Durante hora y media asistimos a un viaje emocional que no nos da tregua, despojado de artificios, que nos deja un nudo en la garganta y otro en la boca del estómago. Y un desasosiego sin estridencias. La vida puede ser hermosa, sí, pero también puede ser demoledora, como ese mar enfurecido de la costa gallega que, cuando se torna bravo y rabioso, no se anda con contemplaciones.