Netanyahu en la encrucijada: las dudas sobre su resistencia en el poder de Israel

Netanyahu en la encrucijada: las dudas sobre su resistencia en el poder de Israel

El primer ministro no vio venir el golpe sin precedentes del ataque de Hamás, no ha asumido responsabilidades por él y se niega por ahora a hacer lo que EEUU le pide. El 'señor Seguridad' se ha esfumado y ahora son los ultras los que le marcan el paso. 

Benjamin Netanyahu, el pasado 25 de diciembre, visitando a sus tropas en el interior de Gaza, en la zona norte.Avi Ohayon / GPO / Handout via AP

Benjamin Netanyahu es, por encima de todas las cosas, un superviviente de la política, un corredor de fondo, un especialista en administrar la precariedad de las mayorías y siempre sumar y ganar. Es pragmático, flexible en lo ideológico hasta los malabares imposibles, imbatible a la hora de aprovechar las debilidades de sus adversarios y listo como pocos, poquísimos, al aprovechar las oportunidades que se le presentan. Por eso ha sido primer ministro de Israel durante 16 años. 

Ahora, sin embargo, afronta su etapa más negra en el Gobierno de Tel Aviv. Su país está sumido en la guerra contra Hamás, la más grave en los 75 años de existencia del estado, la que más muertos ha dejado a los dos lados de la frontera, la que amenaza con prender en toda la región y la que no tiene fin en un horizonte próximo. 

En vez de ser el líder esperado que saque a su gente de esta, a Netanyahu se le ve hoy como el mandatario que no supo ver la que se le venía encima, el que no ha asumido su parte de culpa, el que ha superado los cien días de conflicto sin haber acabado con la milicia palestina y sin haber rescatado a los rehenes, el que ha enervado a sus oponentes de Oriente Medio y hasta a su aliado clave, Estados Unidos. Es el hombre que todos quieren que se vaya. Pero su resiliencia es proverbial. Que nadie lo dé por muerto.

El líder del Likud, a sus 74 años, aborda su sexto mandato atrapado entre dos necesidades: mantenerse en el poder con su actual coalición de ultraderecha y seguir intacto en lo judicial, pese a los procesos por corrupción abiertos en su contra. "¿Y la guerra?", dirán. "¿Y los ciudadanos?" Es la queja de quienes llevan semanas manifestándose en Tel Aviv o ante su casa, cada vez con más fuerza: que antepone sus intereses personales a los nacionales, incapaz de distinguir ya unos de otros. 

El "Señor Seguridad", que hizo de esa materia su bandera, que siempre ha hecho gala de una visión anticipada de los riesgos para Israel, como la amenaza de Irán, ahora no tiene ese asidero, de ahí que la prensa más crítica lo llame ya "el peor líder judío de todos los tiempos". Superó a David Ben Gurión en tiempo, pero no lo hará en fama. 

Sólo el 15% de los ciudadanos quiere que Bibi, como se le conoce popularmente, siga al frente del Ejecutivo cuando acabe la guerra, según el sondeo más reciente del Instituto de la Democracia de Israel, por más que sean mayoría aún los que apoyan la ofensiva sobre Gaza en los términos actuales. Un 56% cree que la presión militar es necesaria para borrar a Hamás y traer de vuelta al centenar de rehenes que siguen en manos de los islamistas, frente a un 24% que apuesta por un intercambio de presos palestinos. Uno de los principales motivos de rechazo es su falta de asunción de responsabilidades. "Llegaremos al fondo de lo ocurrido (...), esta debacle será investigada", dijo antes de lanzar su ofensiva terrestre sobre Gaza. Sin embargo, aún no lo ha hecho, escudándose en que la urgencia es la guerra y ese proceso habrá que abordarlo cuando le dé carpetazo.

No se ha arrepentido aún, como sí han hecho mandos militares o de inteligencia, de no haber escuchado los avisos a tiempo, porque los había. Tiene que explicar por qué ni él ni sus altos asesores prestaron atención a los oficiales que les ponían en bandeja sus partes con alertas inminentes, con pistas de que se estaba preparando la "Inundación de Al Aqsa", que es como Hamás llamó a sus ataques sin precedentes. En su oficina insisten en que no supieron nada, pero la avalancha de filtraciones en la prensa local da cuenta de lo contrario. 

