¿Es factible el plan europeo para acabar con el conflicto palestino-israelí?

¿Es factible el plan europeo para acabar con el conflicto palestino-israelí? 

La respuesta es sí, pero hace falta voluntad política. La toma de conciencia mundial de que esto no se resuelve por las armas y de que más violencia puede generar una guerra multibanda en Oriente Medio acelera el objetivo del estado palestino. 

Al jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, el pasado febrero, durante un Consejo europeo celebrado en Bruselas.Nicolas Economou / NurPhoto via Getty Images

La Unión Europea no puede ser sólo un espacio económico o comercial, un bloque con el que hacer negocios. Hace años que asumió que necesita tener una dimensión y una escala política mayores y en el último discurso sobre el estado de la Unión, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, insistió en la "Europa de la geopolítica". "Para ser más estratégicos y asertivos y actuar más unidos", dijo.

Esa es la Europa que subyace en la propuesta planteada el lunes por la noche por el jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, 12 puntos con los que se trata de acabar con el conflicto palestino-israelí, viejo de 75 años y que vive tensiones desconocidas tras el ataque de Hamás sobre suelo israelí del pasado 7 de octubre y la respuesta de Tel Aviv atacando Gaza. Geopolítica y, también, dignidad, cuando las cifras de muertos, heridos, mutilados y desplazados son insoportables. 

Se trata de buscar una salida "creíble y global" al conflicto, empezando por un alto el fuego en Gaza y acabando con un estado palestino creado junto al israelí, dos vecinos con derechos y en paz, pasando por la normalización de relaciones entre Israel y los estados árabes y por garantizar la seguridad regional a largo plazo. 

Borrel ha planteado una conferencia de paz preparatoria con los actores clave, como la propia UE, Estados Unidos, Egipto, Jordania, Arabia Saudí, toda la Liga Árabe y Naciones Unidas. Las dos partes enfrentadas estarían en permanente contacto con ellos, vía delegaciones, pero no se tendrían que sentar ya a la misma mesa. Bruselas entiende que su interlocutor palestino ha de ser la Autoridad Nacional (ANP), que comanda Mahmud Abbas, y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), pero no Hamás, a quien considera un grupo terrorista. 

Tras un año de diálogo, se pondría sobre la mesa un plan de paz formal, basado en las sucesivas resoluciones de la ONU, del Consejo Europeo y de los mediadores que llevan negociando 30 años, que ya cosecharon un reconocimiento de metas pero que no se han implementado. El plan sería trasladado a las partes, debatido y acordado en última instancia. Todo, con la premisa "clara", dice Borrell, de que no hay una salida armada a este conflicto, sino que la política es la llave. Y, en concreto, el establecimiento de un estado palestino. "Tenemos que ocuparnos de esto ya, es nuestro deber y nuestra responsabilidad", dicen en la oficina del español. 

Nadie hasta ahora había dado un pasó así en esta crisis. Ni Estados Unidos, el único mediador real posible, por más criticado por su parcialidad que sea, ha avanzado tanto a la hora de decirle al mundo que esto debe parar y que hay que buscar medios para hacerlo. La ONU se desgañita, pero no tiene fuerza. ¿La tendrá Europa? 

Bruselas es un interlocutor querido en Oriente Medio y, en particular, en Palestina, pero ha ido perdiendo fuerza en estos años por el enquistamiento del conflicto y, también, su inacción propia. No ha fortalecido a la ANP -caduca, poco transparente, viciada, todo eso, pero también pacífico y legítimo representante de su pueblo-, no ha reconocido al estado palestino en bloque ni la mayoría de sus naciones lo han hecho de forma individual -tampoco España-, no ha reclamado a Tel Aviv el dinero por los proyectos de cooperación destrozados en los territorios palestinos, ha tardado en ponerse firme con los productos que venían de las colonias... y ahora le cuesta ser la voz firme, la conseguidora, que arranque compromisos en ayuda humanitaria, en altos el fuego temporales, en proporcionalidad.  

¿Pero es viable?

Pero por encima de su papel de liderazgo, de acicate, está el hecho mismo de si lo que propone Europa será factible, viable. La respuesta es sí, un sí tan  firme como complicado. Para resolver este conflicto hace falta una cosa sobre todas las demás: voluntad política de las partes y sus mediadores y aliados. Y un extra: empatía por el otro, su sufrimiento y sus problemas. 

En toda la crisis, desde el 7 de octubre, el único objetivo de Israel ha sido militar: acabar con Hamás, como repite el primer ministro, Benjamín Netanyahu. Sin embargo, lleva más de tres meses de empeño y no ha descabezado a la milicia ni ha impedido que lance cohetes contra su estado ni ha podido recuperar al centenar de rehenes que quedan dentro de Gaza, de los 250 secuestrados el primer día -el resto han sido liberados por acuerdos con los islamistas-. Estados Unidos, su aliado fiel, insiste a Bibi en que no puede ser esa la única salida a este conflicto, eminentemente político, de tierra, recursos, poder, seguridad y algunos trazos religiosos. 

