Pacto Arabia Saudí-Israel: la jugada de EEUU que puede darle la vuelta a Oriente Medio

Pacto Arabia Saudí-Israel: la jugada de EEUU que puede darle la vuelta a Oriente Medio

Tras toda una vida de rechazo, Riad y Tel Aviv buscan cerrar un mutuo reconocimiento diplomático, con la mediación de Washington. Están en juego la seguridad y defensa de la región, muchos negocios y el eterno conflicto palestino. 

Benjamin Netanyahu, Joe Biden y Mohammed Bin Salman, en imágenes de archivo.Getty / AP

En los últimos días hemos presenciado varios movimientos insólitos en el plano diplomático: por primera vez, un ministro de Israel, el de Turismo, ha viajado a Arabia Saudí y por primera vez, también, un embajador de Riad se ha dignado a visitar en Cisjordania al Gobierno palestino. Todo es histórico. La palabra, de verdad, lo vale en los dos casos. 

Lo que hay detrás de estas jugadas es la preparación gradual de un escenario que pueda desembocar en la firma de un acuerdo entre Arabia e Israel, con el apadrinamiento de Estados Unidos, para un reconocimiento diplomático mutuo entre las dos naciones. Un paso que podría cambiar todo Oriente Medio, tal es el valor de los firmantes: el mayor ejército de la región y el país árabe más poderoso y de mayor ascendencia religiosa de la zona. 

El reino nunca ha reconocido al Estado israelí desde su fundación, en 1948, y ha preferido, como la mayoría de los países árabes, aislar a Tel Aviv hasta que acepte la creación de un Estado palestino. Hasta ahora. Nadie pensó nunca que en vida del rey Salman podría llegarse a un acuerdo con su adversario, pero los tiempos han cambiado, Salman vive pero desde 2017 manda su heredero, el polémico Mohammed Bin Salman, se impone el pragmatismo y se siguen los pasos ya dados años atrás por otras naciones árabes, en el marco de los llamados Acuerdos de Abraham. Lo mismo pasa en el lado israelí, que elude las décadas de desencuentro en busca de nuevos horizontes.

Y es que hay elementos en común, pese a tantos años de diferencias, que han acabado poniendo de acuerdo a Riad y Tel Aviv. Uno de los principales, el miedo común a un Irán fuerte y con armas nucleares -por ahora sus investigaciones son sólo civiles-. Los dos son grandes enemigos de Teherán, por más que Arabia haya restablecido sus relaciones hace pocos meses, con la ayuda de China. También suma el deseo bilateral de aumentar sus intercambios comerciales en Oriente Medio, de abrirse camino a otros mercados y diversificar fuentes, cuando se solapan las crisis y los imprevistos mundiales. Y compensa, también, la cooperación creciente que pueden lograr los dos con EEUU si se avienen a los deseos de Joe Biden, especialmente sensible en lo referente a seguridad y defensa. 

Son apuestas que ya estaban en los pactos de Abraham, que cerró en 2020 el entonces presidente norteamericano, Donald Trump, un marco en el que Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Omán o Sudán han acabado impulsando sus relaciones con Israel y dando lugar a convenios turísticos, académicos y hasta armamentísticos en estos años. Arabia Saudí quedó entonces fuera de ese clan. Era el gran estado árabe pero Washington no lo pudo convencer. Demasiadas resistencias internas, empezando por su postura sobre el conflicto palestino: Riad, en 2002, fue el impulsor de la llamada Iniciativa de Paz Árabe (o Iniciativa Saudí), que más tarde hizo propia la Liga Árabe, y en la que se planteaba que sólo se establecerían relaciones con Israel a cambio del fin de la ocupación militar y la creación de un estado palestino soberano. 

Biden -que nunca ha dado marcha atrás en la apuesta del republicano, que sólo llevó algo más de dinero a Palestina pero no resolvió ninguno de sus problemas- ahora quiere dar un salto de calidad en aquella estrategia y apunta a un nuevo acuerdo que, definitivamente, puede abrir a Israel las puertas del mundo árabe. 

Los movimientos, más allá de los vistos en estos días, son constantes desde hace meses, triangulando encuentros entre delegaciones israelíes, saudíes, norteamericanas y palestinas. Se ha filtrado que ha habido encuentros no publicados entre Biden y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y la semana pasada se vieron a las claras en EEUU. Un gesto del demócrata, que no se lleva especialmente bien con el derechista, y que va en la línea de toda la tela que cortar que queda con Riad. También a primeros de septiembre, una delegación de Israel fue a Riad para acudir al Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO (en que el Palestina se llevó un justo premio) daba igual la excusa: lo importante era ir y romper el hielo. 

