Si Juana hubiera estado en mi casa...

Si Juana hubiera estado en mi casa...

EFE

Si Juana Rivas hubiera estado en mi casa lo primero que habría hecho sería escucharla, y acto seguido abrazarla y compartir su angustia. No cuestiono su dolor ni su desazón, tampoco su zozobra ante la aparente falta de comprensión que, a su entender, muestra para con ella la justicia española. En cualquier caso, lo que con seguridad yo hubiera hecho sería ayudarla, no la hubiera puesto a los pies de los caballos, no le hubiera dictado al oído que la mejor solución era convertirse en una delincuente.

Toda esa gente, todos esos grupos que la jaleaban, que la animaban a continuar siendo una prófuga de la justicia, se han comportado como auténticos irresponsables; han actuado, en definitiva, como espectadores de un circo romano olvidándose así de que lo que estaba en juego era, fundamentalmente, la seguridad y la salud psicológica de unos menores. ¿Nadie se pregunta acerca de la idoneidad de que unos menores, en su mes de vacaciones, terminen encerrados en una casa por un mes? ¿Es eso velar por la integridad psicológica de los niños?

Si Juana hubiera estado en mi casa la hubiera acompañado a los juzgados, con sus hijos. Que Juana sea una delincuente no le ayuda, ni a conseguir la custodia, ni es beneficioso para sus propios hijos. Que Juana se haya convertido en una víctima pública no la convierte en algo a venerar; yo no quiero que Juana se eleve al Olimpo de las víctimas, quiero más bien, no fomentar que sea aún más víctima: en el pasado fue víctima de su marido, ahora ha sido víctima de una situación y de un círculo social que la ha abocado a que no pueda conseguir la custodia de sus hijos en mucho tiempo.

A los colectivos que la han animado a convertirse en una delincuente, Juana les importa más bien poco; para ellos y ellas, Juana solo es un instrumento, un icono al que utilizar para una guerra civil propia. Si les importara algo, hubieran hecho una colecta, hubieran conseguido financiación para poder pagarle la estancia y un buen abogado en Italia, que es donde debía y debe pelear por la custodia de sus hijos. Lo que han conseguido en España es que esté imputada por un delito de secuestro de menores; no han conseguido nada más que eso: sus hijos están en Italia, y ella, aquí.

No podemos hacer creer a la opinión pública que la solución para Juana era incumplir el convenio de La Haya, porque de ese modo dejaríamos desprotegidos a miles de padres y madres en el resto de Europa.

Espero que esos mismos colectivos la ayuden con el juicio que tendrá en España; espero que la ayuden a ella y a la familia que está también imputada. Los hijos de Juana han sido vistos por la jueza, a solas, y por dos psicólogos, que han afirmado que no corren peligro alguno por estar con su padre. Además, el proceso de Juana ha sido revisado por cinco jueces que han apuntado en la misma dirección. No podemos hacer creer a la opinión pública que la solución para Juana era incumplir el convenio de La Haya, porque de ese modo dejaríamos desprotegidos a miles de padres y madres en el resto de Europa. No podemos seguir deslizando que los jueces de España son unos prevaricadores en potencia, y tampoco podemos proclamar que la solución final es que nos dé igual que el Tribunal de Luxemburgo nos acuse de incumplir tratados comunitarios.

Espero, por el bien de los menores, que esta situación se solucione favorablemente. Confío en que los grupos que han animado a Juana a delinquir, sufraguen sus gastos para su proceso judicial en España y, por supuesto, sufraguen también sus gastos en Italia y así iniciar el trámite para intentar conseguir la custodia de sus hijos. De no ocurrir esto, quedaría patente que lo importante no era la sonoridad, sino la soberbia; que lo fundamental no era luchar contra el machismo, sino intentar doblegar al Estado de Derecho; que, en definitiva y lamentablemente, lo decisivo era todo menos la propia Juana.