El penúltimo comunicado de ETA

El penúltimo comunicado de ETA

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Estaba a punto de entrar en el aula cuando recibí un mensaje de un compañero del Partido Socialista de Euskadi en el que me anunciaba que ETA, a través de un comunicado, pedía perdón a sus víctimas. Segundo acto de la ceremonia de su autodisolución, pensé, y volví a 'la reactividad de las aminas' que era el tema del que tenía que hablar durante la siguiente hora.

Pero antes de iniciar la clase, al mirar a mis estudiantes de poco más de veinte años en su mayoría, no pude evitar volver al comunicado de ETA. Tenían catorce cuando la banda anunció que abandonaba la violencia, doce el día de su último atentado mortal. ¿Cómo explicarles que esos que ahora decían sentir el dolor causado, habían asesinado a más de ochocientas personas? ¿Cómo contarles que sus siniestros atentados habían acompañado a mi despertar casi desde que tuve uso de razón? Volví a las aminas.

Al regresar al despacho me dispuse a leer el comunicado, el penúltimo, pensé. ¿Cuántas veces me había enfrentado con uno de esos comunicados desde que, en 1997, Joaquín Almunia me encargó coordinar la lucha antiterrorista en el PSOE? Es verdad que esta vez era muy distinto. No se trataba de escudriñar su redactado en busca de anticipar las siniestras intenciones de la banda. En esta ocasión buscaba, simplemente, qué justificación darían para explicar su siniestra trayectoria.

El 20 de octubre de 2011 ETA dejó de ser una pesadilla para los españoles y pasó a ser un problema para los suyos, para sus presos, para aquellos que desde la política les acompañaron durante más de cuarenta años

Y sí, ahí estaba, el mismo cinismo que había impregnado toda su historia, la misma miseria moral, la misma forma de eludir la responsabilidad de décadas de crímenes: el conflicto vasco era el culpable de su nacimiento, de sus crímenes, su solución serviría para "apagar definitivamente las llamas de Guernica". El conflicto que había "damnificado" a algunas de sus víctimas y que había provocado que otras que "no tenían una directa participación" sufrieran daños. Dos tipos de víctimas, unas se lo merecían más que otras, para un solo conflicto. Se van como llegaron, pensé, sin admitir que el único conflicto en el País Vasco eran ellos.

  Rodriguez Zapatero y Perez Rubalcaba durante la visita a la capilla ardiente del concejal socialista Isaias Carrasco, asesinado por ETA en 2008AFP/Getty Images

Porque se van. O mejor se fueron. He sostenido en muchas ocasiones que ETA desapareció de nuestras vidas el 20 de octubre del 2011, cuando anunció el final definitivo de la violencia. Ese día dejaron de importarnos, porque abandonaron los asesinatos, las extorsiones, las amenazas, todo aquello que les había llevado a formar parte de nuestra existencia.

La entrega de las armas de hace algunos meses, y este estrambote programado minuciosamente para los próximos quince días, no son sino las consecuencias de aquél final de hace casi siete años, el de verdad, el que tuvo lugar cuando anunciaron su derrota y con ella el triunfo de nuestra democracia. Ese día de octubre en el que ETA dejó de ser una pesadilla para los españoles y pasó a ser un problema para los suyos, para sus presos, para aquellos que desde la política les acompañaron durante más de cuarenta años.

Tenemos que impedir que los terroristas y sus epígonos impongan ese falso relato, es algo que les debemos a las víctimas del terrorismo

Sin embargo, lo que nos queda por delante a los demócratas no es poco. En un penúltimo gesto de desvergüenza, ETA nos recuerda que "ojalá nada de eso hubiese ocurrido, ojalá la libertad y la paz hubiesen echado raíces en Euskal Herría hace mucho tiempo". Ese es su relato, el que hay que combatir, afirmando con rotundidad que la única amenaza a la paz y a la libertad de los ciudadanos vascos, y del resto de los españoles desde nuestra transición democrática, ha provenido de ETA y de sus pistoleros.

Tenemos que impedir que los terroristas y sus epígonos impongan ese falso relato, es algo que les debemos a las víctimas del terrorismo. Para que quienes, como mis estudiantes de esta mañana, no lo vivieron, sepan que todos ellos no contribuyeron a la paz, no, simplemente se vieron obligados a desistir, a renunciar para siempre a la violencia, sin haber conseguido ninguno de sus objetivos políticos. Y que la historia recoja que esta dura batalla acabó con un triunfo agridulce de la democracia, porque costó la vida de muchos inocentes. A ellos es a quienes nunca debemos olvidar.