Todas las Bruselas lloran después de la tragedia

Todas las Bruselas lloran después de la tragedia

AP

Hay varias Bruselas, varias Bélgicas y probablemente varias Europas. Las identidades sociales modernas, fundamentalmente plurales y no exclusivas, caracterizan de manera singular a los habitantes de Bruselas. Para unos, capital de Bélgica, para otros sobre todo la capital de la Unión Europea. Para muchos musulmanes nacidos en estas tierras, capital de un país al que quieren sentir como propio pero en el que no acaban de integrarse. La identidad de los habitantes condiciona irremediablemente la manera de relacionarse con estos atentados. ¿Es un ataque contra la UE? ¿Lo es contra Bélgica? ¿Contra los valores universales de la democracia, allá donde ésta se encuentre?

La mañana del día posterior a los ataques ha comenzado con la típica humedad y lluvia fina en Bruselas. Sus habitantes han ensayado una vuelta a la realidad, todavía bastante lejana. El distrito europeo ha despertado menos activo de lo habitual. La zona

que rodea a la estación de Maelbeek continúa acordonada. Muchos funcionarios de la Comisión Europea han trabajado desde casa. Otros han “escapado” como han podido, tratando de buscar rutas de llegada terrestre a las ciudades en las que pensaban pasar las vacaciones de semana santa. A las 12:00 los funcionarios que han ido a trabajar se han concentrado bajo las banderas de la Unión Europea a media asta y con la presencia de algunas de sus autoridades, como el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker y el primer ministro de Francia, Manuel Valls, hoy de visita en Bruselas.

Conforme uno sale del circuito europeo y se adentra en el centro de la ciudad, las banderas europeas azules con las estrellas desaparecen. En su lugar se pueden ver algunas banderas belgas, con su negro, amarillo y rojo en los balcones de algunas casas

del centro. Tampoco hay demasiadas, teniendo en cuenta que es el peor ataque que ha sufrido esta ciudad desde la II Guerra Mundial. Un comerciante de una de las tiendas de souvenirs cercanas a la Grand Place, una de las plazas más bellas y más doradas de Europa, asegura que ha vendido quince banderas belgas y ninguna europea.

Banderas belgas, de otros países europeos más allá tiñen la manifestación más o menos espontánea que se ha producido durante todo el día en la plaza de la Bolsa. Mensajes escritos con tizas de colores en el suelo y la fachada del emblemático edificio de la Bolsa componen el paisaje, junto con soldados y policías. Hay unas 500 personas.

“¡Viva la solidaridad! Soy marroquí, soy musulmán y estoy horrorizado con esos bárbaros" grita en francés con un marcado acento árabe un hombre. “Estamos orgullosos de ser marroquíes, de ser belgas”, replica una mujer mayor con la cabeza cubierta con un pañuelo. Más aplausos. Al grito de “todos juntos”, se forma un gran círculo en el que todos, con sus distintos colores de piel, ideas y religiones se dan la mano.

No es difícil llegar desde allí al barrio de Molenbeek, el tristemente célebre barrio belga del que han salido muchos de los terroristas que han golpeado Bruselas y París el pasado noviembre, incluido Salah Abdeslam, detenido aquí la semana pasada. Bastan diez minutos a pie desde la Bolsa para llegar al “canal del infierno”, frontera de ambos barrios y de muchas cosas más. “Lo llamaban así hace décadas cuando mi padre y tantos otros de Marruecos y otros países árabes vinieron a Bélgica para trabajar construyendo infraestructuras. Al estar en el otro lado del canal pensaron que les tendrían controlados”, se queja en un tono enérgico Asme, una chica belga de 24 años que lleva con orgullo un pañuelo que cubre todo su pelo. “En Bélgica está prohibido llevar el hijab al trabajo ni pueden llevarlo las niñas a la escuela, salvo en dos, lo que ha terminado por garantizar su aislamiento. Yo trabajo en una gran farmacéutica así que me lo quito durante el día”.

En su fisonomía Molenbeek permanece ajeno al otro lado del canal y lejísimos del barrio europeo en el que las banderas azules a media asta tiñen ahora el paisaje. Algunos periodistas con sus cámaras producen el único contrapunto a una fotografía similar al de barrios multiétnicos de ciudades como París, Berlín o Londres. El 40% de la población es musulmana y prácticamente la mitad de los jóvenes no tienen trabajo.

“No vamos a encontrar justificaciones por lo que han hecho pero debemos comprender el contexto. Los terroristas que han salido de aquí tienen una crisis de identidad porque no les va bien, no porque sean musulmanes. El islam es su instrumento, al que sólo se acercan para satisfacer su mentalidad criminal”, denuncia Asme alternando el francés, el español y el inglés. También domina el árabe y el flamenco, cuenta con cierto orgullo. Y recuerda que una de las mujeres que permanece desaparecida es una profesora musulmana que vive en Molenbeek. “También nos atacan a nosotros”, concluye.

Los habitantes de Molenbeek están cansados del foco mediático y policial que tienen sobre sus cabezas desde el noviembre pasado, cuando se supo que los cabecillas de los ataques de París provenían de este barrio. “¿Tú te pones tenso cuando vas en coche y te para la policía, verdad, aunque tengas todos tus papeles en regla? Pues nosotros nos sentimos así todo el rato con la policía”, se queja la joven belga.

Horas más tarde, el sol ha dado una tregua en este día gris e ilumina una parte de la fachada del edificio de la Bolsa donde sigue llegando gente. Hay una concentración de jóvenes que “regalan” abrazos a todo el que se acerque y necesite apoyo. Llevan unos

carteles en el que anuncian su servicio. No faltan necesitados de mucho cariño. Momentos de emoción que no terminarán cuando se ponga el sol.

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Jefe de Política de El HuffPost