Hasta los genitales

Hasta los genitales

¿No puede haber un solo día en el que una feminista transexcluyente no la líe en Twitter? ¿Tan difícil es respetarnos?

Manifestación a favor de los derechos 'trans'REUTERS

No soy una persona trans ni pretendo ocupar el espacio de nadie pero es que el cachondeito del él, ella, elle me tiene frito. ¿Absolutamente siempre tiene que haber una risa, una burla o un reproche cuando se propone utilizar el género neutro? ¿en serio necesitamos saber si alguien tiene pene y cuánto le mide para tratarlo como ‘hombre’ o como ‘mujer’? De verdad, ¿no puede haber un solo día en el que una feminista transexcluyente no la líe en Twitter?, ¿tan difícil es respetarnos?

Estas navidades, caminando por Gran Vía, leí en un cartel publicitario: “Lo único bueno de esta navidad es que no verás al pesado de tu cuñado”. ¡Ojalá!, pensé, porque lo tuve que ver y, por supuesto, discutir. Resulta que se ofendió sobremanera –hasta el punto de hiperventilar– porque le dije: “no entiendes el género neutro por una simple cuestión de ignorancia”.

Acelerado como una motosierra me soltó toda la propaganda de Hazte Oír,  VOX y la escritora española tránfoba amiga de J.K. Rowling que no recuerdo como se llama. Total, que me dijo eso de: “los niños tienen pene, las niñas tienen vulva y si tú quieres identificarte como un autobús, a mí no me puedes obligar a llamarte cómo tu quieras…”. Entonces, intenté explicarle que el género es una performance y que ‘masculino’ o ‘femenino’ es relativo. Intenté ponerle como ejemplo a los hombres del siglo XVII, que parecían auténticas travestis con más pelucas y maquillaje que la Prohibida, pero no quiso escucharme, prefería mirase una moto nueva en ForoCoches.

Por desgracia, es más necesario que nunca incorporar narrativas trans a las rutinas cotidianas

Días más tarde, se me ocurre comentar el caso en un chat de amigas, a lo que una me responde: ‘Personalmente, creo que esto de las elles no ayuda al colectivo. Es gente que está cargada de manías”. Y la volvimos a tener. Nuevamente, se impuso el binarismo de género con esa idea de que las personas solo pueden ser dos cosas: niños-masculinos-con-pito o niñas-femeninas-con-vulva. Claro, hablar del género no binario supone la aparición de bromas tipo “a mí llamadme ‘diosa’ a partir de ahora o me sentiré discriminade”. Acompañado de un “es que esto no es normal”.

Y para rematar, llega la señora Núria González –en cuyo LinkedIN, por cierto, pone ‘feminista’ y ‘especialista en Derechos Humanos’– y publica un tweet describiendo a Rachel Levine, la subsecretaria de Salud del nuevo gabinete para la Casa Blanca de Joe Biden, como “personaje que se autoidentifica como ‘mujer’, mientras se rasca los testículos bajo el disfraz”.

Entonces, me viene a la mente ese momento en el que Elsa Ruíz parafraseó a Morticia Addams en la entrega de los premios Triángulo de COGAM y dijo: “La normalidad es un espejismo, lo que es normal para una araña es una pesadilla para una mosca”. Allí, recogió el premio a la visibilidad y lo lamentó porque eso significa que existe gente trans que se esconde, que ser visible implica estar expuesta. Por desgracia, es más necesario que nunca incorporar narrativas trans a las rutinas cotidianas para que la juventud trans deje de sufrir violencia y bullying en los colegios. Una violencia que muchas veces viene dada por parte de personas adultas que –comportándose como auténticos zoquetes– se niegan a reconocer su identidad y les llaman por un nombre que no les representa.