Por ejemplo, oficiales de la unidad de inteligencia 8200 proporcionaron a superiores datos "alarmantes" y "detallados" -dicen diarios como Israel Hayom y Haaretz- de que se estaban ensayando asaltos, calcados a los que se convirtieron en realidad el pasado octubre. Se rechazaron por "imaginarios", aunque ahora los audios interceptados en los que los entrenados afirmaban que habían matado a todo el kibbutz generan escalofríos. Cuando la verdad se impuso y el asalto fue real, tampoco nadie de esa unidad actuó porque lleva dos años desactivada por las noches y en los fines de semana, justo cuando atacó Hamás. No se había dicho a la opinión pública.

Hay también avisos de generales, supuestamente entregados en mano a Netanyahu, sobre cómo Irán y sus aliados, de Hamás a Hezbolá, se regodeaban de la debilidad de Israel y asumían que podían completar la "tormenta perfecta" atacándole el pasado otoño.

Más allá de esa pelea, están las sensaciones y los testimonios, los de los rehenes liberados o los supervivientes en los ataques a los kibbutzim o el festival de música, que han explicado cómo miraban al cielo en busca de aviones o helicópteros de su Ejército, cómo esperaban que los siguientes disparos, liberadores, fueran de sus uniformados. Y no, eran de milicianos islamistas. Cuando se dice de Israel que no es un país con ejército sino un ejército con país es una manera de resumir cómo el estado está integrado en sus ciudadanos, en su defensa. El 7 de octubre, esa defensa no llegó y esa orfandad está siendo muy difícil de procesar. Es un lastre anímico enorme. 

Pesa muchísimo también su incapacidad para no traer de vuelta a los secuestrados que se llevaron los milicianos. El centenar que ha retornado a casa lo ha hecho por un intercambio de presos palestinos. Nada más. Sus soldados, con todas sus unidades de élite, sólo han liberado a una militar. Es más: a tres rehenes los han matado uniformados israelíes que no respetaron ni una bandera blanca. Otros han muerto con los días, según los islamistas, por los propios bombardeos de Tel Aviv, que dejan ya más de 24.100 muertos. Quién sabe realmente cuántos quedan vivos. 

Las familias de los que faltan por volver han intensificado en estas semanas sus protestas, reclamando un alto el fuego que permita la salida de los suyos. Eso es incompatible con la guerra a por todas que mantiene Netanyahu, que apenas ha accedido esta semana a un acuerdo sobre medicinas y se niega a parar los ataques porque el Movimiento de Resistencia Islámico, dice, podría entonces rehacerse. Padres, hermanos, hijos, todos se han encarado con el primer ministro por no llamarlos a tiempo, por no informarles, por no verlos, hasta por no llevar al cuello la chapa con el lema "Traedlos a casa" que es universal en todo el país. 

Bibi es el hombre que liberó a Yahya Sinwar, el líder de Hamás en la franja de Gaza, en un intercambio por un soldado, y quien llevaba años aplicando la misma política, fallida a todas luces: mantener a sus soldados controlando Gaza por tierra, mar y aire, desde la frontera, mientras usaba a Hamás y sus oleadas de cohetes para dividir a los palestinos -su rechazo por la Autoridad Nacional Palestina es visceral-, y teniendo siempre esa excusa para oponerse a cualquier proceso de paz, en el cajón desde 2014

Permitió que Qatar financiara a las milicias palestinas de Gaza, facilitó las cosas a los colonos en Cisjordania y el este de Jerusalén, echando gasolina al fuego del radicalismo, y dobló sus apuestas de seguridad no en los palestinos, sino en los Acuerdos de Abraham con el mundo árabe, en su empeño de frenar a Irán y su Eje de Resistencia. Sus vecinos, los ocupados, ya tal. Ahora le ha estallado en la cara el conflicto palestino que intentaba eludir y que siempre ha estado ahí, acumulando frustraciones desde hace 75 años. 

El ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben-Gvir, habla con el primer ministro Benjamin Netanyahu, en la Knesset. via Associated Press

¿Quién lleva el timón?

Sin embargo, la oposición social de estos días venía de muy atrás. El premier volvió al cargo pactando con el diablo, o sea, ultranacionalistas y ultrarreligiosos, y eso le ha llevado a asumir su agenda. Se había convertido en "una fuerza destructiva para Israel", como lo denomina, demoledor, el Financial Times. No supo o no quiso abordar la amenaza que eso suponía, porque a la par le daba el poder. Venía de que lo sacaran del trono durante un año corto y, aunque vivía bien con sus conferencias y participaciones en empresas de amigos acaudalados, mandar le gusta más. Y le protege de la justicia, dicho sea de paso. 

Por eso se lanzó a la polémica reforma judicial, que levantó a los ciudadanos durante meses por el recorte al estado de derecho que suponía. Sólo la guerra paró las protestas, aunque ahora el Tribunal Supremo también la ha tumbado. Hasta los reservistas estaban entonces en la calle, pancarta en mano. Hasta su hoy ministro de Defensa, Yoav Gallant, se quiso ir por no apoyarle. Hamás atacó porque vio esa debilidad, esa división, entendió que Israel estaba consumido en esos debates y estaría lento, distraído. Luego están Irán, el casi acuerdo de Tel Aviv con Arabia Saudí y su propia pelea con la Autoridad Nacional Palestina, pero en la raíz estuvo esa posibilidad, en bandeja, porque su adversario estaba en crisis. 

Los ciudadanos de Israel se lo reprochan a su líder y el jefe de los opositores, Yair Lapid, que se negó a integrarse en el Gobierno de crisis, augura incluso que aquellos reservistas críticos, cuando la guerra baje de intensidad, "volverán a casa, se ducharán y saldrán a la calle" a protestar, de nuevo. "Sin descanso", dice. 

El periodista Anshel Pfeffer, biógrafo crítico de Netanyahu, explica que este escenario es "profundamente peligroso" para el mandatario, que puede enfrentarse a una moción de censura o unas elecciones no más allá de verano. Aunque con Bibi, reconoce, nunca se puede dar nada por seguro, por su astucia para forjar coaliciones imposibles y su adaptabilidad a las corrientes políticas. Aún así, escribe para el italiano Istituto per gli Studi di Politica Internazionale (ISPI), "tiene muy pocas alternativas". 

Recuerda que su posición no es de fortaleza en los últimos años, porque entre 2019 y 2021 le fue imposible ganar en cuatro elecciones que hubo y al final volvió al timón por una alianza endiablada y la debilidad de sus oponentes, no por mérito propio. Regresó, pero a base de hacer cesiones y "con poderes significativamente reducidos". Insiste en que sus políticas preguerra ya estaban llevando al "desgarro" de la sociedad israelí y que "no puede controlar" a sus ministros ultras, los que tienen "las llaves de su oficina". 

"Netanyahu no es el líder de Israel en tiempos de guerra. Ahora está aún más encerrado que antes. Continúa lidiando con su coalición radical, donde los líderes del partido insisten en una guerra total y vetan cualquier plan para entregar ayuda humanitaria al pueblo de Gaza o cualquier colaboración con la Autoridad Palestina en una política de posguerra. De lo contrario, amenazan con abandonarlo", detalla. Habla de una "prisión" que él mismo se ha creado con sus sumas y socios, hasta donde lo han llevado "su propia arrogancia" y su "deseo insaciable de más poder". 

Tampoco es sencilla su posición con los mandos militares y de inteligencia, a los que está dejando a los pies de los caballos al no asumir su culpa en el 7-O y algunos de los cuales están amenazando con dimitir. El problema es que hacerlo en tiempo de guerra suena a deslealtad y por eso aguantan. Tampoco nadie sabe por cuánto tiempo. En la Kirya, el complejo militar donde ahora pasa la mayor parte del tiempo, el líder del Likud lo que tiene son tres exgenerales que comparten con él las reuniones de crisis y que lo odian, que están esperando que se caiga para darle más palos. 

