"Vivimos en la irrealidad. Parece imposible, aun enterrando a nuestros muertos"

"Vivimos en la irrealidad. Parece imposible, aun enterrando a nuestros muertos"

Los israelíes que sufrieron a Hamás en el sur del país relatan sus experiencias con un hilo común: el estupor por verse envueltos en un ataque múltiple y desconocido, el horror por la pesadilla y cierto desamparo por no haber tenido protección. 

Un grupo de allegados llora en el funeral del soldado Benjamin Loeb, ciudadano israelofrancés, ayer martes, en Jerusalén.Francisco Seco / AP

El golpe asestado por Hamás desde el pasado sábado es ya considerado el 11 de septiembre de Israel. Es una comparación acertada. El país se encuentra noqueado, silencioso, hundido en el dolor y el asombro, tratando de reaccionar a la andanada pero arrastrando una herida abierta y supurante, más aún por cuando no se acaba de aclarar ni el número de muertos y desaparecidos ni el de secuestrados por la milicia en Gaza. La mayor pérdida de vidas humanas y el mayor ataque a la seguridad nacional desde hace 50 años tendrá consecuencias por mucho tiempo. 

Con las horas, se han ido conociendo los testimonios de algunos de los supervivientes del ataque del partido-milicia islamista, que dan cuenta de experiencias de verdadero terror. Son particulares, pero todas tienen elementos en común: el estupor por verse envueltos en un ataque múltiple y desconocido en su magnitud, el horror por la pesadilla vivida y cierto desamparo por no haber tenido la protección que pensaba que tenían. 

Lo que vas a leer a continuación son testimonios logrados a través de la Oficina de Prensa del Gobierno de Israel, el Jerusalem Press Club y grupos locales de apoyo a Tel Aviv como ZAKA.

Maya Alper: "No nos veían como seres humanos"

Maya Alper tiene 25 años y es una de las miles de personas que la madrugada del pasado sábado celebraban un festival de música electrónica cerca del kibbutz Reim, en el sur de Israel y próximo a Gaza. Nova era una rave en mitad de una zona entre desértica y de dunas, cerca de donde en otro tiempo desembocaron los túneles de Hamás. De allí han recogido las autoridades 260 cadáveres

Maya explica que estaba situada detrás de una barra, junto con el equipos de voluntarios al que pertenecía. Se trataba de una pandilla de activistas ambientales que iban de concienciar a los asistentes de la necesidad de recoger su basura y llevarla a puntos de reciclaje y que premiaban con chupitos de vodka a quien reutilizara sus vasos. "Eran poco más de las seis de la mañana cuando se cortó la música porque empezaron a caer cohetes. Paraban muy cerca sobre nuestras cabezas", indica. 

Las sirenas antiaéreas funcionaron, avisando a los presentes del peligro, y entonces todos echaron a correr con lo que pudieron. Esta joven explica que se subió a su coche y se lanzó hacia la carretera principal, a la escapada. "Pero había mucha gente en el cruce, personas que estaban saliendo como yo, pero a pie, gritando a los conductores que dieran la vuelta". La explicación le vino con un ruido, repetido, y el rostro de jóvenes aterrorizados. Eran los disparos de los milicianos de Hamás, que habían aparecido casi en paralelo a la lluvia de cohetes. La mujer explica que ante ella empezó a caer gente por los tiros y que la vía se llenó de sangre. No se podía avanzar. "Imposible". 

Así que fue "en dirección opuesta", hasta donde "diera el coche". Un vehículo que abrió a otros desconocidos para salvarlos. Uno de ellos le dijo que había perdido a su mujer, otra le contó que acababa de ver a milicianos de Hamás matar a tiros a su mejor amiga. Otro más murmuraba sin cesar: "Vamos a morir". Por el espejo retrovisor, Alper afirma que vio "una nube gigante de humo negro" donde antes estaba el escenario.

"Ningún lugar era seguro", asegura la joven, entre las explosiones, los tiros y la gente disparada, algunos de ellos con poca capacidad de reacción. Había "mucho humo" por los coches alcanzados por los cohetes y de personas que los habían cogido, habían resultado tiroteadas y habían tenido accidentes. 

Captura de un vídeo de South First Responders, en la que se ve a un hombre armado interceptando a uno de los jóvenes participantes en el Festival Nova.AP

La voluntaria cuenta que abandonaron el coche cuando uno de los terroristas gritó, a poca distancia de ellos: "¡Alá es grande!", lo que los asustó sobremanera. Su suerte es que cerca había "unos arbustos", en una zona que prácticamente carece de vegetación, y eso les dio un poco de tregua. "No puedo explicar lo eufóricos que estaban los terroristas. No nos veían como seres humanos (...) Nos miraban con puro odio". Su encierro duró seis horas, en las que, lamenta, no vieron llegar "ayuda" ni de policía ni de ejército. Lo que sí veían era la razzia de Hamás, a tiros y granadas. 

