Aboubacar Drame, un tipo con suerte

Aboubacar Drame, un tipo con suerte

Con cadencia propia y esa mirada franca de la gente venida desde más abajo del Sáhara.

Aboubacar DrameSara Yun.

Aboubacar Drame nació en Gabón, pero se crió en Mali, en la región de Kayes, cercana a la frontera con Senegal y Mauritania. Si uno la busca en internet la Wikipedia le cuenta que es una zona extremadamente calurosa y rica en hierro y oro. Aboubacar tiene dos hermanos, tres hermanas -más otros dos de una mujer anterior de su padre que falleció- y una tendencia clara a la suerte, así se desprende del relato en el que desgrana los avatares de su existencia, con esa cadencia propia y esa mirada franca de la gente venida desde más abajo del Sahara.

Fue al colegio hasta los doce años, como muchos de los niños de su país y de otros africanos, “hasta esa edad hay escolarización promovida por el Estado, después hay que buscarse la vida, trabajar para ayudar en casa. Es lo que se espera de ti, de todos, ya se nos trata como a adultos”. Ese era el destino predecible de Aboubacar, un mercado laboral atestado de manos infantiles, pero él, un chico afortunado, no siguió la senda establecida. Logró una beca, igual que dos de sus hermanos mayores, para estudiar en un instituto propiedad de la familia Saud, en Mauritania, y allá que partió. 

La aventura le duró solo un año, estalló la guerra de Irak y Estados Unidos presionó hasta que cerraron esa escuela y la Universidad vinculada, alegando que era un nido de terroristas. “Miles de jóvenes africanos nos quedamos sin educación, pues no contamos con recursos para pagar el instituto ni la Universidad, que son privados y muy caros”.

Tuvo que volver a su casa y allí consiguió trabajo como maestro. Le gustaba, pero la remuneración, además de escasa, no le llegaba a él. “Al final de cada mes mi padre se reunía con el director y este le daba mi salario”. Así pasaron los años y Aboubacar se dio cuenta de que en Mali no podría prosperar, por más que trabajara no conseguiría dinero para él. “Para los africanos Europa es una especie de paraíso, donde hay grandes edificios y oportunidades. Tenía un amigo que había llegado a Canarias y me explicó los pasos a seguir, la ruta, en coche, hasta llegar a Nuadibú, y el barrio donde vivía el dueño de la patera en la que él había cruzado el mar”. Preguntando, encontró su casa. “Cuando llegué, él no estaba, así que lo esperé”. 

  Aboubacar DrameSara Yun.

De nuevo su fortuna hizo acto de presencia. Normalmente, el organizador de estas travesías, el traficante de personas, va reuniendo viajeros en su casa hasta que tiene el número suficiente como para llenar una embarcación. Se trata de que el negocio sea lo más redondo posible, aunque por el precio pudiera parecerlo, alrededor de dos mil euros por cabeza, no se trata de un crucero de placer, la comodidad y seguridad del pasaje no son un criterio para nadie. Treinta, cuarenta, cincuenta personas pueden pasarse hasta un mes encerrados con llave en la casa del promotor de la marcha ilegal -“todo el mundo sabe quién es y lo que hace, pero hay que disimular”-, en un cuarto inmenso, con una televisión que no descansa. El traficante los provee de comida, es parte de los servicios del viaje que, por supuesto, hay que abonar aparte.

Como decíamos, Aboubacar tuvo un golpe de suerte otra vez, pues esa misma noche saldría el siguiente barco. “Nos avisó a todos para que compráramos los alimentos y el agua que necesitáramos. La gente aprovechó también para llamar a las familias y, sobre todo, para rezar. Rezaban sin parar”. El viaje estaba pensado para unas cincuenta personas, pero su buena ventura hizo de las suyas y solo subieron veinticinco a la barca; “en medio de la operación llegó la policía y nos tuvieron que empujar rápido hacia el mar para que no nos capturaran a todos”. 

Estas travesías pueden durar diez días, incluso más, en función del estado del mar y de la orientación del precario capitán. Aboubacar y su estrella solo navegaron cuatro; también sus noches, con su frío y su oscuridad en medio de las olas. La balsa lo llevó hasta Arguineguín, en el sur de Gran Canaria. Lo acogieron en un centro de menores. Allí le hicieron la prueba ósea para determinar la edad y salió que tenía catorce, en vez de los diecisiete reales, por lo que no le permitieron trabajar, objetivo fundamental de su viaje. “No entendía por qué, en África todos los niños lo hacen”. En la espera hacia el reconocimiento de su mayoría de edad, que duró dos años, aprendió español y se hizo amigo de un periodista, Pepe Naranjo, al que conoció cuando este fue a hacer un reportaje al centro en el que se encontraba.

Cuando por fin asumieron sus dieciocho años Aboubacar tenía la posibilidad de ejercer de freganchín en un bar; de nuevo su suerte se interpuso y, gracias a la mediación de Naranjo, obtuvo una plaza de educador e intérprete en un centro tutelado para menores que llegan en las mismas condiciones en las que lo hizo él, solos. No es frecuente encontrar quién hable bambara, soninké, árabe, francés y español. Allí sigue doce años después.

- ¿Y ahora? ¿Qué esperas de la vida?

- Esto me gusta y tengo amigos maravillosos. Hay cosas que todavía me sorprenden. Ustedes dicen que la situación está mal, pero yo veo que aquí hay justicia, algo fundamental para que un país se desarrolle. La figura del testigo protegido, por ejemplo, es algo impensable en África, allí nadie denuncia la corrupción porque sabes que si lo haces van a ir a por ti -deja de hablar un instante y se le ilumina la cara, sonríe- aun así, siempre he querido volver a África. Estoy construyendo una casa en Mali y pensando en algún negocio que pueda desarrollar allí. Me gusta la vida en África, allí es donde realmente me siento bien. 

Con esa suerte que se le ha aferrado a la vida, seguro que no tarda en alcanzar su sueño.