En su partido, el conservador israelí clásico ahora radicalizado, tampoco dan muchos shekels por él. "La era de Benjamin Netanyahu ha terminado", afirman algunos de sus correligionarios a The Jerusalem Post. Por los "catastróficos acontecimientos" de octubre y porque "no cumplirá su promesa de destruir a Hamás y devolver a todos los rehenes". Por eso, "entre bastidores", los parlamentarios de su grupo están empezando a pensar en posibles sucesores, como el ministro de Economía, Nir Barkat; el de Asuntos Exteriores, Yisrael Katz; el presidente del Comité de Asuntos Exteriores y Defensa de la Knesset, Yuli Edelstein; o el el ministro de Defensa, Yoav Gallant. "La pluralidad de posibles sucesores es en parte responsable del hecho de que Netanyahu siga siendo primer ministro", indica el diario.

El factor USA

Para Pfeffer, será el norteamericano Joe Biden el que tenga en su mano la decisión final sobre las acciones de Netanyahu. Ahora mismo, sus peticiones y consejos están siendo desoídos por el gabinete de ultras, pero llegará un momento en que ya Bibi no podrá ir por libre y deberá aceptar, al menos, un alto el fuego. Si le hace caso, perderá la coalición, pero es que "no puede rechazar a Biden", al mayor apoyo que siempre tendrá Israel. Por eso, los analistas coinciden en que lo que está haciendo el primer ministro es ir retrasando la toma de decisiones, alargando los tiempos, en un intento de recuperar su base de apoyos y socavar a sus posibles rivales, a la vez.

"Cuando Biden pierda la paciencia con las evasivas de Netanyahu, lo obligará a aceptar al menos algunas de las demandas estadounidenses. Intentará retrasarlo nuevamente, pero al final tendrá que ceder y perder su mayoría. Es casi seguro que esto significará otras elecciones más en 2024 y luchar contra las elecciones es todo lo que Netanyahu puede hacer ahora. Ya se está preparando para ello, tratando de convencer a los aliados políticos que le quedan y a su base de seguidores cada vez menor de que todos sus rivales se han vendido a los estadounidenses y que sólo él puede impedir un Estado palestino. Esta vez no será suficiente. Pronto no tendrá a quien mentir", manifiesta el analista de Haaretz y The Economist

Son incontables las informaciones en prensa de EEUU en las que altos funcionarios confiesan la estupefacción de la Casa Blanca ante el papel de Netanyahu, atado de pies y manos con sus socios. "No siempre está claro quién conduce el tren en Israel", dice uno de ellos a POLITICO. Asumen que el deseo de permanecer lo llevó a concesiones "extremas" de las que ahora no sabe desprenderse. Entre otras, pasar por el aro radical y no hacer caso a los pescozones de Washington. 

Aunque Biden sigue aprobando ayuda militar y fondos para Israel, aunque sigue vetando en Naciones Unidas las resoluciones que pueden afectar a su aliado eterno, es verdad que el nivel de críticas públicas a Israel se la elevado por encima de lo normal. Se le reclama un mejor uso del armamento para que no haya tantas víctimas civiles en Gaza (lo son más de 80% de los muertos y heridos), un permiso para que entre ayuda humanitaria o salgan enfermos que requieren más atención, que se explique el plan que tiene Tel Aviv para el día después en una Gaza sin Hamás, que se permita a la ANP tener un papel en ella, aunque sea tras un lavado de cara. 

Clave también: pide al Gobierno que libere los ingresos fiscales de Palestina que recauda en su nombre en zonas ocupadas, dinero esencial para el funcionamiento de la administración, y que vuelva a la senda del reconocimiento de dos estados como solución global al conflicto. Este último punto ha generado el mayor choque de las últimas horas, pues Netanyahu ha afirmado que no lo va a permitir, ni en tiempos de guerra ni de postguerra. "Israel debe mantener el control de la seguridad sobre todo el territorio al oeste del río Jordán", dijo en la noche del jueves, una frase alejadísima de los esfuerzos diplomáticos de las tres últimas décadas y que podría haber firmado el ministro más ultra de su Consejo de ultras. La Casa Blanca replicó que "los palestinos tienen todo el derecho a vivir en un Estado independiente".