Joe Biden saluda a Benjamin Netanyahu antes de su encuentro en Nueva York, el pasado 20 de septiembre.Susan Walsh / AP

Lo mismo ocurre con Bin Salman, con quien Biden chocó por no poner más petróleo a la venta, pese a que se lo rogó en su propia tierra, para evitar más inflación. Ya venían regular de antes, lo que tiene que te acusen a la cara de matar a un periodista y descuartizarlo, pero la realpolitik se impone de nuevo y las relaciones de los dos países se están suavizando. La apuesta por que este plan salga bien es común pero, como con Tel Aviv, las diferencias aún son más que de matiz. 

Las líneas maestras del acuerdo

"La madre de todos los acuerdos en Oriente Medio", como gusta llamar la prensa norteamericana al proceso, busca una "visión más integrada" de la zona y una mayor unidad de acción contra Irán. Es el resumen que suele hacer la Casa Blanca, que insiste en que todos los temas de debate están sobre la mesa pero que no hay nada para firmar ya y que los obstáculos son importantes. 

A Arabia Saudí lo que le interesa del texto es que le ayude a reducir tensiones con sus vecinos, especialmente con Irán, demostrando que tiene a los pesos más pesados posibles de su lado, y que Israel le ayude a estar pendientes de Teherán y sus avances armamentísticos. También quiere tener ese flanco cubierto para poder enfocarse en una apuesta personal del príncipe, la Visión 2030, un plan que se sustenta en el "dinamismo geográfico" y en la moderización del país. "Un marco estratégico para reducir la dependencia de Arabia Saudita del petróleo, diversificar su economía y desarrollar sectores como salud, educación, infraestructura, recreación y turismo", dice la web del proyecto.

Además, abrir nuevos mercados, el pacto entra en la apuesta general de Bin Salman de intentar diversificar sus alianzas, en distintos campos, del turismo a la universidad, de la seguridad a la tecnología, para lo que no ha dudado en tocar a puertas como las de Rusia o China, lo que preocupa a EEUU. Con este pacto, Arabia volvería un poco bajo su manto, lo cual sería una medalla para Biden y un descanso para su política exterior. 

¿Cómo quiere lograr todo eso Riad? Por ejemplo, creando una nueva alianza con Washington que vaya más allá de las garantías de seguridad que ya tiene. Las quiere, también, en defensa. Apuesta por un pacto por el que EEUU intervenga directamente si su territorio es atacado, una especie de sucedáneo del famoso artículo 5 de la OTAN, sin ser Arabia miembro de la Alianza. Muy peliagudo, muy peligroso, y con complicaciones a la hora de aprobarlo en el Congreso. 

Bloomberg informa de que Washington ya estaría considerando la firma de tratados formales de defensa con Riad, como parte de estos acuerdos globales con Israel, pero aún se estudian las vías posibles que ofrecer, dado que la anterior les parece excesiva. Entiende que hay otros "suficientemente a amplios" que pueden servir igual,  como el que tiene en vigor con Baréin, que proporciona defensa para evitar ataque alguno. Preventivo, pues. 

Arabia también quiere investigaciones con la nuclear, aunque sea de uso civil. Su idea es montar una instalación de enriquecimiento de uranio gestionada por EEUU. Un modelo que para ellos no es nuevo, ya que así empezó a operar Aramco, su compañía de petróleo estatal. The Economist señala, no obstante, que los saudíes se quieren reservar el derecho de usar en el campo armamentístico estos materiales si Irán consigue una bomba atómica y eso inquieta a la Casa Blanca, que tene que este primer paso sea el inicio de un refuerzo en el armamento nuclear en Medio Oriente. 

"Si ellos consiguen una, nosotros tenemos que conseguir una... aunque no queremos ver eso", dijo recientemente Bin Salman en una entrevista en Fox, con motivo de su estancia en EEUU por la Asamblea General de la ONU. Irán lleva años peleando por un programa civil y le ha sido mucho más difícil que un ok de EEUU lograrlo. La ruptura del pacto con Occidente, del que se salió Trump, les ha permitido en tiempos recientes elevar su grado de enriquecimiento. 

Para Israel, lo más importante que puede sacar de este pacto por venir es ponerle la brida a Teherán en la región. Netanyahu y sus predecesores siempre han hablado de que hay una amenaza "existencial" para su estado en los planes de los ayatolás, que tampoco encubren en público su odio a este estado. 

