Anacronismos en el siglo XXI

Anacronismos en el siglo XXI

El racismo que estamos viviendo en la actualidad es un fantasma que nos traslada al pasado más vergonzoso.

Una imagen de la película 'Green Book'.Universal Pictures

Un anacronismo es algo que no se corresponde o parece no corresponderse con la época a la que se hace referencia. Etimológicamente, el término procede del griego anachronikós, que literalmente significa “contratiempo”.

Vamos con un ejemplo gráfico: la película Pretty woman (1990), de Garry Marshall. En ella hay una escena en la que Edwards (Richard Gere) pregunta a Vivian (Julia Roberts) dónde se encuentra Beverly Hills. Ella le dice que esa información tiene un precio y que quiere cobrar cinco dólares. Edwards, escandalizado, le pregunta que por qué tiene que pagar, a lo que ella, sin inmutarse, responde que el precio se ha elevado a diez dólares. Cantidad que, al final, el elegante empresario acabará pagando.

Esa película a día de hoy, con el acceso de modernos GPS en nuestros automóviles, es un claro anacronismo. La información le habría salido a Edwards gratuita.

Un invento con mucha solera

El primer GPS –más bien deberíamos decir el primer asistente de ruta en carretera— de la historia se lo debemos a JW Jones, que lo bautizó como “Jones Live Map”. Corría por entonces el año 1909.

El invento iba unido a un odómetro, el cual, al contabilizar las vueltas que daba la rueda, calculaba la distancia recorrida y hacía girar un disco de papel, en donde se describía una ruta entre dos ciudades.

Tenía muchas limitaciones, la principal era que cada disco cubría tan sólo cien millas —160,9 km—, por lo que si la ruta elegida superaba esa distancia era necesario utilizar varios discos.

A pesar de todo, el primer navegador de automóviles llegó muchos años después y fue bautizado como Electro Gyrocator (1981). Era una patente de Honda y constaba de una brújula electrónica y un sofisticado sensor de gas helio, asociado a un giroscopio capaz de detectar los cambios de la trayectoria del coche. Pues eso, anacronismos…

De todas formas, una de las mayores muestras de “antigualla mental” es la que estamos viviendo en estos últimos meses en relación a las desigualdades de género y discriminación racial en diferentes puntos del planeta.

El libro verde del conductor negro

Entre los años 1876 y 1965 estuvieron vigentes en Estados Unidos lo que se definió como “Leyes de Jim Crow”. En ellas se establecía la segregación racial bajo el lema “separados, pero iguales”, una forma encubierta de relegar a los afroamericanos a un segundo plano.

Las diferencias entre blancos y negros, con la Carta Magna bajo el brazo, se establecían en lugares tan dispares como centros educativos, zonas de recreo e, incluso, estructuras habitacionales. Los negros tenían prohibido, por ejemplo, comer en determinados restaurantes, comprar en ciertas tiendas, usar los mismos baños… e incluso alojarse en algunos hoteles.

A partir de 1936 empezó a circular por Estados Unidos el famoso The Negro Motorist Green Book (El libro verde del conductor negro), que era conocido popularmente como Green Book. En él se recogía aquellos hoteles, restaurantes y clubes donde los negros serían atendidos “con absoluta normalidad” en los estados sureños.

La guía fue elaborada por Víctor Hugo Green, un cartero de Nueva York, para satisfacer la demanda de la comunidad negra para viajar de forma segura, sin correr el riesgo de recibir humillaciones o, en el peor de los casos, una brutal paliza.

Seguramente que más de uno tendrá en mente, a estas alturas, la película Green Book: una amistad sin fronteras (2018) de Peter Farelly. En ella Tony Lip (Viggo Mortensen) se convierte en conductor y guardaespaldas de Don Shirley (Mahershala Alí), un pianista negro de jazz que emprende una gira por el sur de los Estados Unidos en 1962. Al inicio del viaje ambos deciden confiar su periplo al Libro verde.