Mili para ultraortodoxos, el dilema en Israel que puede llevar a una crisis de Gobierno

Mili para ultraortodoxos, el dilema en Israel que puede llevar a una crisis de Gobierno

Los haredim han estado exentos hasta ahora de prestar el servicio militar obligatorio para el resto de la población, pero su protección se acaba por orden judicial, en un momento en que la guerra de Gaza hace necesarios más efectivos. 

Un judío ultraortodoxo es detenido por la policía israelí en una protesta contra el reclutamiento forzoso en Jerusalén.Ilia Yefimovich / picture alliance via Getty Images

Suele decirse que Israel no es un país con un ejército, sino un ejército con un país, tal es el grado de implicación de sus ciudadanos en sus Fuerzas Armadas. El servicio militar sigue siendo obligatorio para hombres y mujeres y ahora, con la guerra en Gaza, la necesidad de manos es mayor. Hasta 287.000 reservistas han sido ya llamados a filas desde los atentados de Hamás del 7 de octubre pasado. 

Todos los ciudadanos judíos, drusos o circasianos del Estado tienen que ir a la mili partir de los 18 años, incluidos aquellos que tienen doble nacionalidad. Para los hombres, el período mínimo es de 36 meses de servicio, mientras que las mujeres deberán cumplir un mínimo de 24 meses. Pueden irse pidiendo prórrogas por salud o trabajo hasta la edad tope, los 26 años. Hay pocas excepciones: los ciudadanos árabes, cristianos, musulmanes y los judíos ultraortodoxos, más las mujeres religiosas o los considerados no aptos por motivos médicos, ya sean físicos o mentales, en ambos sexos. 

En el caso de los árabes israelíes, que con casi el 21% de la población, la salvedad es lógica, teniendo en cuenta que las Fuerzas de Defensa de Israel también lo son de ocupación en el este de Jerusalén, Cisjordania y Gaza, territorios árabes, hermanos. Lo que incomoda ahora es que no vistan el uniforme los haredim, los ultraortodoxos, judíos como los demás que hoy suponen el 14% de la población y que aún se aferran a un beneficio tan viejo como el estado, de casi 76 años.  

La polémica está servida porque el pasado 28 de marzo la Oficina de la Fiscal General de Israel, Gali Baharav-Miara, anunció al Tribunal Supremo que el Gobierno ya no podrá aplazar el reclutamiento militar de los estudiantes ultraortodoxos de yeshivá (el nombre de las escuelas talmúdicas) y ahora podrán ser legalmente reclutados a hoy mismo, 1 de abril. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, había solicitado una cuarta extensión de este permiso, de hasta de 30 días, al plazo dado por el tribunal, pero se le ha negado. Los religiosos también pueden ser ahora llamados a filas y se plantea la retirada de las ayudas a sus escuelas si impiden el reclutamiento. 

La justicia asume que no puede hacerlo de un día para otro, que debe haber un periodo de adaptación, teniendo en cuenta las décadas de proceso detenido, pero es firme e insiste en su resolución, que no es nueva, sino que data de 2012 y 2017 y ahora ya se queda sin prórrogas. El fiscal ha enviado a los ministerios de Educación y Defensa una carta pidiéndoles que comiencen ya a trabajar en un sistema de enrolamiento estable. 

Pero esta medida, de momento, ya no sólo amenaza a la vida particular de cada "eterno estudiante", sino a la supervivencia del propio Gobierno de Israel, más denostado que nunca: el premier, del partido Likud -lo que antes era la derecha clásica- se alió tras las últimas elecciones con la ultraderecha religiosa y nacionalista y depende de sus votos para seguir en el cargo. Estos partidos, especialmente el Shas y Judaísmo Unido de la Torá, reniegan del reclutamiento de los suyos, los ultraortodoxos, y amenazan ya con romper la coalición, por más que sepan que nadie como Netanyahu para darles todo lo que piden, como se ha visto hasta ahora. 

A la presión interna del consejo de ministros se suma la de la calle. Israel acumuló cuatro meses de protestas constantes contra la reforma judicial de Netanyahu, que se acabaron por los ataques de Hamás y la consiguiente guerra en Gaza, en un intento de ir todos a una, pero ayer, de nuevo, las manifestaciones reclamando elecciones fueron verdaderamente masivas. Más de 100.000 personas salieron a la calle, el mayor número desde que la contienda empezó, el domingo hará medio año. Y una de las cosas que reclama la calle es que todos han de aportar por igual y los religiosos también deben hacer el servicio militar. "Sin retrasos, sin políticas, sin trucos", era uno de los gritos más coreados, junto a "Reclutamiento igualitario, compromiso existencial". 

De dónde viene la dispensa

Los ultraortodoxos pueden evitar la mili si dedican su tiempo a estudiar los textos sagrados del judaísmo, la Torá y el Talmud, por una decisión que data de 1948, cuando se creó el Estado de Israel. Entonces, el primer mandatario, David Ben Gurión, lo pactó así con los primeros líderes haredim, una manera de agradecerles su empeño en mantener vivo el estudio de la religión de todos, en un estado eminentemente liberal y laico como el que acababa de nacer. 

