USA: el amigo desleal
La llegada de Trump a la presidencia de EEUU inquieta a la comunidad internacional (y con razón).

Es hasta cierto punto natural que los Estados Unidos y la Unión Europea compitan duramente en los mercados internacionales. A fin de cuentas, el mercado es el mercado y el hecho de que los dos grandes bloques occidentales no sean economías cerradas ha permitido el rescate relativo de los países en desarrollo, que buscan el nicho en que instalarse, y ha sido vital para China, que, aprovechando las ventajas de su singularidad, hoy disputa a Norteamérica la supremacía tecnológica. Lejos todavía de alcanzarla pero en condiciones de hacerlo algún día.
Sin embargo, esta disputa entre la UE y USA en el comercio global requiere fair play —juego limpio—, y en definitiva la aceptación de la regulación existente y la adopción de estrategias claras y dispuestas a no recurrir a marrullerías para obtener ventajas ilegítimas. Trump no es, sin embargo, un personaje claro, ni mucho menos rectilíneo. Y su falta de escrúpulos explica la inquietud de la comunidad internacional tras este incómodo regreso del multimillonario con ínfulas totalitarias.
Por un impertinente azar, la llegada de Trump se produce en la semana de la cumbre de Davos, el Foro Económico Mundial, en el que los miembros más relevantes del establishment debatirán el futuro inmediato. Algo nada fácil dada la incertidumbre que plantea la llegada del excéntrico presidente USA. Los analistas han hecho hincapié en lo expresivos que resultan los títulos de los paneles de algunos de los principales debates: “Europa: encontrar el dinero”, “Debate sobre aranceles”, “Cómo proyectar el poder de Europa” y “Diplomacia en medio del desorden”.
La incógnita principal en el futuro que empieza hoy es el propósito de Trump con respecto a China. Durante la campaña electoral, el ya investido presidente ha anunciado que impondrá a los productos chinos unos aranceles universales del 60%. Sin embargo, en loque parece una tentativa de rectificación, Trump invitó a Xi Jinping a su investidura; Xi no ha viajado a Washington pero los representantes chinos en la ceremonia han sido de muy alto nivel. Y lo que se desprenda de todo ello es vital porque afectará a los equilibrios globales.
En efecto, hay dos posibilidades para la UE en medio de la citada disputa entre los dos gigantes: una primera consistiría en desvincularse de la dependencia de China, lo que pondría a prueba la unidad de los 27. Hay que tener en cuenta que la posición comercial de los países europeos con respecto a Beijing (datos de 2023) es muy diversa: Alemania tiene un superávit comercial con respecto a EEUU de 85.700 millones, 41.900 Italia, 29.400 Irlanda… Y en el otro extremo, el de los países que exportaron más bienes que los que importaron, encabeza la lista Países Bajos con -35.300 millones de euros, y a continuación está España, con -
5.600 millones. Además, es obvio que si Bruselas opta por desvinculase de China, habrá represalias que afectarán a las en general débiles economías europeas (Francia y Alemania están atravesando un pésimo momento, al contrario por cierto que España).
La segunda posibilidad sería desentenderse de lo que haga Trump con China… Y si Washington termina imponiendo a Beijing los anunciados aranceles que le dificulten el acceso al mercado USA, cabe esperar que China invada la UE con sus producto a bajo precio… en tanto Washington aplica también aranceles a los productos europeos… Trump no ha ocultado que Alemania y Francia también están en el punto de mira de Trump, dispuesto a gravar desde automóviles a bebidas alcohólicas, pasando por productos farmacéuticos y otros, para minorar el superávit comercial de estos países.
En definitiva, las dos soluciones descritas son malas para Europa… Con el agravante de que no se puede descartar que Trump haga nuevamente una pirueta en el aire, cambie de criterio a mitad del viaje y deje a sus acompañantes en la estacada. Cabe en efecto la posibilidad de que, después de lograr la complicidad de la UE en su agenda antichina, Trump dé un giro de 180 grados y se termine aliando con Xi Jinping, su “buen amigo” de toda la vida. Algún medio norteamericano recordaba estos días que hay un precedente de ello: en 2020, después de años de confrontación entre China y Estados Unidos durante el primer mandato de Trump, Washington y Beijing alcanzaron un miniacuerdo para aumentar las exportaciones norteamericanas a China y aliviar la guerra comercial.
En todas estas lucubraciones, hay que incluir siempre un dato relevante: la necesidad que tiene Musk, el amigo y confidente de Trump, de mantener buenas relaciones con China para no perjudicar a su empresa de automóviles eléctricos Tesla. Así las cosas, la hipótesis de que Trum cambie de rumbo a mitad del viaje no es una entelequia: BusinessEuropa, el mayor grupo de presión del Viejo Continente, ha reconocido que “los europeos están atentos a la posibilidad de que haya un acuerdo [USA-China] en algún momento, probablemente después de que se introduzcan los aranceles, entre Estados Unidos y China”.
Nunca ha ocultado Trump que desea fervientemente que el bloque de la UE se disgregue y desmorone, ya que así Norteamérica no vería comprometido su liderazgo y no encontraría rozamientos a sus estrategias comerciales. Pero Europa se juega en la unidad el ser o no ser. S los países europeos cuentan en estas ecuaciones es porque han conseguido, en líneas generales, hablar con una sola voz. Si esta unidad se perdiera, y la Unión renunciara a producir economías de escala y a preservar su fecunda unicidad, los 27 se convertirían en comparsas de las grandes potencias, a merced de los vientos dominantes. Ciertamente, la división interna de la UE y el auge del populismo no permiten incrementar la
confianza en el futuro de esta vieja entelequia que llamamos Europa, pero es claro que tenemos que hacer todo lo posible para que el viaje hacia la integración sea exitoso.