La guerra origina una enfermedad crónica que a menudo es invisible. Es la diáspora. Los que se quedan combatiendo son héroes para sus respectivos bandos. Pero los refugiados no tienen esa suerte. El resto de sus días permanecen heridos de gravedad, obligados a comenzar de cero y haciendo inventario de lo que han perdido, de lo que nadie les devolverá: casas, escuelas, médicos, familiares, amigos...