Netanyahu apoyó de palabra la solución de dos estados en un discurso histórico, en 2009, en la Universidad de Bar Ilan. "Si recibimos garantías respecto de la desmilitarización y las necesidades de seguridad de Israel, y si los palestinos reconocen a Israel como el Estado del pueblo judío, entonces estaremos preparados en un futuro acuerdo de paz para alcanzar un solución en la que exista un Estado palestino desmilitarizado junto al Estado judío", dijo. Diversos altos funcionarios han desvelado, con los años, que aquello lo dijo sólo para calmar a Barack Obama, entonces en el Despacho Oval, pero cree en esa salida y, menos aún, sus aliados de ahora.

Netanyahu no responde a lo que le dice EEUU más que con declaraciones como las referidas a los dos estados, disonantes, o con la guerra de cada día. Insiste en que quiere acabar con Hamás, una Gaza desmilitarizada y una sociedad palestina desradicalizada. La paciencia de Biden se está acabando, pero por ahora no da pasos. Tras las últimas visitas de altos funcionarios a Tel Aviv, parece que se llegó a un "cronograma" para ir bajando la intensidad de los ataques desde finales de enero, para volver los bombardeos más localizados. Axios ha informado de que al secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, sólo se le ha ofrecido hasta ahora una visita de personal de la ONU al norte de Gaza, completamente arrasado y controlado por el Ejército israelí.

Todo eso está por ver, pero por ahora no ayuda a calmar los ánimos en la región, donde Biden teme que se desborde el conflicto, de Irán a Líbano, de Yemen a Irak. EEUU está intentando disuadir a los ayatolás, respaldar las nuevas relaciones de Israel con países del Golfo Pérsico que estaban a medio tejer y garantizar la seguridad de su aliado, pero le pide una contrapartida. La tensión es diaria, los dos mandatarios han estado más de 20 días sin hablar esta navidad y la última conversación del año acabó con Biden colgando. 

El daño a Hamás: ¿cuán profundo es?

Más allá de Netanyahu, está el resultado en sí en la guerra. Israel no la gana pero no la pierde, pero hay una certeza dolorosamente clara para sus intereses: Hamás es una organización terrorista que todavía está viva y coleando. Políticamente, todavía se le reconoce como la única entidad que ejerce control sobre lo que queda de Gaza. Militarmente, aguanta el pulso más allá de los cien días. Y diplomáticamente, aunque sea por la vía indirecta, sigue siendo contraparte inevitable, mientras tenga cautivos a más de 100 nacionales de Israel. 

Israel ha declarado en repetidas ocasiones que "no hay lugar" para Hamás en el territorio costero palestino, pero nunca ha presentado nada parecido a un plan alternativo concreto, que es lo que le reprocha EEUU. Biden, más algunos estados árabes y varias organizaciones internacionales, han sugerido que una Gaza de posguerra debería estar dirigida por el partido Fatah, del presidente Abbas, o una fuerza panárabe, pero no han presentado tampoco planes tangibles sobre cómo lograrlo. Por ahora, lo cierto es que Hamás sigue y nada de ese futuro se puede estudiar. 

Washington, incluso, ha matizado el plan de Tel Aviv de acaba con los islamistas. Aunque lo comparte plenamente, ve las complicaciones. "¿Van a eliminar una ideología? No. ¿Es probable que vayan a borrar a todo un grupo? Probablemente no. ¿Pero se puede eliminar la amenaza que Hamás representa para el pueblo israelí? Absolutamente", dijo a principios de enero John Kirby, el portavoz de Seguridad de la Casa Blanca. 

Hamás sigue siendo una fuerza militar eficaz El ala militar de Hamás, las Brigadas Qassam, nunca ha revelado públicamente información sobre su estructura, organización o número de miembros, pero datos de inteligencias occidentales, árabes y rusas apuntan a que tienen entre 30.000 y 45.000 combatientes. De ellos, 18.000 sería de primera línea de combate, los que ahora pelean contra Israel, muy entrenados, disciplinados y motivados. 