Inicialmente, se iban a beneficiar del permiso sólo 400 jóvenes, pero actualmente alcanza a 66.000 hombres de 18 a 26 años. La ultraortodoxa es la comunidad que más crece en el país, de ahí los números cambiantes. Hasta la década de 1970, la tasa de natalidad entre los haredim era similar a la del sector secular: 2,6 niños. Las reformas que introdujo Menajem Beguin, entregando subsidios a familias numerosas, llevaron a un aumento en la fertilidad, que ahora se calcula en 6,8 hijos de media -en familias seculares es de 2,1, según la encuesta demográfica de la Universidad Hebrea de Jerusalén-. Se espera que en 2025 sean el 19% de la población. 

La ley que permite la exención del servicio militar, la Ley Tal, fue anulada en 2012 por la Corte Suprema, que exigió una nueva ley que aclarase las cosas. En 2017, el Supremo concedió un año para anular la ley. Sin embarho, los Gobiernos sucesivos y los partidos ultraortodoxos han llegado a acuerdos temporales sin ponerse de acuerdo sobre el fin de este trato preferencial. El Alto Tribunal dio al gabinete hasta el 27 de marzo para platearle una propuesta, pero el primer ministro le envió una carta al día siguiente para solicitar un aplazamiento de 30 días.

Ese mismo día, los jueces dictaron una sentencia provisional que prevé congelar los fondos públicos asignados a los alumnos de las escuelas talmúdicas que no se presenten al servicio militar a partir del 1 de abril, aunque sin fijar un plazo para sancionar a quienes no se presenten. Netanyahu no ha podido ganar más tiempo, pero lo que le dice el 70% de la población es que directamente no debe hacerlo: con Gaza, Cisjordania o los frentes norteños de Líbano y Siria, es el momento en el que menos se justifica que estos ciudadanos queden fuera de la rueda militar. 

Los datos son aplastantes: el propio Ejecutivo ha reconocido que en el último año han quedado exentos 66.000 estudiantes religiosos. Un récord histórico. Como explica Arno Mayer en su obra El arado y la espada (Ediciones Península), "entre 1975 y 2007, las prórrogas concedidas a hombres en edad de ser llamados a filas por razones de fe religiosa pasaron de un 2,5 a un 11%, es decir, 50.000 personas, el equivalente a cuatro divisiones".

Existe un batallón específico en las FDI para ultraortodoxos, llamado Netsah Yahouda, pero es pequeño, casi testimonial. Fue creado en 1999, sólo admite hombres y trata de compatibilizar los entrenamientos con el estudio. Defensa cree que en dos o tres años podría duplicarse porque están llegando más solicitudes de acceso, pero sigue sin ser una solución al problema del Ejército cuando van más de 650 uniformados muertos y más de 3.000 heridos en la franja de Gaza. Tampoco es fácil integrar a estos hombres en las Fuerzas Armadas ordinarias, dadas sus carencias educativas, proviniendo de centros en los que no se imparten, por ejemplo, ni matemáticas ni inglés. 

La incomodidad de los israelíes con la comunidad haredí no sólo se limita al Ejército. Estos estudiantes, los "temerosos de Dios", reciben subvenciones estatales para dedicarse a cuestiones académicas durante el 100% de su tiempo. No trabajan aparte. Tienen esas becas y, también, las mayores ayudas sociales porque, al no tener empleo, los porcentajes de pobreza en esta minoría son elevados, del 44 %, el doble que los otros israelíes (22 %), según el Instituto de Democracia de Israel. La Magen David Adom (equivalente local a la Cruz Roja) ha calculado que los niveles de pobreza, efectivamente, podrían baja 20 puntos si los haredim trabajasen y tuviesen el salario medio del país. 

Por eso, como revulsivo, la justicia ha dicho ahora que, mientras se aclara el reclutamiento, procede a tocar ya los beneficios que estas yeshivot, al talón de Aquiles del sistema en el que sobrevive la comunidad. Ya amagó con hacerlo en 2012 el entonces ministros de Finanzas y hoy principal opositor a Netanyahu, Yair Lapid, efímero primer ministro que hizo del servicio militar o, en su defecto, el civil sustitutorio uno de sus ejes de campaña. 

Se calcula que estas escuelas pueden perder 5,2 millones de euros al año, aunque la cifra no ha dejado de crecer en estos meses desde que Netanyahu se alió con los religiosos. Hoy se llevan el 60% del presupuesto de las escuelas públicas del país (3.700 millones de shéquels, casi 940 millones de euros) para las escuelas talmúdicas, según ONG como Hiddush, que lucha por la libertad religiosa y destaca que este reto al que se enfrenta ahora el país debe ser la "oportunidad para cambiar hábitos" en el país. 

Los líderes afectados no lo ven así. El poderoso presidente de la Comisión de Finanzas en la Knesset (Parlamento), Moshe Gafni, del partido Judaísmo Unido de la Torá, dijo la semana pasada: "Rezo con todo el pueblo judío por los soldados en el frente, pero sin el estudio de la Torá, el pueblo judío no tiene futuro y debemos proteger a los alumnos de las escuelas talmúdicas con todas nuestras fuerzas". 