El acuerdo entre Irán y Arabia Saudí, alcanzado el 10 de marzo bajo los auspicios de China, pretende poner fin a siete años de ruptura diplomática entre ambos países y eso le puede beneficiar. La formalización de este acercamiento prevé la reapertura de sus embajadas respectivas, la reactivación de acuerdos económicos y de seguridad, y obliga a ambas partes a no interferir en sus asuntos internos. Pero Riad sigue manteniendo alta la vigilancia de su tradicional adversario, al que mira constantemente. 

Tel Aviv quiere una solución a los bloqueos iraníes del Estrecho de Ormuz, de donde sale parte del petróleo hacia los mercados internacionales, y contrarrestar además la amenaza que supone el acceso iraní a través de Yemen hacia el mar arábigo. Con Abraham ya estaba ahondando en ello. 

Lo miso quiere replicar en el mundo de oportunidades que se abre a sus emprendedores y universidades, como ya se ha visto con los países antes a este carro del reconocimiento: vuelos comerciales, turismo, convenios científicos, venta de armamento... El potencial económico es "enorme", en palabras de Netanyahu, que está en horas bajísimas tras siete meses de protestas sin descanso a su reforma judicial y que pude, con este acuerdo, mostrar su mejor cara de estadista. 

Por ejemplo, desde la firma de los acuerdos, el valor del comercio bilateral entre Emiratos Árabes e Israel ha superado 3.000 millones de dólares, o se ha firmado un pacto tripartito entre Israel, Emiratos y Jordania para financiar un proyecto de energía solar. La escasez de agua y las energías renovables están muy presentes en esta agenda. Hasta proyectos arqueológicos conjuntos se han hecho con Marruecos. 

EEUU no sólo es el padrino; también es, por supuesto, beneficiario de lo que está por llegar. Biden lograría un enorme triunfo en política exterior, mayor que el de su predecesor porque Arabia es la joya de la corona en la zona, guardián de dos lugares santos para el Islam como La Meca y Medina, y con ella ha habido tirones en los últimos tiempos a causa del petróleo y del asesinato del columnista del Washington Post Jamal Khashoggi. También, porque refuerza lazos con Israel, siempre fuertes, pero menos entusiastas en estos tiempos, en los que hasta ha criticado la reforma judicial de Netanyahu

Fuertes contra Irán, será más fácil presionar para lograr un acuerdo nuclear con Teherán inclinado a Occidente. A futuro, los nuevos movimientos comerciales o tecnológicos también pueden beneficiarle, como Gobierno y a sus empresas. Y se eliminarían tensiones y se asegurarían rutas de transporte de gas y petróleo en un momento de enorme inflación, nunca vista en 40 años en EEUU.

No es mejor el alivio de saber que tiene un rincón del planeta medio controlado, estabilizado, cuando sus intereses están más centrados en la amenaza China, en su poder en Asia y en la incertidumbre rusa. Tiempo, dinero, recursos que podrá orientar con calma. Washington va a exigir -en el acuerdo o bajo el acuerdo- que Riad frene sus lazos con China en ámbitos sensibles de alta tecnología si quiere de veras mejoras en seguridad, en un paquete de exigencias que incluiría la liberación de presos políticos (como activistas por los derechos humanos y periodistas) y la relajación de algunas normas que violan derechos esenciales. Son tres detalles adelantados por el analista Robert Sataloff, del Washington Institute, que tiene relación directa con los negociadores.

Sobre los detalles, de nuevo, la huella norteamericana en Oriente Medio, en un tiempo en el que otros tratan de sacar tajada: Moscú, alineada con Arabia para no bajar los precios del petróleo; Pekín, mediando para que los saudíes se avengan con los iraníes. Así que frustra a Irán, calma a los mercados energéticos, impide que sus enemigos crezcan en la zona y le da aire en Asia. Un punto extra que no tiene fecha aún, que hay quien vaticina para este mismo año y quien insiste en que no llegará al menos hasta 2024, año electoral en EEUU. Puede acabar también influyendo en las urnas. 

Bin Salman, en su entrevista en Fox, dijo que el consenso lo ve "cada día más cerca" y que será "el mayor acuerdo histórico desde la Guerra Fría. Netanyahu respondió que los equipos negociadores ya estaban "en la cúspide de un avance espectacular".

El embajador saudí Nayef bin Bandar Al Sudairi y el primer ministro de Palestina, Mohammad Shtayyeh, reunidos en Ramala el pasado 27 de septiembre.Palestinian Prime Ministry Office / Handout/Anadolu Agency via Getty Images

¿Dónde quedan los palestinos?