La tesis de la mayor parte de la comunidad internacional es que con un hogar palestino habrá paz para el hogar judío que pretende ser Israel, aunque también contenga a un 20% de población árabe. El propio Netanyahu defendió esa salida de los dos estados en un discurso histórico que pronunció en 2009 en la Universidad de Bar Ilan, y se ha referido a esta salida sobre todo cuando lo visitaban mandatarios internacionales, pero con el tiempo ha quedado claro que no confió nunca en ella. Fue un reconocimiento táctico, para aliviar la presión de las corrientes políticas internas y, sobre todo, para quitarse de encima a los presidentes estadounidenses, a Barack Obama en concreto.

La semana pasada, sin embargo, dio carpetazo al asunto, ganándose el aplauso de sus socios ultranacionalistas y ultrareligiosos, los que lo mantienen en el poder. "Israel tiene que mantener el control de seguridad sobre todo el territorio oeste del Valle del Jordán", dijo en referencia a una parte importante de terreno de Cisjordania, ocupada por Israel desde 1967 y aludiendo a la necesidad de seguridad para Israel. Washington le replicó que "los palestinos tienen todo el derecho a vivir en un Estado independiente" y la Unión Europea, por su parte, fue a por todas: Borrel dijo aquello de que ya no más hablará de proceso de paz, sino directamente de la meta, que es el estado palestino, que habrá que "imponer" incluso si Tel Aviv no atiende a razones. 

Actualmente, desde noviembre de 2012, Palestina es un estado observador, no miembro, de Naciones Unidas, posiblemente la conquista que más felicidad ha traído a sus ciudadanos en los últimos años, aunque fuera en unas horas efímeras, las de la votación en Nueva York, el retorno de Abbas, los festejos. Sobre el terreno, nada ha cambiado, pero el respaldo diplomático ha sido enorme y se ha permitido, además, que Palestina acceda a organismos y agencias de la ONU, con enorme escozor de Israel. Más del 90% del mundo reconoce ya este estado, aunque no lo hacen los pesos pesados de Occidente.

Su aspiración está avalada no sólo por la propia ANP, sino por Israel y los países que han abrigado el proceso de paz en estas tres décadas. Los Acuerdos de Oslo, por ejemplo, decían que Israel se comprometía a devolver la fanja de Gaza y Cisjordania a los palestinos, que podrían consolidar su autogobierno a través de la ANP. La Organización para la Liberación de Palestina, por su parte, reconocía al Estado de Israel y renunciaba a la violencia terrorista. 

En las resoluciones de la ONU también están negro sobre blanco los derechos de los palestinos: desde la 181 de 1947 que decidió la partición del territorio de Palestina, entonces bajo mandato británico, hasta la 194 de un año más tarde, que reconocía el derecho al retorno de los refugiados, a la 242 tras la Guerra de los Seis Días (1967), que reclama el fin de la ocupación y el "respeto y reconocimiento de la soberanía y la integridad territorial y la independencia política de cada Estado de la región, y su derecho a vivir en paz en el interior de fronteras reconocidas y seguras, al abrigo de amenazas y actos de fuerza". 

La 338 de 1973 ratifica la anterior, la 3236 de 1974 reafirma el “derecho inalienable de los palestinos a regresar a sus hogares y recuperar sus bienes desde donde quiera que se encuentren desplazados y desarraigados y pide su retorno” y el derecho de la autodeterminación del pueblo palestino, y la 2334 de 2016 condena enérgicamente los asentamientos en los que residen cerca de 600.000 colonos de forma ilegal, en Jerusalén Este y Cisjordania. 

El fundamento de todos estos articulados es que no puede haber estabilidad duradera en Medio Oriente sin una acuerdo que responda a las necesidades de seguridad, las aspiraciones nacionales y la dignidad humana tanto de israelíes como de palestinos. De ambos. Unos ya tienen un estado, fronteras, pero no seguridad. Los otros carecen del pack completo. Hasta ahora, la comunidad internacional se ha contentado con la gestión de la crisis, con aguantar los picos de violencia, y no hay ni negociaciones abiertas desde 2014, hace una década ya. Cada cual, empezando por EEUU, ha olvidado la urgencia del conflicto, por cansancio, porque se anteponían otras emergencias domésticas o mundiales, hasta que el ataque del 7-O dejó en evidencia el error. 

