Las secuelas del 1-O

Las secuelas del 1-O

¿Cómo está Cataluña un año después? ¿Qué lecciones se han aprendido?

GTRES

Nadie durmió aquella noche en Barcelona. El sonido de los helicópteros se colaba en todas las calles. Tensa humedad que apenas dejaba respirar. Al final llegaba el temido choque de trenes (manida expresión que se convertía en una brusca realidad). Una ciudad dominada más por los sentimientos que por la racionalidad de todas las partes.

Urnas escondidas, colegios abiertos con gente durmiendo dentro, policías desplegándose a lo largo y ancho de Cataluña, centenares de periodistas llegados de todo el mundo, miembros del CNI perdidos. Y toda España con el corazón en un puño. El 1-O lo llevarán todos los ciudadanos en su cabeza: desde las fotografías de las cargas policiales hasta las imágenes de desafío de Carles Puigdemont y su Govern proclamando el resultado de un referéndum ilegal y llamando a la comunidad internacional a respaldar su secesionismo unilateral.

Mucha gente lloró ese día; unos de rabia, otros de impotencia y muchos de tristeza. La sensación de un gran fracaso como sociedad recorrió a buena parte de los ciudadanos, con un Mariano Rajoy y un Carles Puigdemont incapaces de haberse sentado a hablar los meses anteriores y encerrados en sus posiciones inmovilistas.

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Una Cataluña sin Rajoy y Puigdemont

¿Y cómo está Cataluña un año después? Aquí están las secuelas. No se ha encontrado ninguna solución, pero han cambiado muchas cosas a la vez. La primera: los grandes protagonistas están fuera del marco de juego. Mariano Rajoy es hoy un registrador de la propiedad con despacho en el Paseo de la Castellana, Soraya Sáenz de Santamaría ha abandonado la política y Carles Puigdemont está huido en Bruselas intentando manejar en la sombra el independentismo.

Los otros grandes líderes del procés se encuentran en la cárcel: Oriol Junqueras, los 'Jordis', Raül Romeva, Jordi Turull, Joaquim Forn, Josep Rull, Carme Forcadell, Dolors Bassa, Josep Rull y Jordi Turull. Y la Generalitat está hoy en manos de Quim Torra, más activista que político y que actúa al dictado de Puigdemont. Siempre con la sombra de la consellera de Presidencia, Elsa Artadi.

Un año después Cataluña ha experimentado por primera vez en la historia lo que supone el artículo 155 de la Constitución, que fue aplicado por el anterior Gobierno del PP -apoyado por el PSOE y Ciudadanos-. Una intervención de la autonomía que duró desde el 27 de octubre -después de la declaración unilateral de la independencia hasta la toma de posesión de los consellers de Torra el pasado 2 de junio.

Aquel uno de octubre tampoco muchos esperaban ver el sainete desquiciado que llevaría a la DUI, a intercambios de cartas entre los gobiernos pidiendo que se aclarara si se había declarado la independencia. La fuga de políticos al extranjero (de Puigdemont a Toni Comín pasando por Anna Gabriel y Marta Rovira). Muchos de ellos nunca pensaron que acabarían siendo querellados por la Fiscalía por los delitos de rebelión, sedición y malversación. Y los días posteriores se vería también un inédito discurso televisado de Felipe VI en tono duro.

Cataluña está hoy atascada con un Parlament cerrado y con la vista puesta en unas posibles elecciones adelantadas. Con la mirada puesta en el nuevo Gobierno de Madrid, que ha cerrado la puerta a cualquier referéndum, que ha hecho algunos signos para el diálogo, pero que es débil parlamentariamente y que rechaza mover ficha para que la Fiscalía pueda retirar los cargos de rebelión a los presos.

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"No es una situación límite, pero la crisis sigue viva"

Doce meses, vista atrás y hacia adelante. "Quizá no estamos en la situación límite que se vivió aquel octubre, no estamos en una situación de riesgo, pero sigue habiendo factores que mantienen viva la crisis catalana", reflexiona Lluis Orriols, doctor por la Universidad de Oxford y vicedecano de estudios de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid.

Y comenta: "Un año más tarde seguimos con una situación crítica. Es verdad, que la vía unilateral, el plan de Junts pel Sí, fracasó. Pero esto no ha generado desánimo en el independentismo, el activismo social sigue fuerte". Todo en un clima, advierte, que hace que las vías de convergencia no sean posibles. La razón: "aún existe la polarización política tanto en Cataluña y en España, principalmente por la competencia entre PP y Ciudadanos y entre ERC y el entorno de la Crida y Junts.

Y el "segundo elemento clave", añade Orriols, es la "judicialización" del conflicto. "El Gobierno poco puede hacer, todo lo lleva la Justicia", añade el vicedecano, que dice que esa judicialziación ha provocado "una conmoción muy grande" en Cataluña. "No porque haya entrado el Código Penal, sino por emplearse los artículos relacionados con delitos violentos. Eso no se ha entendido para nada en Cataluña", enlaza.

