Lynsey Addario, una fotógrafa en el amor y en la guerra (FOTOS)
“Casi tan asombrosa como la capacidad humana para hacer daño es la capacidad humana para no verlo“, escribe Antonio Muñoz Molina. Y, sin embargo, en medio de esa masa que se pone la coraza de indiferencia, siempre hay algún verso suelto que decide situar el foco donde la mayoría prefiere mantener las sombras, y remover conciencias, y trabajar para que la excusa del "no lo sabía" ya nunca sirva de escapatoria.
Uno de esos peleones seres de luz es Lynsey Addario, fotoperiodista norteamericana especializada en conflictos armados y que ha elegido "dar testimonio de la guerra para experimentar lo peor de la gente, pero recordar la belleza", que está "dispuesta a morir por artículos que puedan educar a la gente". Ahora esta Premio Pulitzer narra su carrera, como informadora y como mujer, en un libro, En el instante preciso (Roca Editorial) que se presenta mañana viernes en la madrileña Fundación Telefónica.
Lo que ha escrito Addario -que maneja las palabras tan bien como la cámara- no es un ombliguista libro de memorias, sino una suma de libro de viajes, análisis de política internacional y crónica de crecimiento personal y sentimental que la pone frente a lo que aún parece un eterno cruce de caminos: la carrera o la familia.
Desde que con 22 años se marchó a Argentina y comenzó a equivocarse y a aprender (a diez dólares la foto), confiesa que forjó el deseo de a ser una fotógrafa "pensante", "no reactiva", que intenta "transmitir la belleza en medio de la guerra", no como un empeño frívolo, sino como "una técnica para impedir que el lector aparte la vista o pase la página".
Una exposición de Sebastiao Salgado la convenció de que quería hacer justicia a la humanidad, escribe. Empezó robando imágenes a Madonna y siguió cubriendo sucesos y ruedas de prensa en Nueva York, donde recibió lecciones de composición y paciencia. Pidió a su padre el dinero que había regalado a sus tres hermanas mayores para sus bodas y lo invirtió en sus cámaras, en su carrera. Saltó a La India, al Afganistán previo a la invasión de EEUU. Y llegó el 11-S, que "cambió la geopolítica de su generación": la prensa empezó a mirar a Asia central y Oriente Medio, y allá se fue Addario.
Es entrañable leer el momento en el que un jefe le da su primera cámara digital, su estreno -como autónoma- para The New York Times, los toqueteos al que la someten en Peshawar mientras los hombres miran sus fotos y sueñan premios ya a resguardo, en sus blindados. Que te deje tu novio la noche antes de que Washington bombardee a los talibanes por vez primera, tu primera bomba en el norte de Irak -y la primera muerte de un colega a pocos metros-, la angustia de bajar la cámara cuando puede el pánico, el bloqueo que impide disparar.
El miedo y la familia son elementos esenciales en el libro. Uno, "consecuencia inevitable" que la lleva hasta a firmar testamento con veintipocos años. La otra, el anclaje con el mundo cuando todo se desmorona y a la que se dan demasiados quebraderos de cabeza. Las llamadas a los padres para informar de un accidente o un secuestro, la ausencia en los momentos difíciles y, a la vez, el ansia por saltar muy lejos donde está ocurriendo algo.
Hay dos momentos cumbre en este libro: la participación de Addario en la Operación Avalancha de Rocas de EEUU en las montañas de Afganistán, meses empotrada junto a una colega embarazada y con las balas silbando a su alrededor, el cansancio y la superación y, al fin, las limitaciones en la información que se publica; y su secuestro, junto a tres colegas del NYT, en Libia, un relato de siete días de cautiverio que narra no como víctima sino como "superviviente": las agresiones sexuales de las tropas de Gadafi, los golpes a sus compañeros, los ojos tapados y las manos atadas, las canciones de Adele que tararea para hacerse fuerte, el terror a la muerte.
Y, al final, el "equilibrio imperfecto" de la profesional y la madre que es hoy, de la mujer que encuentra la pareja que la entiende y respeta con su naturaleza múltiple, "pese a que el periodismo es una profesión egoísta". Lynsey Addario, como las frágiles mujeres fuertes de la Biblia, pelea y siente, porque todo puede ir de la mano, incluso en una "profesión de hombres". Y lo pone negro sobre blanco en un libro trufado de imágenes extraordinarias como estas.
Puedes leer aquí las primeras páginas de En el instante preciso: