabajadora no es nacional, sino mundial.
En este mundo global amenazado por la Internacional del odio nadie está a salvo. Quien crea que Europa es un oasis debe tener en cuenta que aquí también se ha abierto la brecha y que los últimos diez años han supuesto el mayor retroceso sindical desde la instauración del Estado de bienestar. Mientras que los partidos ultraderechistas se sigan afianzando en Italia, Hungría, Alemania, Suecia, Francia o en España, mientras en Bielorrusia se encarcele a sindicalistas por exigir libertad y democracia, necesitamos movilizarnos de manera contundente reivindicando el Estado social que ponga freno a las políticas y discursos antiobreros, misóginos, antiinmigrantes y homófobos.
Pero aún hay más motivos. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) nos recuerda que la paz es imposible si no hay justicia social. Los datos y realidades mencionadas aseveran que cada vez estamos más lejos de conseguir lo segundo y, por lo tanto, cada vez es más fácil percibir cómo la paz está más lejos.
La guerra sigue siendo la amenaza más feroz para la clase trabajadora. Los conflictos armados hacen volar la cohesión social y pagar cruelmente a las y los trabajadores por los delirios irresponsables y egoístas de unos pocos. En Ucrania, donde los intereses geopolíticos han acabado con la vida de miles de trabajadoras y trabajadores. En Rusia, en donde la mayoría social ve sus derechos (desde el de expresión al de negociación) limitados. En Somalia, en el Congo, en Yemen, en Etiopía, en Sudán o en Sahel, las agendas imperialistas enfrentan a los pueblos y asesinan sin piedad a miles de personas. Por su especial crueldad merece mención aparte la matanza sistemática que el ultraderechista Netanyahu ha decidido llevar a cabo en Palestina y que ha costado la vida de decenas de miles de personas: periodistas, sanitarias, conductores, maestras, panaderos… trabajadoras y trabajadores inocentes víctimas de un genocidio en directo en el que más de 15.000 niñas y niños han sido asesinados. Por eso salir a la calle este Primero de mayo es también, y, sobre todo, exigir paz en todo el mundo. Una paz que nazca de la justicia social y que permita a las y los trabajadores vivir libres.
No alzar nuestra voz aquí refuerza la impunidad de quienes atentan y alimentan los conflictos, de los que criminalizan la organización de la clase trabajadora en todo el mundo y el derecho de ésta de emanciparse y progresar. Frente a esto, manifestarnos es declarar de manera pública que no renunciamos a nuestros derechos. Y que ante el avance de los autoritarismos económicos y políticos respondemos con organización, movilización y solidaridad.
Pepe Álvarez es secretario general de UGT.