Una separación en dos estados parece el único formato disponible, porque no hay otro y porque se puede acometer y sería justo con todas las resoluciones anteriores, avaladas por Naciones Unidas. Si los actores internacionales pueden reunir suficiente voluntad política para mostrar el camino a seguir, empujar a las partes a un proceso fuertemente mediado y llevarlo a cabo, aún podrían lograr ese resultado. Eso es lo que Europa está intentando. 

Los obstáculos

¿Que tiene dificultades? Claro que sí. Unos ponen por delante los asentamientos, "imposibles" de eliminar. Nada es imposible, aplicando el derecho internacional, pero incluso asumiendo esas bolsas de más de medio millón de habitantes, se pueden dar intercambios de tierra que compensen o reparen a los palestinos. Se habla también de la radicalización de las partes. Cierto que existe Hamás y otra docena de milicias armadas, pero un refuerzo en la ANP, un aval real, limpieza, elecciones y relevo generacional, además de verdaderos visos de lograr un estado, pueden alejar a los palestinos de ese radicalismo. Cambios estructurales en su sistema político, eso hace falta.

Complicado también en el lado israelí, con el gobierno más ultra de sus 75 años de historia, que habla de anexionarse Gaza y de enterrar Oslo. Puede cambiar por las urnas, de hecho Netanyahu está en su peor momento y perdería de forma estrepitosa las elecciones. Sus opositores tampoco es que sean abanderados del estado palestino, nunca lo ha sido ninguna formación israelí en los últimos años, salvo las minoritarias de izquierdas, porque el statu quo les beneficiaba y para qué ceder públicamente ante el adversario. Pero es que incluso si sigue habiendo resistencia, es el paso correcto. 

No lo dice sólo Borrell cuando habla de imponer, sino que lo asumen dirigentes israelíes como el exprimer ministro Ehud Olmer, quien en diversas entrevistas ha afirmado que si no se puede convencer a sus dirigentes, a lo mejor se les puede obligar. "Simplemente, hay que hacerlo. Es un acto de liderazgo. Es lo que nos falta ahora", señala. "La realidad a veces se crea por la determinación y las decisiones contundentes las toman los líderes", destaca. Como aquel Isaac Rabin que firmó con Yasser Arafat, Nobeles de la Paz por lo que se esperaba que dieran a sus pueblos. Rabin, el asesinado por un radical judío en una plaza de Tel Aviv. 

Palestina también necesita cambiar las cosas. Su compromiso institucional con la no violencia es claro, pero tiene que poder desmarcarse de Hamás como opción, cuando lleva décadas de inacción, desde Arafat y Abbas. La ANP ha sido desacreditada como interlocutora para la paz por Israel y esa imagen tiene que sacudírsela con una renovación interna que silencie a su adversario. El riesgo de radicalización, si no, es real; ya se está dando. 

También es compleja la oposición ciudadana. Según la encuesta más reciente del Pew Research Center, un número creciente de israelíes empieza a dudar de la viabilidad de una solución basada en dos Estados: sólo el 35% de los encuestados cree que puede lograrse una coexistencia pacífica entre Israel y Palestina. Esto supone un descenso de 15 puntos porcentuales desde hace una década, y las cifras más bajas hasta la fecha. El estudio es poco anterior al ataque de Hamás. 

Por su parte, casi un tercio de los palestinos expresa ahora su apoyo a crear dos Estados como solución, según una encuesta hecha en septiembre por el Centro Palestino de Investigación sobre Políticas y Encuestas. Alrededor del 67% de los palestinos se opone a crear dos Estados para resolver el conflicto, citando la expansión de los asentamientos como una razón clave de su escepticismo. 

Sin embargo, los apoyos a procesos de paz como el de Oslo tampoco fueron altos, pero los políticos tomaron las riendas y luego fueron procesos que pasaron de impopulares a aceptados. 

Aparte de liderazgo, hace falta empatía y capacidad de entender al otro. Complicado, hay que reconocerlo. En Israel, donde raramente se ven en sus medios de comunicación imágenes sobre lo que está pasando en Gaza, con más de 25.000 muertos, lo que pesa es la losa de los asesinados, los rehenes, los soldados y reservistas, los informes de abusos sexuales por parte de milicianos, las familias rotas, el daño que supone una economía de guerra. No hay lugar para la inquietud sobre los otros. Entre los palestinos, crece el apoyo a Hamás, por su capacidad para remover las cosas y cambiar las tornas, el cansancio de la situación bloqueada y sin futuro.  "Un niño es un niño", como dijo en la Knesset un diputado árabe israelí. Darse cuenta de eso es el principio. 

Una solución de dos Estados siempre dependería de un equilibrio de poder entre las dos partes e Israel ahora se siente tan poderoso que ya no necesita hacer concesiones. Hace falta, pues, completar con humanidad. No es una palabra grandilocuente: es que es lo que hace falta. Las cicatrices tardarán en sanar, queda claro, pero en algún momento, la política y la razón tendrán que reemplazar a la emoción y la ira de estos momentos, y lo que está haciendo la Unión Europea es ir planificando ese momento, para estar preparados. 