Uno de los principales meollos del posible acuerdo es el papel que juega Palestina. La pelea de fondo de los estados árabes con Israel ha sido siempre la ocupación de suelo palestino, la imposibilidad de que tenga un estado seguro, libre y soberano, la falta de respuestas a sus reclamaciones, de las colonias ilegales al estatus de Jerusalén, del bloqueo de Gaza a los cinco millones de refugiados que hay por el mundo. Que ahora se reconozca diplomáticamente a su ocupante les preocupa. 

En la citada entrevista de Fox, el príncipe Bin Salmán sólo dijo sobre los hermanos palestinos (palabra que no empleó, como sí lo hacía su padre) que este acuerde debería "facilitarles la vida". "Para nosotros, la cuestión palestina es muy importante. Tenemos que resolver esa parte”, subrayó. No citó siquiera la propia iniciativa de paz de su país, de hace más de 20 años, y su exigencia del fin de la ocupación. 

Sí hizo alusión a ello, en cambio, su embajador para Palestina, Nayef al-Sudairi. El diplomático, radicado en Jordania, visitó estos días la capital administrativa palestina, Ramala (Cisjordania), por primera vez desde 1967. "Es seguro que la Iniciativa de Paz Árabe presentada por el reino en 2002 es la piedra angular de cualquier acuerdo futuro". La "cuestión palestina", enfatizó, es un "pilar fundamental" de la política saudí. 

Es muy poco bálsamo para el presidente Mahmud Abbas y su gente, agotados de promesas que no cuajan, que ya llamaron a los Acuerdos de Abraham "una puñalada por la espalda" y que ahora alertan ante concesiones a Israel que olviden su causa, vieja de 75 años. Está previsto que una delegación palestina acuda en octubre a Riad para conocer mejor los detalles, por más que haya contactos soterrados desde hace meses. 

Pero Arabia no sólo tiene el problema con la Autoridad Nacional Palestina, sino en casa, toda vez que, por ejemplo, sólo el 2% de los jóvenes saudíes apoya la normalización de las relaciones con Israel, según la Encuesta de la Juventud Árabe 2023, frente al 75% en Emiratos Árabes o el 73% en Egipto (ambos países que ya mantienen lazos formales con el Estado israelí).

En la Asamblea General de la ONU, Netanyahu defendió que "semejante paz contribuirá en gran medida a poner fin al conflicto árabe-israelí. Alentará a otros estados árabes a normalizar sus relaciones con Israel. Mejorará las perspectivas de paz con los palestinos, alentará una reconciliación más amplia entre el judaísmo y islam". Lo que no detalla es hasta dónde está dispuesto a ceder en este campo (spoiler: nunca ha sido mucho y el proceso de paz lleva casi diez años estancado). 

Por más que internamente se entienda que romper el aislamiento internacional de Israel es bueno, hay una corriente muy fuerte en el actual Gobierno, en el que el primer ministro se sustenta sobre ultrarreligiosos y ultranacionalistas, que se niega a concesión alguna a los palestinos. Habrá que ver, llegado el momento, si la alianza se rompe por este acuerdo, porque siempre lo han dicho: cero concesiones a los palestinos y, menos, si se trata de renunciar a parte del territorio ocupado o a las colonias, en las que residen ilegalmente unas 600.000 personas. El diario Haaretz ha publicado que los socios de Bibi sólo estarían dispuestos a acatar fórmulas en las que se dé más dinero a los palestinos, no tierra. 

Hay debate sobre si, llegado el caso, Netanyahu podría afrontar un abandono de sus hoy compañeros en el Consejo de Ministros, romper con los ultras y, ganado un nuevo empaque internacional por pactar con Arabia, intentar otro acuerdo con las fuerzas centristas para seguir en el poder y evitar elecciones. No lo tendría fácil, hay demasiado pasado, demasiado rencor y demasiadas desconfianzas como para sentarse juntos a la misma mesa otra vez. Por ahora, el primer ministro insiste en que en lo que se está hablando el componente palestino "pesa mucho menos de lo que se cree". Tranquilizador para sus socios, inquietante para los palestinos. 

El mundo aguarda acontecimientos, expectante, ante las novedades que pueden llegar de Oriente Medio, pero con la certeza de que son un parque. El conflicto palestino-israelí no se resuelve sólo con este reconocimiento mutuo y, menos, si su causa casi ni aparece sobre el papel o se limita a ser acallada con inversiones.