Salió indemne físicamente, con arañados por las zarzas y molestias por la postura mantenida, en tensión, durante tanto tiempo, pero en su testimonio explica que le ayudó su práctica de yoga y la concentración, pese a los sonidos que le llegaban, dice, "a veces muy cerca". "Traté de pensar en aquello por lo que estaba agradecida: el arbusto que me escondía tan bien que incluso los pájaros se posaban en él, los pájaros que todavía cantaban, el cielo que era tan azul esa mañana", repite a los medios. 

El final de su pesadilla llegó cuando escuchó un sonido nuevo: la explosión de un tanque israelí. La distinguió bien porque ella misma fue instructora de tanques en las IDF. "Grité, me ayudaron", resume el desenlace. Estaba bien, pero no así una de sus amigas del grupo, alcanzada por una bala y muerta. También echaba de menos a una de las desconocidas que se le sumaron. Su cuerpo no estaba a la vista. No sabe si fue capturada. 

Una de las cosas sorprendentes de su relato es que los soldados, afanados en perseguir a los milicianos, no sabían qué hacer con ella y cómo ayudarla. Les impedía el avance. Fue al final un ciudadano particular, un árabe israelí beduino que había ido a la zona para ayudar, quien se la llevó a una comisaría. Allí la encontró su padre. "Esto no es sólo una guerra. Esto es el infierno (...) pero todavía siento que podemos elegir actuar por amor y no sólo por miedo".

Gaya Calderón: "Me estoy volviendo loca. ¿Dónde está mi familia?"

Gaya Calderón ha perdido el rastro de cinco de sus familiares. Su desesperación es máxima porque a la angustia de no saber se suma la de saber: su hermano pequeño ha aparecido en unas imágenes y podría estar en manos de Hamás, en la franja de Gaza. 

El sábado pasado, esta joven de 21 años, estaba en su casa, en Tel Aviv, cuando empezó el ataque sorpresa de la milicia. El kibutz Nir Oz, uno de los más afectados, fue en el que ella se crió y donde aún vivían su padre y sus pequeños menores. Ahora, afirma, su casa está reventada, "no existe". 

"Estoy tan asustada, quiero llorar", le escribió su hermana Sa'ar, de 16 años, durante el ataque. No sabe nada más. Desde la distancia, lo único que pudo hacer fue intentar tranquilizarla. "Están en la casa. Estamos escondidos afuera, no envíes más mensajes", escribió Sa'ar. Luego vino un mensaje común, al grupo familiar. "Mamá, te amo". Fue el mensaje final y así lo "sintió" ella en ese instante. Su madre estaba en una parte distinta del recinto, de ahí que se comunicara con ella por mensajería No ha habido más comunicaciones. 

"Gaya escucho disparos; creo que este es el final", fue el mensaje que recibió a los pocos minutos de parte de su madre, de hecho. Los milicianos también habían llegado a su casa, al igual que la de su otro hermanos, que vivía en otra zona del kibutz, recintos grandes en los que se acumulan las viviendas a modo de bungalows, en la mayoría de los casos. Afortunadamente, ambos sobrevivieron.

Los que están desaparecidos son su padre, abuelos, primos y hermanos. Un vídeo viralizado en redes llevó a la chica a identificar a su hermano Erez, de 12 años, llevado a la fuerza por hombres armados y encapuchados. "Lo están pateando y está como gritando un poquito porque le duele, lo están lastimando", describe. Es la única muestra de que su hermano sigue con vida o seguía con ella ese sábado. "Quiero recuperar a mi familia. Por favor, ayúdenos", pide la joven, al acudir a los medios a por ayuda. 

"¿Qué puedo hacer? Me estoy volviendo loca y sólo pienso en mi familia, es, es... toda mi familia, como si yo fuera la única que está a salvo. Y luego… y luego, no hay respuestas", lamenta. 

Cuerpos de los civiles asesinados por Hamás en Kfar Aza, custodiados ayer por uniformados israelíes.ALEXI ROSENFELD / Getty Images

Sahar Ben Sela: "Un infierno en la tierra"

Sahar Ben Sela es otro de los jóvenes que estaba en la fiesta rave del desierto, en este caso fue a disfrutar de la música. En una exposición que interrumpe antes de tiempo por su estado de nerviosismo, con el brazo enyesado por las heridas sufridas en el ataque, explica que todo estaba "tranquilo, bien", en uno "de los mejores festivales en los que estar", cuando comenzó a llegar "todo": "cohetes, disparos, fuego". 

"Pararon la música de DJ, nos avisaron de que había sirenas de emergencia, que no se escuchaban del todo bien por el ruido, y después de unos minutos, los productores de la fiesta gritaron: "Hay terroristas". Y nos fuimos como pudimos", indica. Tanto él como sus diez amigos, con los que había acudido al festival, pudieron acceder a sus coches, que no estaban cerca, porque la asistencia era mucha. Vieron a un policía y éste los condujo a un refugio antiaéreo de hormigón, comunitario. "Éramos unos 30. Después de unos minutos, los terroristas empezaron a dispararnos y neutralizaron al policía que estaba justo delante de nosotros", relata.

