Era cartón piedra

Era cartón piedra

Por ahora Putin ha conseguido lo contrario a lo pretendido.

Putin, la pasada semana, en su intervención en UzbekistánContributor via Getty Images

Es famoso el episodio: el príncipe Potemkin montaba aldeas artificiales, simples fachadas, para que la emperatriz Catalina en sus trayectos por la Rusia ‘interior’ no viera la miseria en que vivían sus siervos.

Los espectaculares desfiles en la Plaza Roja de Moscú, con esos amenazantes tanques, esos misiles relucientes que podrían destruir al enemigo en un plis plas, esos miles de soldados de paso marcial, tantas horas para un video, luego nada, cuyas botas resuenan como un tambor en el empedrado, con cara fiera, de pocos amigos, esos generales con la pechera cubierta de una coraza de medallas, es puro marketing. Un decorado que contribuye a mantener un relato con los pies de barro. Lleno de falsedades y de desmemoria.

Allí, en el mismísimo corazón del Imperio Rojo, en el centro mismo del temible régimen soviético, ya en descomposición, aterrizó el 27 de mayo de 1987 con una pequeña ‘Cessna’ alquilada un chico de 19 años, Mathias Rust. Todo lo previó minuciosamente. Cambió el plan de vuelo. Desde las cercanías de Hamburgo se dirigió al norte, luego de un par de maniobras de despiste, informó al control aéreo que su destino era Estocolmo. Pero volvió a cambiar: se dirigió a Finlandia y luego, sobre el Báltico, viró hacia Moscú. Al parecer siguiendo los railes del tren. Aquello, un ‘portentoso’ ridículo mundial provocado por un joven recién salido de la adolescencia, le dio la oportunidad a Mijail Gorbachov para destituir a unos 2.000 jefes y oficiales, por toletes.

Esto me vino a la memoria en cuanto se conoció la noticia del exitoso contrataque de Ucrania que hizo retroceder a los invasores rusos. Zelenski amagó con reagrupar efectivos y medios para golpear en el sur y tomar Jersón, pero era un señuelo. En realidad lo que hizo fue engañar a los generales rusos, y al Estado mayor central, que cayeron en la trampa. El verdadero objetivo estaba en el otro extremo, en el frente norte: en Járkov. Allí, empezó el ‘septiembre negro’ para Putin: con un manejo perfecto de los medios de inteligencia, desinformación y estrategia las tropas ucranias recuperaron en una operación rápida y brillante más de 3.000 kilómetros cuadrados.

A pesar de que Putin siguiera utilizando el gas como arma, sobre todo en invierno, y de que eso tuviera efectos económicos en la Unión Europea, al final Moscú no podría aguantar a presión, ni la financiera, por las sanciones, ni por el elevado número de muertos en el campo de batalla. Unos centenares se pueden ocultar. Decenas de miles, no

Mientras, casi todos los expertos y ‘sabiondos’ al peso pronosticaban que más pronto que tarde era ‘evidente’ que Rusia iba a aplastar a Ucrania por la enorme diferencia de fuerzas, y que Kiev no tenía nada que hacer. Pero la cantidad no es todo; ni tampoco la amenaza de emplear como último recurso armas nucleares tácticas. Esto fue un gran error.

Si el ejército ucranio no hubiera derrotado a los rusos en Járkov, y a partir de ahí como una mancha de aceite en docenas de localidades, el inescrutable presidente chino no habría marcado distancias públicas con Putin. También el primer ministro indio, Narendra Modi, dijo en la cumbre de Samarcanda que “no es momento para una guerra”. China e India son potencias nucleares, y una escalada insensata en la guerra de Putin podría tener efectos colaterales imprevisibles. Xi Jinping obviamente no puede perder de vista a Kim Jong-un, su imprevisible vecino de Corea del Norte, que ya dispone de cohetes intercontinentales. Ni los efectos que este clima bélico en el que cada vez emergen más efectos secundarios en horizontes globales pueda tener para un rearme de Japón, Taiwan y Corea del Sur que amenacen los planes de hegemonía mundial que encierra la ‘ruta de la seda’.

En España, muchos tertulianos habituales, y muchos almirantes y generales retirados, invitados como expertos y kalikatres sapientísimos, han venido olvidando otros episodios que, en conjunto, han ido indicando que en el ejército exsoviético no es oro todo lo que parece. Rusia fue incapaz de actuar a tiempo y salvar a la tripulación del submarino nuclear ‘Kursk’ hundido en unas maniobras en el mar de Barents el 12 de agosto de 2000; al final tuvieron que contratar a empresas de Reino Unido y Noruega. Durante horas los rusos no se dieron cuenta del naufragio, a pesar de las fuertes explosiones que fueron captadas por sismógrafos tan alejados como los de Alaska.