La solución de dos Estados siempre ha estado sobre la mesa, aunque sólo sea por la falta de una alternativa viable, pero para que esto se haga realidad, será necesario que Israel reconozca que no puede controlar las vidas palestinas sin pagar un precio -el de la respuesta, su inseguridad-, y que haya un compromiso renovado de los palestinos con la idea de una coexistencia pacífica con Israel -que no gane el horror de Hamás por desesperación-. También exigirá un compromiso mucho mayor por parte de la comunidad internacional que el mostrado hasta ahora. 

Son grandes los condicionantes pero mayores las pérdidas. Hay que estar a la altura del desafío.

LOS 12 PUNTOS DEL PLAN DE EUROPA

Un proceso de paz integral

1. Señala que es vital y urgente que la Unión Europea aborde la situación humanitaria en Gaza, la guerra y los ataques terroristas. Para ello debe prepararse para la seguridad futura de israelíes y palestinos, la estabilización de los territorios ocupados y la pronta recuperación y gobernanza de Gaza. Esa preparación para el período de posguerra incluye necesariamente una iniciativa para acabar con los conflictos de larga data en la zona.

2. Advierte que es necesario promover una paz general lo antes posible porque en ausencia de un proceso de paz para lograr la solución de dos Estados, cualquier mecanismo de gobernanza y seguridad establecido en Gaza o en otro lugar será percibido como una extensión de la ocupación y una negación de los derechos de los palestinos y, por lo tanto, creará más riesgos para la seguridad para la región y Europa.

3. Asegura que no existe otra solución integral creíble que la de un Estado palestino independiente que exista al lado de Israel, en paz y seguridad, con plena normalización y desarrollo sustantivo de la seguridad y la cooperación económica entre Israel, Palestina y la región, incluidos los principales Estados árabes.

4. No es realista suponer, añade, que israelíes y palestinos -estos últimos representados por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)-, en un futuro próximo, participen en negociaciones de paz bilaterales sin una fuerte participación internacional. Los palestinos necesitarán una OLP revitalizada para presentar una alternativa política a Hamás, mientras que los israelíes necesitarán encontrar la voluntad política para entablar negociaciones significativas hacia la solución de dos Estados, dice.

Por lo tanto, es responsabilidad de los actores externos, como la UE, ayudar preparando el terreno para una paz integral.

Una conferencia de paz preparatoria

5. Recomienda organizar una conferencia preparatoria de paz sobre la base de los resultados de la reunión 'Esfuerzo del Día de la Paz', coorganizada en los márgenes de la última Asamblea General de la ONU, por Borrell en nombre de la UE y Egipto, Jordania, Arabia Saudí y la Liga de Estados Árabes y, si es posible, junto con los Estados Unidos.

6. Esa conferencia debería convocar a ministros de Exteriores y jefes de organizaciones internacionales relevantes dispuestos y capaces de contribuir a una paz regional integral y estos, a su vez, organizar reuniones separadas de forma casi simultánea con cada una de las partes en conflicto, a las que no se puede obligar a sentarse juntas.

7. Los coordinadores de la conferencia deberán presentar un borrador inicial de un marco para un plan de paz e invitar a todos los Estados y organizaciones internacionales interesados a contribuir a su desarrollo futuro, así como una agenda para completarlo en un año.

8. Dice que el plan de paz debe combinar y establecer de la forma más práctica posible los elementos centrales de una paz integral entre las partes en conflicto, respetando las resoluciones pertinentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y basarse en esfuerzos internacionales previos.

9. Señala que un elemento esencial de ese plan de paz debería ser el desarrollo de sólidas garantías de seguridad para Israel y el futuro Estado independiente de Palestina, condicionadas al pleno reconocimiento diplomático mutuo y la integración tanto de Israel como de Palestina en la región.

Compromiso con partes en conflicto y esfuerzos paralelos

10. Los coordinadores deben consultar al máximo a las partes en conflicto, pero avanzarán en el trabajo al margen de que una u otra de las partes en conflicto no esté lista para participar.

11. Una vez completado, el plan debe proponerse a las partes en conflicto. Y, en ese momento, Estados y organizaciones internacionales implicadas en el proceso deben establecer las consecuencias que prevén para ambas partes en caso de alcanzar o no un compromiso.

12. Y mantiene que el desarrollo del plan de paz tiene que ir acompañado de esfuerzos paralelos, como poner fin a la guerra actual, velar por la recuperación y reconstrucción de Gaza y las comunidades afectadas en el sur de Israel o fortalecer la legitimidad democrática de la Autoridad Palestina, entre otros.