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Tiempo de análisis, de pensar y sacar lecciones. Del 1-O debe aprender principalmente el Gobierno, comenta Orriols. "El Ejecutivo minusvaloró la capacidad del activismo político y de los movimientos sociales. Apostó por la vía de la represión y quedó desbordado", describe.

Y cree que la lección para los independentistas llegó después del 1-O, que aprendieron los "costes de la vía unilateral". "Se visualizaron de forma muy gráfica, cruda y clara: irrupción del Código Penal, la fortaleza del Estado aplicando el 155 y la Justicia, y la soledad en la comunidad internacional, no hubo ningún reconocimiento".

"Estamos peor en términos de sociedad"

Un año para reflexionar. "Intento ser un poco optimista, y no caer en el catastrofismo y voluntarismo", dice Joaquim Coll, historiador y coeditor del libro Anatomía del procés. Y esta es su impresión: "La situación más peligrosa ha desaparecido. El procés, desde mi punto de vista, se ha acabado. No porque no haya tensión secesionista, que va a continuar, pero el imaginario unilateral ha muerto".

"Hay mucha incertidumbre en el mundo del independentismo, una revisión de sus errores, estamos en una situación complicada", prosigue Coll, que recuerda "la situación muy peligrosa del año pasado".

Pero pone el foco fuera de las instituciones: "En términos de sociedad diría que estamos peor. Resentimiento, frustración, el tema de los presos... Eso está latente, sigue moviendo emociones. La sociedad está más dividida, más fracturada". "Lo que más me inquieta ahora es el conflicto en la calle, los lazos, lo que más puede hacer saltar una chispa", advierte.

Hay que pararse a pensar. Y Coll asevera que entre las lecciones a aprender de aquellos días es que no es verdad, como decía el Gobierno del PP, que esto era un "suflé": "Es un mazapán". "El Estado y el Ejecutivo llegaron tarde, no se hizo nada. No había una estrategia de Estado, fue un desastre absoluto", comenta el historiador.

Y va más allá: "Hoy, por desgracia, seguimos sin tener una estrategia de Estado compartida, es dramático. Los partidos constitucionalistas se pelean en algo tan serio, la mayor crisis de la democracia española, se usa como arma arrojadiza. Esto demuestra el poco nivel y la poca altura de los dirigentes". "Hubo un autoengaño del constitucionalismo de que no pasaría nada, de que era un farol. Y también hubo un autoengaño del independentismo, que todo pasaría por arte de magia", sostiene.

"Lejísimos de decir que esto se ha acabado"

Se sigue sin solución. La analista política Verónica Fumanal lo explica así: "Estamos lejísimos de decir que esto se ha acabado, hay muchos flecos y muchas acciones que se reavivarán en cuanto empiece el proceso judicial".

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Otra de las secuelas es la actual parálisis del Parlament catalán: "Está cerrado -continúa Fumanal- para bien o para mal. No aprueban leyes autonómicas para que la CUP no les pueda reprochar ese autonomismo, pero tampoco ninguna que pueda tener una deriva judicial".

Cree esta experta en comunicación política que se han aprendido lecciones por parte de los dirigentes desde aquel 1-O: "No se pueden prometer cosas a los ciudadanos que no se pueden cumplir. Por un lado, el Gobierno dijo que encontraría las urnas y no pasó. Por otro lado, el Govern prometió un referéndum, que no se llevó a cabo, en mi opinión fue una performance política muy bien organizado, pero no era una consulta en ningún caso".

Hay frustración en unos y otros

Hace hincapié a la vez: "Aprendimos que la vía policial no es la más útil cuando hay una movilización ciudadana. De esas imágenes se arrepintió el Gobierno. Lo único que hicieron fue inflamar esa ruptura emocional de una parte de los catalanes con el conjunto de España". "Tenemos ahora una Cataluña sumida en la parálisis por la incapacidad de unos políticos de asumir que no es posible lo que querían hacer", insiste.

Mirando a los próximos años Fumanal avisa: "El problema de convivencia en Cataluña no se va a restañar en poco tiempo. Unos y otros se han visto sacudidos emocionalmente. Hay ciudadanos que no entienden que alguien quiera hacer un referéndum para decir si están o no en su país, personas con lazos amarillos diciendo que no están en su país, gente que no comprende que se mandara a la policía o que no les interpelara el rey en su discurso..."

"Todo esto está muy concentrado, hay frustración de unos y otros. Pero hay un gran derrotado: el secesionismo, que prometió una independencia en 18 meses. Y vuelve a poner el foco en los dirigentes: "Con una tarea pedagógica y voluntad de diálogo esa tensión social se bajaría".

Cataluña y España, un año después del 1-O.