'Llamaradas'

'Llamaradas'

Relatos a la sombra: los cuentos de Abraham García.

'Llamaradas', los cuentos de Abraham García.Alexander Burenko via Getty Images

Mal bicho el Loiro, gallego del demonio, desastre de hombre.

Y el Loiro va cargando hasta los topes la caja de su destartalado camión con heno y pacas de paja que reparte de predio en predio. Mal trabajo, pero tampoco aspira a más que malvivir.

Él solo se va a beber todo el Bierzo si antes no se apiada Dios. Pero tranquilos los que riegan, que este el agua ni la toca; solo para limpiar el Avia descuajaringado que cuida como si fuera un hijo malcriado. Un hijo de puta, visto su padre. No es mediodía y ya va haciendo eses con ese camionucho de mierda, que no me digan que los civiles no lo saben, un puto peligro, pero como es paisano del sargento… Esta tarde, tirado en cualquier arcén, volverá a dormir la mona y mañana será otro día.

Tiene sed, que el chupito de orujo que ha añadido al café no le basta, cojones. Aquí hace falta un buen vaso de mencía, si sabrá él lo que es bueno y lo que es malo, pero ya se lo ha avisado el Carapalo: ándate con ojo, que si te pillamos no vamos a hacer la vista gorda.

Un poco de paciencia, que en cuanto descargue donde Damián y cobre se va a dar un homenaje: botillo a tutiplén y un par de botellas del Arganza. Y es que no estuvo mal lo de dejar de ir al bingo. Hijos de puta. Que si la ley dice, que si la ley dice… ¿Por qué no prohíben el Botafumeiro? ¿Quién es el gilipollas que se juega veinte cartones sin encenderse un pitillo? Que se jodan. Ahora hasta encuentra un billete de vez en cuando al hurgarse los bolsillos. Venga otra bala, que ya me rasca el gaznate.

Que digo yo, qué le costará irse a su tierra y dejarnos en paz, con el monte de por medio. Si ni en Galicia lo quieren… que yo tengo una hija y no me gusta que salga por las mismas calles por las que va el hijoputa. Claro que no creo que ya se le levante, que los que van al puticlub dicen que se queda amojamado en la barra, y ni las mira, ni siquiera a la mulata dominicana que os trae a todos a mal traer.

Arranca el viejo camión y tira como puede, que una carraca haría menos ruido y empujaría más, manda carallo. Y es que lo quiere, y lo mima, y lo comprende, que moverse por este valle de mierda le quita el soplo al más pintado. Venga, Loiro, que son diez kilómetros, atravesar Sergas y coger la pasta. Y luego, todo el día por delante. Y qué si le gusta emborracharse; mejor que tanto calzonazos, que se mantiene sobrio por miedo a la parienta. A mi camioncito le da lo mismo. ¡Cuidado!, que esta jodida curva se las trae. ¡Quita o puto pé do pedal!, que non es Fernando Alonso.

Porque yo ni digo ni dejo de decir, pero está clarito que desde que el pidepán llegó hasta aquí hay muchos más fuegos. Que es un tipo de mal instinto y le jode ver que otros se ganan la vida honradamente. Ya lo dijo Julián, el de Valdosillo, que la mañana que ardió el bosque, qué casualidad, justo donde se cierra la salida de los prados, vio el camión del Loiro por el camino. Y ya me diréis qué tiene que hacer el tiñoso ese por allí. Ni pirómano ni leches. Un hijoputa que se alegra del mal ajeno y, si no lo ve venir, lo provoca. Ya lo tuvieron dos días en el cuartelillo cuando el fuego de San Marcelo, y salió tan campante; a la sombra de su compadre el sargento. Gallegos y gitanos, primos hermanos. Lo que yo te diga. Y no me reía yo poco cuando la Maru le servía los vasos de aguardiente y le soltaba a la cara: ¿Orujo, Loiro?! Si lo tuyo son las queimadas.

Ahí está, a las afueras, la casona del cura, me cago en su estampa. Que no me aguanta porque sabe que sé lo que hace en la capital. Con sotana los domingos, pero bien que me lo topé aquella noche en Venus Relax. Un error de la madame, que abrió la puerta sin comprobar que no había nadie en el pasillo. Como es cliente habitual ni lo vio, tal y como no se ven los muebles. Es ese cabrón con faldas, a Dios rezando y con el nabo dando, el que malmete contra mí, que llegará el día que tenga que ir hasta Ponferrada a echar gasolina y comprarme calzoncillos.

¡Anda, carallo! ¿Pues no está descolgado el puto cable de la luz? ¡Joder, que me lo llevo por delante! Y Loiro contempla en las orejas de los retrovisores cómo quedan los cabos por tierra, chisporroteando, y un humo que no esperaba, no me jodas, porco do demo, una chispa ha prendido el heno en la caja y ya se ven las primeras llamas. ¡Vamos, Loiro!, que si paras aquí arde hasta la fuente de piedra. Hunde el pie, y el camión, que ya es una antorcha, ruge como un animal herido. Si después de la casa del cura alcanzas la explanada de la romería, saltas y lo apagas. ¡Corre, cabrón! ¡Hostia puta!, cómo quema el asiento y este humo que me ahoga. Pero, ¿por qué no se abre la portezuela? El calor que la ha deformado. Me cago en mi puta suerte. Aquí me quedo. Meu neno, mi Avia bonito, que ardemos los dos, con lo que nos queremos.

Y el trueno se funde en una inmensa llamarada, como si amaneciera dos veces.

Se achicharró el gallego malnacido en su camión, que le salió el tiro por la culata, que hay quien dice que quería meterle fuego a la casa del párroco, pero con el humo se pasó de largo. Se le debió de prender la gasolina antes de tiempo, y lo que tardaría en arder ese pellejo relleno de alcohol. Va a estar en el infierno como de vacaciones.

Te mueres, Loiro, quemado y retorcido como un carozo y con la boca seca; después de tantos años de miradas torvas, murmuraciones encendidas y acusaciones porque sí, porque eres gallego, y el único pirómano ha sido Iberdrola.

Jódete.

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He repetido hasta la extremaunción que soy cocinero porque mi primera palabra fue “ajo”. Menos afortunado, un primo mío dijo “teta”, y hoy trabaja en Pascual. En sesenta años al pie del fogón (Viridiana ya ha soplado cuarenta velas) he presenciado los grandes cambios, no siempre a mejor, de la hoy imparable cocina española. Incluso malician que he propiciado alguno. En otros campos, he perpetrado cuatro libros de los que no me arrepiento (el improbable lector lo hará por mí). Fatigué también a los caballos de carreras retransmitiendo éstas durante varios años por el galopante mundo. He desperdigado una reata de artículos de variado pelaje y escasa fortuna. También he prestado mi careto para media docena de cameos, de Berlanga a Almodóvar, hasta que comprendí que mi máxima aspiración como actor podría ser suplantar al hombre invisible. En mi lejano ayer quise ser jockey, pero la impertinente báscula me disuadió. Y por mi parte basta que, como sentenciaba un colega, “es incómodo escribir sobre uno mismo. Mejor sobre la mesa.”