Adiós ninfas desnudas, hola Dulceida en sujetador

Adiós ninfas desnudas, hola Dulceida en sujetador

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Últimamente el vaivén iconográfico es un no parar. Que si descuelga ese cuadro de ninfas desnudas de ahí, retira esa escultura de Woody Allen de allá, coloca el busto de Clara Campoamor aquí, quita este cartel de allá. Algunas personas lo llaman "cuánta tontería tenemos encima". Otras advierten, a lo Nostradamus, que estamos yendo hacia atrás. Pero muchas celebramos la capacidad crítica que estamos empezando a desarrollar frente a los mensajes visuales, indispensable si queremos consumirlos y generarlos con responsabilidad. Las imágenes que ocupan el espacio público y mediático son mucho más que un anuncio, una obra de arte o mero entretenimiento: son la posibilidad de emitir un discurso que influirá en las decisiones y la forma de mirar de millones de personas.

Hace unas semanas la artista Sonia Boyce pidió a una galería que descolgara temporalmente un cuadro de John William Waterhouse, en el que aparecían varias jóvenes con los pechos descubiertos, para reflexionar sobre la representación de las mujeres en la historia del arte. Las protestas en las redes no se hicieron esperar. Es paradójico que durante siglos las pinturas realizadas por mujeres no hayan podido estar colgadas en los museos y nadie lo considerara censura, pero si se desmonta un cuadro realizado por un hombre momentáneamente, medio mundo se rasga las vestiduras. Es paradójico también, que apenas existan cuadros famosos de mujeres haciendo otra cosa que no sea exhibir su cuerpo o encarnando a la Virgen María y esto tampoco le haya parecido a nadie parcial o tendencioso. David haciendo tambalearse a Goliat, o mejor dicho Sonia Boyce desestabilizando, con un simple hueco en la pared, las estructuras del arte occidental y gran parte de nuestro imaginario actual. Bendito y necesario hueco en la pared.

Supongamos que el William Waterhouse de hoy, quien tiene el poder de crear una imagen y exponerla (la mayoría de las veces porque alguien la paga) es una agencia de publicidad, y la sala de exposiciones que decide a qué obras dar visibilidad, el ayuntamiento de una ciudad. El resultado es Dulceida, una chica joven y blanca, saludando en bragas y sujetador a los viandantes de toda España. ¿Vas en el bus y levantas la vista para ver la siguiente parada? Ves a Dulceida en sujetador. ¿Vas paseando con tu hijos camino al parque? Ves a Dulceida en sujetador. ¿Sacas al perro a hacer caca? Ves a Dulceida en sujetador. La historia de las imágenes no ha cambiado nada, seguimos repitiendo una y otra vez el mismo patrón. Estereotipos que nada tienen que ver con lo escandaloso, sino con lo aburrido y lo cansino. Lo innovador hoy en día no es ver a Dulceida en bragas sino encontrarse a una señora de rasgos no caucásicos, mayor de 40 años y vestida iluminando las marquesinas.

Tras gastar el comodín del puritanismo también los hay que tiran del de la libertad de expresión. Estaría bien que esas mismas personas se preguntaran quién y cómo se ha educado su mirada. Si su aclamada libertad de expresión es tal o está condicionada por los millones de imágenes que otras personas generaron. ¿Por qué cuando usted mira a una mujer se fija primero en su cuerpo y no en otros aspectos? ¿No tendrán algo que ver los millones de mensajes visuales que señalan únicamente ese valor? El problema no es un cuadro al óleo de unas ninfas desnudas, ni tampoco el anuncio de Dulceida en ropa interior. El problema son los millones de imágenes de mujeres desnudas que vemos constantemente y que están imposibilitando otro tipo de representación. Cuantas más imágenes haya de este tipo, más se seguirán realizando. La cantidad sí importa. El conjunto es importante, en este caso.

La campaña de Tezenis pertenece a una marca de ropa interior y está justificado el uso de un cuerpo (que no necesariamente tenía que ser joven, blanco y delgado). Pero lo que ya huele es que se llenen autobuses, marquesinas, fachadas de edificios e incluso calles enteras de escaparates con imágenes de mujeres en tanga. No en vano, a una de las calles principales de Málaga, la calle Larios, la llaman "la calle de las bragas". Cada imagen de una mujer desnuda que ocupa el espacio es una oportunidad perdida para visibilizar otra cualidad. La función de las imágenes hoy ya no debería responder sólo a un interés individual, sino tener en cuenta el resto del imaginario y posicionarse favoreciendo la diversidad y la igualdad.

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