"Lanzaron una primera granada que explotó en la entrada del refugio. Después de un minuto de gritar, rezar y chillar de dolor, lanzaron otra granada que me dio en la cabeza. Me apoyé en la pared pero había dos filas de personas. La onda y la metralla impactó sobre otras personas. Por eso estoy vivo", afirma. Aparte de su propio dolor, relata un caso de desesperación terrible, el de una amiga que se sentía mal encerrada, a la que faltaba el aire, y que intentó salir del shelter, mientras él mismo y su novio trataban de impedirlo. Un miembro de Hamás la acabó matando. 

El resto del relato es muy alterado, pero se le entiende: el encapuchado entró en el refugio, enfadado y armado, y se puso a disparar contra todos. Afirma que murió todo el mundo, de todas las filas que quedaban, menos él. En su caso, una bala le dio en el codo y unos trozos de metralla le hirieron en la pierna y en un pulmón. "Creo que su arma se atascó porque escuché un ruido y salió corriendo", declara. 

Cuando pudo, salió del refugio. No había nadie ni nada. Habló con la policía y pidió refuerzos, por si seguían los atacantes por la zona. Denuncia que le respondieron: "Corra. Buena suerte". "Fue el infierno en la tierra, una masacre completa. Lo que han hecho nunca podrá ser perdonado".

Elad H.: "Sólo quiero olvidar, pero ahí están las tumbas de mis amigos"

Elad H. es un joven estudiante de Derecho de 23 años, de Ashkelon, una de las ciudades sureñas atacadas por cohetes y donde se desplegaron miembros de Hamás. Su historia es la de tantos israelíes en estos días: "Me despertaron las sirenas a poco más de las seis y pensé que era lo de siempre, pero estuvieron más de 40 minutos sonando sin parar. Eso era nuevo", dice. 

Reconoce que tenía "más miedo que en otras ocasiones, porque caían como nunca", y le llamaba la atención "que nadie sabía lo que estaba pasando", ni en las noticias ni en los mensajes de alerta que las autoridades locales suelen enviar al teléfono. "Pensaba: otra vez, otra vez, pero cuando vi los coches por las calles y los terroristas caminando por nuestro barrio... todo cambió". Estaba aliviado, no obstante, porque su familia estaba en Argentina de vacaciones. Es el país del que proceden. 

"Cuando me activé y me fui al shelter común empecé a leer mensajes de amigos que estaban en el Nova. Decían que era increíble de bueno. Luego nos enteramos de lo que pasó", añade. Se siente afortunado porque su casa no está afectada, ni esquirlas ni fuego ni daño, pero en las últimas horas su vida transcurre entre las sirenas y los entierros. "Yo no he perdido a familia directa, pero sí amigos, vecinos y cercanos. Vivimos en la irrealidad. Parece imposible, aun enterrando a nuestros muertos, pero no tenemos aún consciencia de todo lo que está pasando. Luego ya vendrán las preguntas de por qué, alguien tendrá que aclararlo también", ahonda. 

"Sólo quiero olvidar, pero ahí están las tumbas de mis amigos y los mensajes que no responden. Quiero olvidar lo que pasó pero no sé cómo. No puedo dormir", concluye.

Janet C.: "Ya no tengo la misma confianza"

La uruguaya-israelí Janet C. reside en uno de los kibutz atacados por Hamás en el sur, uno de los que mejor parados han salido en mitad de la barbarie. Ha perdido a dos vigilantes, muertos, y hay una decena de desaparecidos. También ellos vieron pronto "que no era algo normal, demasiados cohetes juntos y a la vez", hasta que tuvieron noticia por el sistema de vigilancia que llegaron miembros de Hamás, algunos en moto. 

Situado a 3,8 kilómetros de Gaza y con unos 500 habitantes, su complejo sufrió daños en las casas más cercanas a la entrada, pero parece que el grupo de atacantes no era muy grande y pudieron hacer menos que en otros. "Trataron de entrar en todos los refugios pero no pudieron", afirma. "Nos pasó un milagro, porque por ejemplo una pareja de 70 años a la que habían secuestrado logró escapar. Algunos vinieron a robar, sobre todo", indica. Cuando pudieron salir, el escenario era "impresionante". La valla arrancada, la garita rota, disparos por todos lados. 

Ahora tiene dos temores; uno es personal, la sensación de que no está tan segura como antes: "Ya no puedo confiar tanto en quien una vez dijo que me iba a proteger", pero no llegó, aunque agradece que las familias de su zona estén siendo ahora "bien tratadas" en hoteles protegidos de Eilat. El otro es económico: su zona aporta el 70% del suministro agrícola israelí y ahora no sabe quién va a poder cosechar nada, como las patatas y zanahorias de su complejo. 

Augura complicaciones, más aún, sobre las que ya tiene el país y nadie sabe cómo se van a resolver en los próximos días, o semanas o meses.