Eran los ejercicios navales más importantes en diez años. En realidad tenían la finalidad de lavar la imagen de la flota báltica. Las fotos satelitales que mostraban que las bases navales eran gigantescos almacenes de chatarra, con buques oxidados y a punto de hundimiento, fueron un mazazo. Una metáfora de la implosión de la URSS. Para el nuevo presidente ruso, antiguo KGB y nostálgico, como está acreditado del ‘glorioso’ pasado imperial, era prioritario borrar esos baldones. Poco a poco fue perfilando una doctrina cuyo espíritu era, y es, lo vemos en la (fracasada) ‘operación especial’, hacer a Rusia ‘grande de nuevo’. Como el lema de Trump, pero en cirílico.

Para este proyecto tenía un enorme apoyo popular. En los primeros días, cuando aún no había oficialmente muertos propios, desaparecidos por una censura feroz, las televisiones recogían las declaraciones de algunos rusos, recuerdo una señora entrevistada en la calle, que consideraban normal “recuperar las colonias”. Pero según han ido pasando los días, y las semanas y los meses… ha ido aumentando la disidencia. Cientos de concejales de toda la Federación, a pesar del riesgo, piden abiertamente la destitución del Presidente; las carencias militares —de estrategia, logística, inteligencia, armamento anticuado, falta de preparación de los mandos y desmotivación de la tropa— no son fáciles de arreglar. Necesitan tiempo, y por eso los ‘halcones’ presionan para decretar una movilización general en todo el país...que sin embargo desguarnecería algunas fronteras orientales ‘sensibles’.

Es decir: se van cumpliendo las previsiones de los que desde el principio pintaban otro escenario: una resistencia numantina, un fortalecimiento del Estado y del patriotismo ucranio; ayuda masiva de las democracias occidentales a los agredidos, entre otras razones para disuadir a los invasores de cualquier intentona en el Báltico y de la creciente ‘ciberamenaza’ con injerencias fake en procesos electorales y quebrar la unidad de la UE y la OTAN con caballos de Troya virtuales o reales. Además, estos analistas contemplaban que a pesar de que Putin siguiera utilizando el gas como arma, sobre todo en invierno, y de que eso tuviera efectos económicos en la Unión Europea, al final Moscú no podría aguantar a presión, ni la financiera, por las sanciones, ni por el elevado número de muertos en el campo de batalla. Unos centenares se pueden ocultar. Decenas de miles, no.

Los datos que manejan los analistas de la OTAN y los servicios secretos europeos, que poco a poco gotean en los medios de comunicación, parecen indicar que en Rusia crecen las protestas populares y las deserciones en los círculos concéntricos del poder. De momento la impresión es que cunde un sentimiento de estupefacción; de incredulidad. Ya no se acepta el discurso oficial, ni el de que se iba a liberar a los ucranios de una dictadura nazi-fascista ni el de que se iba de victoria en victoria. La reconquista de Járkov no es un hecho aislado: ha estado precedido por audaces y bien elaborados golpes que han destruido depósitos de combustibles, buques ‘indestructibles’, escuadrillas de aviones o líneas de acorazados….La campaña militar ha estado acompañada encima por una extraordinaria campaña de imagen: el presidente Zelenski con uniforme militar en primera línea o dirigiéndose a parlamentos y organizaciones como invitado especial; y un Putin atildado, distante, en un decorado principesco.

La impresión es que (en Rusia) cunde un sentimiento de estupefacción; de incredulidad. Ya no se acepta el discurso oficial, ni el de que se iba a liberar a los ucranios de una dictadura nazi-fascista ni el de que se iba de victoria en victoria.

La política europea de austeridad, fiscalidad flexible, endeudamiento y ayudas a las personas y sectores estratégicos, para mantener el estado de bienestar, es la única posible en estas circunstancias: aguantar la presión del ‘general invierno’ y llevar adelante planes severos de ahorro energético, a pesar de la tentación provinciana a jugar insensatamente con las cosas de comer… sabiendo que el Kremlin lleva tiempo intentando promover el descontento social y la ‘gran sustitución’ de las democracias liberales por pseudodemocracias populistas autoritarias a la húngara, la rusa o la trumpista.

Jugar ahora a la ruleta rusa, como quiere la derecha radical, es una mala idea. Porque esa ruleta está trucada.

Muchos políticos españoles (aquí es donde estamos, aún con panderetas y peineta) tendrían que leer (no digo releer, porque no ha lugar) El reajuste de Europa de Arnold Toynbee (1956). Ahí están muchas lecciones y ciertas claves del ’reajuste’ que parece que no pero que sí estamos viviendo sin darnos cabal cuenta.

Por ahora Putin ha conseguido lo contrario a lo pretendido. Que en Europa, hasta los diletantes profesionales entiendan que los problemas de Europa se solucionan con más Europa.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.