Se da la circunstancia añadida, además, de que parte de la comunidad haredí ni siquiera está cómoda con el Estado de Israel: entienden que no son los hombres los que han de poner fronteras a la tierra prometida y esperan aún a que su mesías llegue un día y establezca sus verdaderas dimensiones. Eso explica que estos días hasta haya protestas en barrios como el de Mea Shearim, en Jerusalén, donde se defiende el Estado palestino y se queman banderas israelíes. 

Un judío ultraortodoxo reza entre dos soldados en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, en diciembre de 2022.Frank Rumpenhorst / picture alliance via Getty Images

Las consecuencias para el Gobierno

Mientras se esperan los pasos básicos para comenzar con los enrolamientos, se trata de hacer un llamamiento a la calma. No habrá detenciones en oleadas, no entrarán los policías en las escuelas a mansalva, pero la orden se ha dado y el desacuerdo alcanza al Gobierno, con los religiosos haciendo de hacedores de reyes, con la llave de gobernabilidad en su mano. 

"Hay una sensibilidad social alta de que han de aportar al país, cuando ahora mismo ni siquiera aportan desde sus puestos de trabajo porque no trabajan, no generan bienestar por otro lado, que pueda calmar los ánimos. Se estima en una proporción de uno a nueve lo que aportan en impuestos respecto al resto de los israelíes. Es muy complicado ir contra eso", explica el analista Yosi Mehkeberg. "Netanyahu muestra su debilidad. Los liberales o centristas no están con él, sino con los manifestantes, y si pierde a los derechistas no hay Gobierno", ahonda.

Hay que irse meses atrás, antes de Gaza, para entender también el malestar de los socios de Netanyahu con el mandatario, explica. Los partidos religiosos le reclamaron en su pacto de legislatura que aprobase esa ley que protegiera a los haredim de ir al servicio militar y Netanyahu dio su visto bueno, pero luego ordenó a su ministro de Justicia que impulsara antes la reforma judicial que tantos quebraderos de cabeza le ha traído. Era un intento de imponer el poder ejecutivo sobre el judicial cuanto antes y protegerse a sí mismo, porque no hay que olvidar que el primer ministro está siendo juzgado por corrupción. La norma sobre los ultraortodoxos se fue retrasando, se han comido las prórrogas posibles y ahora está el problema sobre la mesa. 

"Netanyahu no quiere perder la coalición, pero tiene dentro del gabinete especial de guerra a políticos que le están presionando mucho con el asunto, como Benny Gantz, [que lidera las encuestas]. Sólo puede cambiar las cosas que apruebe la ley, pero hay poco tiempo en mitad de la guerra y, por el contrario, lo que sí hay es mucha oposición popular", señala. El debate nacional es intenso y no lo puede soslayar, avisa. Quizá antes de Gaza, pero no ahora. 

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, se saludan tras prestar juramento de sus cargos, el 29 de diciembre de 2022, en Jerusalén.Amir Levy / Getty Images

El debate de los haredim se ha convertido en "central" y ponerse en contra de su entrada en las IDF sería una especie de "suicidio político" pero, a la vez, pondría en contra a sus actuales aliados. La posición no es fácil centro, dice, no fuera, con Estados Unidos presionando cada vez más para que llegue un alto el fuego a Gaza, por más que le siga vendiendo armas a Tel Aviv. Todo un "movimiento sísmico", como califica la decisión de los jueces el analista del diario Haaretz Anshel Pfeffer

La guerra está poniendo a prueba al Ejército y Netanyahu, convaleciente de una operación de hernia, no lo está protegiendo. Por eso, el experto avisa de que incluso puede tener una revuelta interna en su partido, el Likud, donde hay corrientes muy incómodas con la alianza con los ultras y que defienden sin duda que los haredim vistan el uniforme. Empezando por el actual ministro de Defensa, Yoav Gallant, que ya intentó irse del Gobierno por la reforma judicial y acabó quedándose para toparse con la peor guerra en Gaza. 

Pese a que de palabra han dicho que se irán cuando se mande la primera carta de reclutamiento, las fuerzas radicales saben que nadie como Netanyahu les va a dar tanto como piden, sin ser las fuerzas mayoritarias en el país. Son pocos, pero pesan mucho. Por eso, la prensa israelí apunta a que irán aguantando hasta ver los pasos reales de la justicia y si Netanyahu presenta o no una ley para el caso. Hay que ver qué pasa si de veras se corta el grifo a las escuelas de inmediato. Pfeffer recuerda que han estado un mes callados, mientras el premier pedía prórrogas. 

Infiltrados
Un proyecto de Ikea

Pero a ojos de los israelíes ha quedado claro que el modelo actual ya no es sostenible y las cosas deben cambiar. Que todos han de aportar y nadie vale más que nadie. Por ahora, los únicos uniformes que visten los ultraortodoxos son los de las recientes fiestas de Purim, el carnaval judío. Pero las cosas, esta vez, parece que pueden cambiar.