Hay afirmaciones israelíes de que ya matado a unos 10.000 combatientes de Hamás desde el 7 de octubre, pero medios como Al Jazeera rebajan la cifra a más de 3.500. Es indudable que las Qassam han sufrido grandes pérdidas, pero la mayoría de sus batallones siguen siendo unidades de combate eficaces. El Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), un influyente grupo de expertos estadounidense, estima que de los entre 26 y 30 batallones de combatientes que se creía que existían el 7 de octubre (cada uno con entre 400 y 1.000 hombres), sólo tres han quedado "inoperativos", destruidos. Del resto, cuatro o cinco se han resentido sensiblemente pero han podido seguir luchando con otros jefes o unidades. 

"El ala militar de Hamás ha demostrado ser excepcionalmente eficaz: todas las unidades cuyos comandantes han sido asesinados han seguido luchando bajo el mando de sus adjuntos", destaca. Se cree que han resultado muertos unos cinco o seis comandantes de batallón en ataques aéreos selectivos y otros tantos han muerto en batalla, pero los números dos están funcionando bien en su ausencia. 

Un soldado israelí, en el interior de un túnel de Hamás que comunicaba la franja con Israel.Jack Guez / Pool / AP

Israel también ha estado destruyendo o bloqueando las entradas de los túneles dondequiera que pueda encontrarlas, pero hay señales claras de que Hamás todavía mantiene suficientes instalaciones subterráneas para mover fuerzas entre las líneas del frente y, a menudo, flanquear y sorprender al enemigo con éxito. El lanzamiento de cohetes contra suelo israelí sigue a diario.

Tampoco hay que olvidar que Hamás no es sólo Hamás y que las Brigadas Qassam no están librando los combates en solitario. Existen no menos de 12 grupos armados diferentes, en Gaza, afiliados a diferentes bloques políticos e ideológicos, dicen las IDF. De la Jihad Islámica, el otro más conocido, al Comité de Resistencia Popular y dos Frentes para la Liberación de Palestina, el llamado Popular y el llamado Democrático. La necesidad los ha llevado a unirse y por ahora no hay ni fallos en la cadena de mando ni disoluciones o rendiciones ni filtraciones peligrosas. 

Y no es sólo Gaza. Es Cisjordania. Es Jerusalén. Hamás encogió el corazón del mundo con sus ataques del 7 de octubre pero en los otros territorios ocupados, su popularidad está al alza. Muchos años de procesos de paz que no llevan a nada, de ANP caduca, sin relevo, con sospechas de corrupción. Hay quien entiende que se ha dado un puñetazo en la mesa definitivo para cambiar las cosas. La creciente agresión de los colonos israelíes ilegales, que continúan acosando, robando e infligiendo violencia a los palestinos en Cisjordania con impunidad, ha desbordado el vaso, además. 

Hamás no se va a rendir. Lo tienen claro las inteligencias de todo el mundo y los veteranos de Israel que han interrogado a Sinwar y saben que no da el brazo a torcer. Y está en todas partes, porque es una idea, y las ideas no se matan, como dice el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. 

Aún así, y pese a la humillación inicial del golpe no esperado, Israel ha hecho mucho en estos meses, militarmente hablando. Ha llevado a cabo operaciones complejas sobre el terreno, sumando unidades muy diversas, cuando la ofensiva tenía el riesgo de las batallas urbanas con los milicianos, auténticas ratoneras, y ha avanzado lenta pero constantemente. A 18 de enero, las IDF informan de la muerte de 193 militares en esta guerra. 

Los rehenes siguen allí y eso le complica lanzar ciertas operaciones, como inundar los túneles de Hamás, en los que sigue habiendo armamento y mandos. Lo que no puede ser una medalla es la cifra de civiles muertos, entre ellos 10.000 menores de edad, que para buena parte de la comunidad internacional es desproporcionada respecto a sus objetivos. Netanyahu, como ante otras críticas, hace como el que oye llover.